OPINIÓN

¿Para qué los politólogos?

Colombia requiere con urgencia especializar a su clase política. Solo así todos los esfuerzos institucionales pueden ofrecer un margen de confianza en el impacto de las políticas públicas.

11 de marzo de 2021

El proceso de vacunación en Bogotá conoció esta semana su primer –y ojalá último- escándalo sensible: Carolina Cárdenas, de profesión politóloga, recibió una dosis de la vacuna de Pfizer pese a no estar incluida en la primera fase de la primera etapa del Plan Nacional de Vacunación. Mientras camilleros, residentes y profesionales de la salud siguen esperando su primera aplicación de dosis, ella lucía orgullosa en su Instagram un carnet hasta ahora reservado para médicos, enfermeras y adultos mayores de 80 años.

No son pocos los colombianos que en sus hogares tienen, por ejemplo, a algún familiar de 79 o 69 años que espera con paciencia el llamado a vacunarse. De ahí la indignación en la opinión pública. Por eso, y aunque ella pueda responder que la ley, la estructura de la norma y el diseño del programa la protegen hasta cierto punto, lo cierto es que aquí hablamos de ética y del peligro de trivializar el rol de los politólogos y las politólogas en un país como Colombia.

Empecemos por ahí: Colombia es una nación que tiene retos históricos enormes, como pocos en el mundo, debido a una conjunción de características y problemas que nos hace únicos. En un país así, la profesión de la Ciencia Política es más que necesaria, pues forma a personas dispuestas a responder a esos retos de manera técnica y también ética.

Como politólogo que soy me duele especialmente esta situación. A nosotros nos ha costado abrirnos camino en la oferta laboral del país. Por fortuna, ser capaces de responder a las problemáticas de Colombia nos ha permitido ganar cada vez más protagonismo en el sector público o el privado, donde contribuimos decididamente a la formulación de políticas, planes y programas bajo el inquebrantable principio de la igualdad.

En uno de los países más desiguales del mundo, o mejor, donde la desigualdad se manifiesta como algo negativo con tanta fuerza, los politólogos somos necesarios para brindar una solución técnica a esos desbalances.

Por eso, resulta inaudito que una politóloga le dé la espalda a todo lo que predica nuestra formación y aproveche las orillas sensibles de un programa institucional para saltarse la fila y subir con orgullo su foto a las redes. Al parecer, y esto es motivo de investigación, dicha politóloga presuntamente no tiene un contrato vigente con el Distrito, por lo que su pertenencia a la segunda fase del Plan de Vacunación también queda en entredicho.

Su deber como politóloga era alertar a las autoridades sobre un posible error en el agendamiento de la fila para la vacunación. Porque, conviene recordarlo, los politólogos justamente somos los encargados de corregir los fallos que pueden surgir en un programa formulado que debe enfrentarse a la implementación en la vida real. Bajar de la teoría a la práctica es quizá lo más complejo, pero también el deber máximo de todo lo que la Ciencia Política puede ofrecerle a este país.

Colombia requiere con urgencia especializar a su clase política. Solo así, todos los esfuerzos institucionales pueden ofrecer un margen de confianza en el impacto de las políticas públicas, únicas herramientas, junto a la inversión privada, para sacar del atraso, la desesperanza y la desigualdad a millones de personas. Este esfuerzo requiere de técnica y de ética. En el caso de la politóloga vacunada, tales elementos brillan por su ausencia.

Así que a la pregunta “¿para qué los politólogos?”, la respuesta debe ser inequívoca: para que esta sociedad tenga cada vez menos casos de personas que se saltan las reglas; y también, para que haya cada vez menos desigualdad y pobreza; y, finalmente, para que la técnica derrote a la corrupción, incluso la que indeseablemente también aparece a veces entre los politólogos.

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