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Parábola del salmón o el vértigo de mirarse por dentro

Parábola del salmón habla de nuestra compulsión por involucrarnos permanentemente en el samsara de la derrota. Sánchez Baute pareciera invitarnos a creer que la conquista de uno mismo es como jugar un tetris perverso.

Yesid Lancheros
23 de abril de 2020

Hablar de Parábola del salmón, el nuevo libro de Alonso Sánchez Baute, es hablar del fracaso de los afanes, de la comprensión del yo interno como acto compasivo y de la búsqueda incesante de sanación espiritual. Es este un libro de viajes que cuenta la aventura de un personaje que huye a lo largo y ancho de cuatro ciudades mientras confirma que existe una frontera que jamás podrá franquear: la de su propia carne.

La palabra ‘viaje‘ debe tomarse aquí de tres formas. Además del hecho en sí del desplazamiento físico, la novela recurre al fluir de conciencia de un hombre sin nombre que bien podría llamarse Ismael, Róbinson o Jim que va descubriendo cada ciudad nueva en lo que va y viene por su memoria. Muy temprano sabemos que el protagonista es adicto al éxtasis y esta es la puerta de un tercer viaje.

El periplo inicia narrando una extensa depresión en Barcelona en la que somos testigos de un profundol dolor del protagonista a través de noches sin fin, muertes en saunas, codeos con celebridades del cine porno y bares hardcore donde se roza permanentemente la sobredosis entre luces estraboscópicas y sexo sulfuroso.

Barcelona es la excusa para presentar los leitmotivs vitales del protagonista, que a su vez son los de la novela: la soledad, como padecimiento; Corto Maltés, como símbolo de la delgada línea entre lo que es ficción y lo que es real; la evocación de versos de Kavafis, Bishop, Cazuza o de Biedma, como conjuro para la fuerza y contra la angustia de estar vivo; y eso de "salvo escribir todo me asusta" repetido como un mantra salvador. Valledupar aparece aquí como un rosebud del que el personaje no logra salvar el dolor de su infancia violenta y la poesía. Como una guarnición militar de la memoria, deshidratada y salvadora, le sirve en los periodos de inanición motivacional.

Río es la conquista de la soledad, el aburrimiento por la belleza clonada, el cuestionamiento a una cultura ocupada en la perenne compraventa del halago. Río es la ilusión donde se elogian las vanidades frente al espejo como acto masturbatorio.

São Pablo es el caos mismo. Y con C mayúscula. El protagonista parece haber llegado aquí al clímax de su romance consigo mismo. Ya buscó, ya conquistó, ya perdonó y busca ahora establecerse con Thiago, un genetista local que experimenta con ratones, cuyo cuerpo está surcado por cicatrices que rememoran la existencia de un pasado peor (poco se habla del cuerpo del protagonista, pero hemos leído lo suficiente para entender que algunos rasgos de su criterio son cicatrices en la consciencia). Thiago es también la excusa para contar la hermosa metáfora del pueblo wari, una tribu amazónica que come la carne de sus propios muertos para tragar sus dolores.

En Buenos Aires entendemos que la historia que el personaje ha querido narrar desde el principio no es otra que la de su propio viaje: el narrador enfrenta la paradoja del escritor que, queriendo escribir una gran novela, termina escribiendo sobre la imposibilidad de escribirla, y sobre la escritura como lugar de resistencia.

El tiempo es un dios de dos caras que convierte todo final en una continuación. O un compás desquiciado al servicio del fracaso. Borges escribió que Londres era un laberinto rojo repleto de gente que va y viene buscando una salida o un rescate entre bifurcaciones. Joyce hizo de la figuración de la conciencia cotidiana otro laberinto. Pasear la ciudad con ojos de turista al tiempo que uno se recorre por dentro parece el intento de hacer engranar dos laberintos.

Parábola del salmón habla de nuestra compulsión por involucrarnos permanentemente en el samsara de la derrota. Sánchez Baute pareciera invitarnos a creer que la conquista de uno mismo es como jugar un tetris perverso y agárrese compañero, que no conozco al primero que haya vencido a las figuritas rusas con el Game Over en el fondo de la pantalla cada vez que cualquiera quiera intentarlo de nuevo, que quiera fallar de nuevo o que quiera fallar mejor.

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