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Si los armados entregan las armas a cambio de nada, el Presidente está dispuesto a hacer el sacrificio de cambiar una palabra en su discurso. Es difícil imaginar una propuesta más inane

Antonio Caballero
11 de septiembre de 2005

Acaba de anunciar solemnemente el presidente Álvaro Uribe, no en uno solo, sino en dos discursos sucesivos, que si el ELN ofrece unilateralmente un cese del fuego él está por su parte dispuesto a "deponer sus convicciones" y aceptar "en aras de la paz" que el conflicto armado que desangra a Colombia es, efectivamente, un conflicto armado.

Anuncia eso Uribe. Y lo toman en serio. No veo que se ría nadie. Cómo no va a ser serio el presidente Uribe, si es tan solemne, con la mano siempre estirada sobre el pecho como para prestar juramento, con la palabra "Patria" siempre en los labios. Tiene que ser serio. No es fácil resignarse a reconocer que una vez más nos ha tocado en mala hora un chisgarabís de presidente.

Por eso nadie parece darse cuenta de que esa "convicción" que el presidente Uribe se declara solemnemente dispuesto a "deponer" no es ninguna convicción: es simplemente un giro verbal. Así suelen ser, por lo demás, las "convicciones" de los políticos profesionales, y por eso las pueden deponer con tanta facilidad en aras de lo que sea, la paz, la patria, cualquier palabra biensonante. Esto queda aun más claro en la otra versión del discurso, en la que, para mayor solemnidad, el Presidente se refiere a sí mismo en tercera persona, como hacía en sus más megalomaníacos tiempos Maradona:

"Si los señores del ELN aceptan esta conversación en medio del silencio de las armas (...) el Presidente no tiene inconveniente en expresar que deja a un lado su convicción de que no hay conflicto".

O sea: que en lo que Uribe no tiene inconveniente no es ni siquiera en dejar a un lado una convicción (que no es tal, sino mero giro verbal), sino apenas en expresar que la deja a un lado. No tiene inconveniente en decir cualquier cosa, porque sabe que las palabras se las lleva el viento. Para decirlo con su asesor José Obdulio Gaviria en el libro de 264 páginas que consagra a aprobar la inexistencia del conflicto: "En el terreno del verbo se dan los más trascendentales combates de la confrontación de los violentos contra el Estado colombiano". Ese es el terreno en el que combate el propio Uribe.

¿Y lo toman en serio?

Depende de quién, claro. No lo toman en serio "los señores del ELN'' (que otros días, en boca de Uribe, no son "señores" sino "bandidos"). Porque saben tan bien como él que sus palabras son vacías. No es que su oferta no tenga sustancia: es que ni siquiera es una oferta. Si los armados entregan las armas a cambio de nada, el Presidente está dispuesto a hacer el sacrificio de cambiar una palabra por otra en su discurso. Resulta difícil imaginar una propuesta más inane. Si no hubiera sido formulada de modo tan solemne parecería una burla.

Y es una burla, sí: pero no lo parece. Por eso sí la toman en serio aquellos a quienes de verdad va dirigida, que no son los del ELN sino los colombianos en general, hastiados de tantos años de un conflicto que ni siquiera se llama conflicto. Y de eso se trata. Porque Uribe es un presidente que, más aun que cualquiera de sus predecesores, gobierna desde un absoluto desdén hacia los hechos y montado solamente en el poder mesmérico de la palabra. Ha hecho suyo como programa de acción el que pedía hace unos años en Bogotá un grafiti callejero: "No queremos hechos. Queremos palabras".

¿Me repito? Sí, me repito. Pero es porque comento la realidad política colombiana, y esta se repite siempre igual a sí misma, a la vez como tragedia y como farsa.

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