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País de machos

¿Quién es más berraco? ¿Las FARC matando soldados? o ¿El Estado matando guerrilleros?

Armando Neira, Armando Neira
22 de mayo de 2015

Hoy hay 37 vidas menos. La gran mayoría eran jóvenes humildes, mujeres adolescentes y muchachos imberbes. Cuando niños fueron alimentados con aguadepanela, si se emborracharon lo hicieron con aguardiente, hablaban español, se emocionaban con la Selección, se bañaron en aguas de quebradas que serpentean entre montañas imponentes y posiblemente cuando bailaban entonaban un vallenato. Sus madres, humildes, muy humildes, los lloran hoy ante el alborozo de algunas voces que dicen: “bien hecho”; “golpe certero”.

Porque si algo está adherido en nuestro ADN es creer que el equivocado es el otro y que, como no entiende, hay que corregirlo. Preferiblemente a las malas. “Para que aprenda”; “se calla o le doy en la jeta”. En estas expresiones, muy usadas en nuestro léxico, subyace un país de machos. “Ese sí es un berraco, que no se deja joder”.

Y a la menor oportunidad hay que darle al otro. Así, por ejemplo, ven a un grupo de jovencitos que duerme en una cancha de fútbol, guareciéndose de la lluvia. “Hay que rodearlos y darles con todo”, es la consigna. Granadas, tiros, gritos… el horror. En el suelo, quedan inermes e inertes 10 muchachos y una veintena mutilados. La suerte de uno más es una tragedia inmensa al quedar con muerte cerebral. Se trata del cabo Wílder Aguilar Sánchez. Su madre y su hermana viajan desde la lejura del país y reciben ese cuerpo convertido en vegetal. Desde entonces lloran en una clínica de Cali donde él permanece con pronóstico reservado. De allí no se han movido esperando un milagro que no llega.

¿Qué hicieron los atacantes? Celebraron. Porque creen que así los otros aprenden. Semejante acción ocurrió en Buenos Aires, Cauca. Uno de los pueblos olvidados que mejor retrata lo que dice un reciente informe del Departamento Administrativo Nacional de Estadística, DANE, de nuestro atraso: el 62 % de sus pobladores son pobres y el 34 % está sumido en la pobreza extrema.

Entonces, el presidente les pide a sus autores que acepten su equivocación y que pidan perdón. Y deberían hacerlo. No por Santos, ni por lo que llaman las élites, sino simple y sencillamente por esas 11 adoloridas madres que vimos en televisión con el corazón roto en mil pedazos porque les mataron a sus hijos.

Pasan los días y los otros recurren a la alta tecnología para detectar el calor humano y con aerofotografías ubican el campamento, autor presumible de tan dolorosa página. Y van y les dejan caer varios kilos de bombas. En segundos rasgan el cielo y producen un estruendo infernal. Cuerpos destrozados, sangre y tierra mezcladas… el horror. ¡26 muertos! escalofriante cifra, calificada como una acción legítima por el Estado, pero alguien desprovisto de tanto patriotismo podría interpretarla como una acción guiada por la venganza.

En este caso, ¿qué hicieron los atacantes? Celebraron. Porque creen que así los otros aprenden. La acción ocurrió en el olvidado municipio de Guapi, también en Cauca, y con peores cifras de miseria que las de Buenos Aires. “En la región no hay agua potable, no hay alcantarillado, los servicios de salud son insuficientes, el 90 por ciento de las viviendas son de madera y se encuentran en regulares condiciones, faltan docentes e implementos para la educación de los niños, y las únicas vías de acceso son por aire y mar”, dice un informe del diario El Liberal.

Entonces, los otros reaccionan y suspenden el cese al fuego unilateral e indefinido proclamado el 20 de diciembre del 2014. ¿Para qué? Pues para responder más duro. Para disparar. Para que aprendan. Así, entre cruces de comunicados, levantamiento de la voz, amenazas directas, muertos, se vislumbra un futuro incierto. Habrá más muertos. Seguramente serán en su mayoría jóvenes humildes, mujeres adolescentes y muchachos imberbes, nacidos en un país donde el que se impone, lo hace porque demuestra que es más macho que el otro.

Entre estas historias, el asalto al improvisado campamento de soldados, el bombardeo al también improvisado campamento de guerrilleros, Ingrid Yaneri Guaejia, una niña indígena de 7 años que jugaba con sus amiguitos de regreso del colegio, también en Buenos Aires, se encontró la muerte en el camino. Pisó una mina antipersonal que la destrozó.

En todo este contexto, y cuando las cuentas del rosario de muertes se hacen interminables, aparece Alejandro Ordóñez, Procurador General de la Nación, defensor de los intereses sociales, de los ciudadanos, para declarar: “O firman la paz (las FARC) o mueren en su ley”. País de machos.

*Director de Semana.com
Twitter: @armandoneira