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El pacto por Colombia: el reto mayor de Iván Duque

En los resultados del presidente para concertar con todas las fuerzas políticas soluciones a los tenebrosos problemas que enfrenta el país, se verá el tamaño de su liderazgo y su capacidad para lograr un destino mejor para Colombia

Germán Manga, Germán Manga
15 de enero de 2019

En los próximos días el presidente Iván Duque convocará a los partidos políticos para poner en marcha su muy anunciado Pacto por Colombia. Nada más importante y trascendental para los colombianos que ese proceso. Duque lo sabe y también que tendría que haberlo activado en el inicio mismo del gobierno, porque es la gran herramienta que tiene para enfrentar y resolver la tenebrosa situación política, institucional, económica y social que atraviesa el país.

La baja productividad de la economía no autoriza optimismos a la hora de definir cómo vamos a mejorar los ingresos y de qué vamos a vivir en el futuro. Estamos dejados de casi todos los trenes. No hay política industrial, ni política agropecuaria. Nuestras exportaciones -en especial las industriales- son irrelevantes y estamos rezagados y crudos en el tránsito hacia nuevos sectores industriales y de servicios sofisticados, basados en conocimiento e innovación.

La sociedad y las instituciones están sacudidas y vapuleadas por múltiples y muy graves manifestaciones de criminalidad: narcotráfico, minería criminal, guerrilla, paramiltarismo, delincuencia común, asesinatos, atentados, contrabando, tráfico de personas, destrucción del territorio, entre otros problemas con dimensiones y extensión sin antecedentes en la muy violenta historia de nuestro país.

Hay crisis en la política, en la justicia, en el gobierno, en la salud, en la educación y crecen el inconformiso y la desesperanza entre la gente frente a la inoperancia de las instituciones y sobre todo frente al crecimiento incontenible de la corrupción.

Enfrentamos, además, una enorme presión migratoria -una de las mayores en el mundo actual- y unida a la misma la obligación de redefinir presupuestos y realizar ajustes en el aparato productivo y en los sistemas de educación y de salud para asimilar y convertir en colombianos, en forma inmediata, a entre dos y tres millones de venezolanos.   

Los pactos de legalidad, emprendimiento y equidad, los principales que propone el presidente Duque en las 945 páginas de su Plan de Desarrollo, se ocupan de algunos de esos temas, pero están lejos de ser remedios certeros o definitivos para enderezar el rumbo.  En el encendido ambiente de división y polarización resultante de los ocho años del gobierno de Juan Manuel Santos y de los eventos electorales del año pasado -moderadamente acentuado por el estilo conciliador del nuevo mandatario- es impensable que el presidente y su equipo de novatos logren, en solitario, estabilizar el país.  

Es una de las grandes lecciones que les dejó la dura curva de aprendizaje que fue el trayecto 2018 del gobierno. Improcedente y un gran desacierto político que hubieran presentado reformas de envergadura al Congreso, fuera del pacto. Todas -política, justicia, TIC, anticorrupción- fracasaron por pueriles e incompletas y porque se tramitaron como imposición, no como producto de diálogos y acuerdos.    

Frente a ese traspiés irremediable y sobre todo a la dimensión y diversidad de los problemas que debe resolver, el Pacto por Colombia no puede ser una estrategia política, ni en modo alguno un tema burocrático -una especie de Frente Nacional ampliado-. Tendría que ser un verdadero acuerdo sobre lo fundamental, con participación amplia de todas las fuerzas políticas, basado en la responsabilidad y el patriotismo en busca de soluciones y consensos para alcanzar resultados y respuestas a la altura de los graves desafíos que enfrenta el país y del justo reclamo de los colombianos para superar la zozobra y la incertidumbre.   

Se necesita ambición, generosidad, responsabilidad, compromiso con Colombia, para que los máximos dirigentes de nuestra política pongan de lado intereses y ambiciones personales y logren concertar el paquete de medidas audaces, profundas e inteligentes que se necesitan para estabilizar el país y restablecer la confianza de la población en el gobierno y en las instituciones. ? Para lograr -con los aportes derivados de la experiencia y el conocimiento de todos-, las reformas de la política, de la justicia, la reforma pensional, y un plan serio y de envergadura de lucha contra el clientelismo y la corrupción, que hasta ahora encabezan la lista de las grandes frustraciones nacionales, pero que son inaplazables.  Para comprometer al país en un proyecto nacional de desarrollo de largo plazo, sacarlo de la pequeñez de las actividades extractivas y mirar al modelo 7.0 y a la cuarta revolución industrial.

Los tres pactos principales, los once transversales y los ocho regionales que propone el plan de desarrollo del presidente Iván Duque ya han sido objeto de análisis, comentarios, observaciones y críticas desde diferentes sectores. Tendrían que ser el plato fuerte del Pacto por Colombia y un referente principal del proceso porque no están escritos en piedra y se deberían ajustar, corregir, enriquecer y fortalecer, en la misma dinámica de diálogos y consensos, teniendo como objetivo supremo el bienestar de los colombianos.      

En 1977 España restableció la concordia y el progreso con un proceso así, -los Pactos de la Moncloa-, un  acuerdo sobre el programa de saneamiento y reforma de la economía y otro sobre un programa de actuación jurídica y política, que hicieron posible que sus líderes políticos, de izquierda y de derecha, acremente enemistados por los dolores y odios que dejaron más de 500.000 muertos de la guerra civil y 36 años de dictadura franquista, hicieran causa común ante las grandes prioridades de la agenda nacional.  Dijo Nicolás Maquiavelo: “No hay nada más difícil de llevar a cabo, más peligroso de conducir o más incierto en su éxito que llevar la iniciativa en la introducción de un nuevo orden de cosas”. Ese es ni más ni menos el gran reto que enfrenta el presidente Iván Duque. Y lo que tiene en juego no es su nivel de popularidad en las próximas encuestas, sino el tamaño, validez y credibilidad de su liderazgo y de su capacidad para lograr un destino mejor para Colombia.