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¿Paz duradera o un nuevo ciclo de violencias?

Las bandas criminales, herederas de los paramilitares, están creciendo y se están expandiendo de manera asombrosa.

León Valencia, León Valencia
16 de marzo de 2013

¿Cuál será la trascendencia de la firma de un acuerdo integral de paz? ¿Qué está en juego en la actual coyuntura del país? Nos hicimos estas preguntas al analizar todas las cifras, todos los hechos, que recogió Arco Iris en el 2012 para su informe sobre conflicto armado y violencia. Hicimos un poco de historia y retrocedimos 20 años para mirar situaciones similares. Encontramos un gran parecido entre el periodo que se inició en 2010 y la situación que vivió el país entre 1990 y 1994. Voy a tratar de resumir las preocupantes conclusiones que sacamos. Me perdonan amigos lectores este ladrillo.


La década del ochenta se cerró con un dramático y doloroso baño de sangre que incluyó una racha asombrosa de magnicidios. El presidente César Gaviria se propuso entonces mantener la presión sobre los carteles de la droga y las guerrillas y, a la vez, desarrollar un proceso de paz, impulsar una reforma política y desatar una apertura económica. Los resultados fueron de verdad impactantes. 

Se firmó la paz con el M-19 y otros cuatro grupos guerrilleros. Se dio de baja a Pablo Escobar y se desmanteló el temible Cartel de Medellín. Se aprobó la Constitución de 1991. Se dio un salto en la modernización de la economía colombiana. Todos los índices de violencia se redujeron, especialmente el homicidio que había tenido su punto más alto en 1989. El país respiraba un aire nuevo. 

Pero en 1995 la situación de seguridad se deterioró y entre ese año y 2005 se desató el más grave ciclo de violencias de la historia contemporánea del país. El setenta por ciento de las víctimas que Colombia ha acumulado entre 1958 y el día de hoy se produjo en esos diez años. ¿Qué pasó? 

La paz fue parcial. Las Farc y el ELN no accedieron al acuerdo y se lanzaron a golpear con una dureza inusitada a las Fuerzas Armadas al final del siglo. Los restos del Cartel de Medellín mutaron en paramilitares mediante una alianza con políticos y empresarios y fueron artífices de un verdadero holocausto. El Cartel de Cali logró una pavorosa infiltración en la contienda presidencial. Los cambios políticos y la apertura económica no se complementaron con unas reformas sociales y con una transformación de las Fuerzas Militares, con lo cual se ahondó la miseria en el campo y se disparó la violación de los derechos humanos. En esas estuvimos hasta 2005.

La situación mejoró a partir de entoncces. La duplicación de la fuerza pública y de la inversión en defensa alcanzadas en las administraciones de Uribe y Santos hicieron el cambio. Los homicidios, las masacres, los secuestros y el desplazamiento forzado han disminuido en proporción a lo ocurrido a principios de los años noventa. Santos, con igual perspicacia que Gaviria, comprendió que no bastaba una persecución endemoniada sobre las fuerzas irregulares. Supo que era obligatorio, además, un gran proyecto de paz, de integración internacional, de reformas y de reconciliación. Lo ha puesto en marcha. Pero todo está apenas arrancando. 

Y aquí viene la gran preocupación. Las cifras recogidas por Arco Iris muestran algo muy peligroso. Las Farc, que iniciaron su reestructuración en los tiempos de Uribe, realizaron el año pasado un poco más de 2.100 acciones y le produjeron cerca de 2.500 bajas a la fuerza pública entre muertos y heridos, al tiempo que el ELN aumentó su operatividad. Las guerrillas siguen la tendencia de los últimos años. Tienen presencia en 241 municipios. Las bandas criminales, herederas de los paramilitares, están creciendo y se están expandiendo de manera asombrosa. En 2012 pasaron de tener presencia en 209 municipios a tenerla en 337, impactando a Cali y a Medellín. Producen el doble de eventos de violencia que las guerrillas.

Otra vez estamos en la encrucijada de principios de los noventa. Podemos ir hacia una paz duradera o hacia un nuevo ciclo de violencias. Santos y la dirigencia política tienen en sus manos la vida de millones de colombianos. También los jefes guerrilleros. No le pueden fallar al país. Un pacto de paz y reconciliación con reformas sociales, cambios en la fuerza pública y un ambicioso plan para reducir el narcotráfico y el crimen organizado cambiarán la historia nacional. 

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