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Luis Carlos Vélez Columna Semana

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Perdimos la empatía

Este momento crítico del país debe ser un llamado para que nos sintonicemos más con las promesas incumplidas de un modelo de país que necesita ajustes y no excusas.

Luis Carlos Vélez
15 de mayo de 2021

Todo lo que está pasando también es culpa nuestra. Perdimos la empatía.

Los movimientos sociales, como los fenómenos económicos, tienen oferta y demanda. Colombia demanda menos concentración del ingreso; más oportunidades laborales; mayor alcance a la educación y la salud; más seguridad y mejor nivel de vida. Pero la oferta se ha quedado corta en tener liderazgos que ofrezcan e inspiren a los jóvenes colombianos. El problema es político y empresarial.

Ante ese vacío, han aparecido voces populistas que tienen mucha más empatía y que, a punta de discurso, han logrado llegar al Gobierno local y aspiran al Gobierno nacional. En ellas, gran parte de la población encontró esperanza de cambio y la promesa de un mundo más equitativo y favorable. Ese imán se llama ilusión. Los populistas venden ilusión mientras el establecimiento no ha podido enamorar con la razón.

Una de las definiciones de populismo más usadas académicamente la hace Cas Mudde. Según el ampliamente citado profesor holandés, se trata de una retórica que marca un enfrentamiento entre el pueblo y las élites y que, además, advierte que los gobiernos deben hacer lo que la mayoría quiere y no necesariamente lo que deberían hacer. Mudde afirma que el populismo es un discurso y no una ideología, por eso puede ser aplicado por líderes de izquierda o de derecha.

La explotación de un mensaje vendedor, así sea imposible, no es la única razón por la cual hay un creciente respaldo para los populistas. La falta de empatía de las instituciones, algunos empresarios y, por su puesto, de los medios, nos ha puesto al otro lado de la orilla. Somos parte de la élite que los populistas atacan, así sea con mentiras. Creímos que con razón y poco corazón podíamos inspirar a hacer las cosas mejor. Perdimos la conexión.

Este momento crítico del país debe ser un llamado para que nos sintonicemos más con las promesas incumplidas de un modelo de país que necesita ajustes y no excusas; que demanda más participación de los jóvenes y representatividad regional. No es posible que podamos convivir con un desempleo juvenil del 23 por ciento y, según el Dane en su revisión trimestral, del 27 por ciento en ciudades como Cali o Medellín. Es evidente que algo está muy mal.

Es determinante que entendamos las razones por las cuales los jóvenes están molestos. Les dijimos que si hacían la tarea, se portaban bien, se alejaban de las drogas y los malos vicios, eventualmente encontrarían un trabajo y se jubilarían. Pero mire usted a su alrededor y trate de encontrar al hijo de un amigo suyo al que le haya ido mejor que a su padre en lo laboral. Difícilmente encontrará un ejemplo. Les incumplimos, es hora de cambiar.

En busca de la empatía tal vez sea el momento para que se hallen maneras en que las empresas acerquen a los más jóvenes y que estos miren a las compañías como aliados y no como blanco de sus piedras. Para ello, es necesario que se evalúen mecanismos diferentes de redistribución. Caminos en que las familias puedan ser partícipes más directas de las ganancias de las empresas y que estas también reciban el crédito que se merecen por su contribución al país.

Dos datos: el 75 por ciento de los impuestos que se recaudan en Colombia lo pagan las empresas y no los ciudadanos, como ocurre en la mayoría de las naciones de la Ocde, mientras que la tarifa nominal que pagan las empresas del país es del 32 por ciento, comparado con el 22 por ciento promedio en la Ocde. Si se entendiera que su empresariado financia gran parte del Estado, es decir, paga por las obras y programas de Gobierno, habría menos agresiones a las empresas y más cariño y respeto. Pero eso no es así, los jóvenes ven en el empresario un enemigo a vencer.

Perú tiene un mecanismo mediante el cual toda empresa que tiene más de 20 empleados está obligada a repartir una pequeña parte de sus ganancias con sus trabajadores. ¿Qué tal si las empresas pagaran menos impuestos y, como contraparte, trabajaran más en repartición de ganancias? Finalmente, tal y como lo muestran datos de la Ocde, en Colombia los impuestos no ayudan a redistribuir, ya que los índices de inequidad son los mismos antes y después de impuestos y transferencias.

Es necesario que aparezcan figuras a seguir. Personas que inspiren a los más jóvenes.

Los emprendedores nacionales han pecado de bajo perfil, sus historias de éxito se deben compartir para que los podamos emular. Más comunicación es crucial.

El liderazgo político también se ha quedado corto. No hay historias que inspiren. Son los mismos con las mismas. Los mismos apellidos y los mismos herederos, sin renovación real.

Si no entendemos que el cambio empieza por nosotros mismos, estamos destinados a fracasar. Los jóvenes están hablando, tenemos que escuchar. El problema no solo es de Duque, tenemos que actuar.

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