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Jugar con el miedo

Los periodistas debemos reflexionar si estamos obrando responsablemente ante la coyuntura colombiana. Temo que no.

Alfonso Cuéllar, Alfonso Cuéllar
9 de febrero de 2018

Uno de mis cuentos favoritos de Gabriel García Márquez -mi favorito- narra cómo un día una mujer amaneció intranquila, “con el presentimiento de que algo muy grave va a sucederle a este pueblo”. Sus hijos se ríen del comentario de su madre. Pero uno de ellos lo transmite a sus amigos que luego le cuentan a sus familiares. En poco tiempo, se convierte en “andan diciendo que algo grave va a pasar y lo mejor es estar preparado”. El rumor se esparce por el pueblo, lo cotidiano parece extraordinario. Todo lo que ocurre parece ratificar el miedo. Las voces racionales son opacadas por el pánico colectivo. Finalmente, una persona grita: “Yo sí soy muy macho. Yo me voy”. Y lo siguen todos despavoridos, abandonando sus hogares y dejando al pueblo sin una sola alma. “Yo dije que algo muy grave iba a pasar y me dijeron que estaba loca”, sentencia la mujer preocupada.

Así estamos en Colombia; corriendo como gallinas sin cabeza. El chisme es la única verdad hasta que se comprueba lo contrario. Los panfletos de los terroristas son documentos creíbles que deben ser difundidos ampliamente para proteger a la ciudadanía. O para denunciar la inseguridad. Una organización guerrillera anuncia un “paro armado nacional” y se replica por televisión, radio, prensa y medios digitales. Nadie se hace la pregunta elemental: ¿El ELN tiene la capacidad organizacional y el número de integrantes para hacer cumplir una amenaza de esas dimensiones? El esfuerzo logístico es enorme: en Colombia hay 1.122 municipios, conectados por un sinnúmero de vías, de entradas y salidas. Ni hablar de las ciudades grandes. La guerrilla podrá atormentar a algunos pueblos en sus zonas tradicionales de influencia (por ejemplo, Arauca). Pero de allí a imponer a la fuerza su amenaza a un país de 50 millones de habitantes hay mucho trecho. Muchísimo.

El ELN lo sabe. Ni ellos se creen la retórica. Por eso deben estar de fiesta con el cubrimiento nacional de su comunicado. Esa publicidad gratis -“free press” como se describe en el medio- no tiene precio. Motiva a su poca tropa, muestra una fortaleza inexistente y facilita sus labores de reclutamiento.

El propósito del terrorismo, decía Vladimir Lenin, es aterrorizar. La manera más efectiva es con actos de barbarie contra civiles que generen un impacto psicológico sobre la población. Pero igualmente efectivo y menos riesgoso para el grupo terrorista es la divulgación masiva de su mensaje. Diseñar y ejecutar un atentado o un secuestro es peligroso para una organización criminal. Pueden capturar a sus miembros (como ocurrió con quienes mataron a los policías en Barranquilla) o el artefacto podría explotar antes de tiempo.

Para imponer el miedo los terroristas y los criminales necesitan que la mayor cantidad de personas conozcan sus palabras intimidatorias. Dependen de que un medio, un periodista o un político viralice sus panfletos: sean del ELN, del Clan del Golfo o de las Águilas Negras. Este último grupo más que una organización criminal es una marca como Al Qaeda o Isis, que utilizan los delincuentes para atemorizar a sus víctimas, como lo ha explicado repetidas veces la Dirección de Inteligencia de la Policía (DIPOL).

Se ha vuelto común responsabilizar a las redes sociales de este despelote informativo. Escucho frecuentemente a mis colegas periodistas criticar a quienes divulgan información sin comprobarla por esos canales digitales, al tiempo que hacen lo mismo por sus cuentas personales de Twitter. Claro, no son los únicos. Expresidentes colombianos diseminan denuncias sin filtro; senadores y congresistas hacen lo mismo. Como carros sin frenos. Nadie para el balón, ni respira ni analiza los acontecimientos ni la fuente.

Se nos olvida que esa es nuestra responsabilidad como periodistas. Cuando divulgamos sin contexto una amenaza de un criminal o un terrorista, cuando nos excusamos de que es “noticia”, cuando replicamos un tuit engañoso de un político porque sí, cuando le damos trascendencia nacional a un incidente local como si toda Colombia fuera un pueblo, estamos arriesgando nuestro único activo: la credibilidad.

En Twitter Fonzi65

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