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Perderle el miedo

Dados los plazos estimados para una posible vacuna o cura, no nos queda alternativa diferente a aprender a convivir con el virus, el cual seguirá esparciéndose entre nosotros por muchos meses más.

Esteban Piedrahita, Esteban Piedrahita
2 de junio de 2020

Arranquemos por el principio: los esfuerzos de Colombia por contener la expansión y mortalidad del virus covid-19 han sido un éxito con muy pocos atenuantes. El país tiene una tasa de mortalidad por el virus de 16,7 por millón de habitantes, 64 por ciento menor al promedio mundial (46) y 80 por ciento menor al promedio suramericano (82). Colombia presenta indicadores mucho mejores que países gobernados por irresponsables, como EE.UU. (316), Brasil (132) y México (73), pero también que muchos de los países más ‘juiciosos’ de la región (ej. Perú (128), Chile (49)) y del mundo (ej. Suiza (222), Dinamarca (98)). Incluso Alemania, liderada por la admirable Ángela Merkel, tiene una tasa de mortalidad (103) 6 veces mayor a la colombiana.

En Colombia no hay, al menos de momento, una crisis de salud pública. La excepción es el departamento del Amazonas—donde vive el 0,16 por ciento de la población y que sí tiene una tasa de mortalidad (759) muy alta. El brote en esa región ha sido grave, como lo comprueban las cifras de los vecinos, el estado brasileño del mismo nombre (485) y la provincia peruana de Loreto (326). Pero en el resto del país, la ocupación de las unidades de cuidados intensivos y de los hospitales en general dan un parte de tranquilidad. En el Valle, que tiene una tasa de mortalidad (33) superior a la media colombiana, la Secretaría de Salud reporta una ocupación por pacientes covid-19 confirmados (89) y probables (89), del 34 por ciento de las 521 camas UCI dispuestas para esa patología. Si se tomara el total de camas UCI (883), la proporción sería del 20 por ciento.

La cifra de desempleo revelada por el Dane el viernes es un campanazo más de que la crisis económica, en cambio, sí está en furor en el país. A abril, Colombia presentaba 5,4 millones de ocupados menos que en el mismo mes del año anterior—una cuarta parte de quienes estaban trabajando dejaron de hacerlo. Felizmente para los bolsillos, pero también para la salud mental de las personas, muchos sectores de la economía se han comenzado a recuperar, y en mayo seguramente se observará una caída interanual menor en la ocupación por la reactivación de la economía informal. Pero es previsible que la destrucción del empleo de calidad continúe por algunos meses más.

En este contexto, preocupa que Cali sea, según la firma de estudios de mercado RADDAR, la única de las cuatro principales ciudades en que el hogar promedio reporta estar comprando menos que hace un mes, cuando la cuarentena estaba en pleno auge. Un mejor esfuerzo comunicacional de las autoridades locales para generar confianza entre los ciudadanos es fundamental para la recuperación.

Dados los plazos estimados para una posible vacuna o cura, no nos queda alternativa diferente a aprender a convivir con el virus, el cual seguirá esparciéndose entre nosotros por muchos meses más. Hasta ahora lo hemos hecho magníficamente, al menos en lo que refiere al cuidado de la salud. Para hacerlo igualmente bien en el cuidado de la economía -pilar sine qua non del bienestar-, es clave perderle el miedo al virus, aunque no el respeto.

El riesgo de mortalidad por covid-19 para las personas que no presentan enfermedades crónicas es muy bajo—el 82 por ciento de los fallecidos en Colombia a la fecha las tenían (con un 10 por ciento adicional en estudio). Si además son menores de 60, como el 87 por ciento de la población, lo es aún más. Evitar aglomeraciones, usar tapabocas, el lavado de manos, entre otros, son formas sencillas de autocuidado muy efectivas contra el contagio. Las poblaciones de mayor riesgo deben tomar precauciones especiales, aunque pretender encerrarlas indefinidamente es absurdo.

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