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Pensiones: no más mentiras

La historia pensional de Colombia se reduce a cuatro avivatadas que pagamos entre los menos vivos y los bobos, comenzando en el siglo XIX

Por: Semana

En materia de seguridad social, hay dos hechos bastante elementales que nuestros expertos se dedican a ignorar. Primero: ningún país en desarrollo puede garantizar una pensión mínima a todos o a la mayoría de sus ancianos. Segundo: el sistema colombiano de pensiones implica que el más rico se jubile a costa del más pobre.

Los sindicatos y socialdemócratas locales ignoran el primer hecho. Los gaviristas o neoliberales criollos ignoran el segundo hecho. Y por eso llevamos 35 años con el cuento de "universalizar" el seguro y con la realidad de que los bobos pagan los platos rotos por los vivos.

Vamos al primer hecho. Países donde la gente no gana el salario mínimo menos pueden pretender la pensión universal. Pero a Lleras, alma bendita, le dio por creer que Colombia podía hacer lo que Alemania pudo medio hacer. Y así en 1967 lanzó el sistema de "prima media", en el que el trabajador cotiza menos de lo que cuesta su pensión y el faltante lo paga el Estado -es decir- lo paga mucha gente que no está asegurada.

Y claro, por esa vía era imposible asegurar a todos: después de 35 años de "ampliar la cobertura", apenas uno de cada cuatro ancianos recibe pensión y sólo un 20 por ciento de la gente está afiliada a un seguro.

Por supuesto: los felices pensionados o afiliados son los trabajadores del Estado y las grandes empresas. El resto, o sea el 80 por ciento más pobre de la gente, se limita a pagar el "déficit pensional" tarde o temprano.

Pero entre el 20 por ciento de arriba también funciona la ley del vivo. Es más: la historia pensional de Colombia se reduce a cuatro avivatadas que pagamos entre los menos vivos y los bobos. Comenzando en el siglo XIX, estos son los cuatro períodos de marras:

1. Los intocables (1821 - ¿eternidad?). Todo el que logra asustar al gobierno -desde los generales de la Independencia hasta los congresistas, magistrados y petroleros de hoy- obtiene un "régimen especial", en el cual uno cotiza poco y se pensiona joven y sabroso. El déficit actual de estos regímenes es tres veces el del ISS -y nadie le mete mano-.

2. La piñata (1967-1993). Como al principio los cotizantes aumentan mucho más que los jubilados, el ISS pasó 20 años engordando sus "reservas". Y claro, las reservas se feriaron: desviaciones, serruchos y voracidad sindical fueron llevando a una quiebra que ya vale medio PIB.

3. El éxodo de los vivos (1993-¿2009?). Con el sano argumento de que cada quien debe costear su pensión, Gaviria creó el sistema de los fondos privados. Lo insano fue entregarle a cada trabajador que se retire del ISS un "bono" equivalente a entre tres y cinco veces el valor efectivo de los aportes que hizo. Es el raponazo más sutil y más grande en esta historia de vivos y de bobos.

4. El apretón final (¿2009? ¿2014?). Y pasó lo que tenía que pasar: el gobierno central gasta en pensiones todo el recaudo del IVA y de seguir así tendría que girar un 6 por ciento del PIB en el año 2020. Así que ahí viene el último capítulo: que se jodan los jóvenes, o sea que coticen más por más tiempo pero reciban menos y más tarde o no reciban nada si el sistema no aguanta.

En lugar de seguir arreglando las cargas a patadas y seguir abusando del más débil, una reforma justa tendría que coger el toro por los cuernos. Esto es: volver a liquidar los aportes efectivos que cada trabajador ha hecho o hizo a su caja respectiva; reajustar hacia abajo las pensiones actuales o futuras en proporción a esos aportes; enterrar el cadáver del ISS; y reducir el total de las pensiones al monto que respalden las reservas.

¿Drástico? Pues sólo estoy diciendo que el Estado no tiene porqué destinar un centavo más al subsidio de los ricos, que los viejos no tenemos porqué robar a los jóvenes, y que los cotizantes no tienen porqué pagar la ineficiencia del ISS.

¿Imposible? Claro, porque sería pisar todos los callos. Pero si los expertos no lo hacen, que al menos nos ahorren las cuentas del gavirismo y los cuentos del sindicalismo.