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Perdió más Santos que Petro

Lo que se resolvió de fondo el pasado domingo fue la ácida confrontación del presidente con su exmentor Álvaro Uribe y el resultado confirmó la tendencia de las últimas elecciones, en todas las cuales se impuso el Centro Democrático.

Germán Manga, Germán Manga
20 de junio de 2018

El resultado de la elección presidencial que acaba de concluir no fue sorprendente ni inesperado y a la hora de las cuentas finales el gran perdedor no fue Gustavo Petro, sino el presidente Juan Manuel Santos, pues lo que se resolvió de fondo en las urnas fue su larga y ácida confrontación con su exmentor Álvaro Uribe.    

Lo del pasado domingo confirmó una tendencia que comenzó en la elección presidencial de 2014 -cuya primera vuelta ganó el Centro Democrático-, que se mantuvo en el plebiscito de octubre de 2016 con el triunfo del No y este año en las elecciones parlamentarias de marzo de 2018 y en la primera vuelta del 31 de mayo, en todas las cuales se impuso el uribismo.

Tampoco fue un resultado sorprendente ni inesperado porque dibujó desde las urnas el mismo retrato que arrojan en forma continua y persistente las encuestas que miden la aprobación del mandatario y del gobierno: el rechazo de las mayorías a su manejo de la economía, la seguridad, la salud, la educación, de los procesos de paz con la Farc y el ELN, de la crisis con Venezuela, de la "mermelada”, etc., etc.

Además del liderazgo de Uribe, lo que confirmó la segunda vuelta es que hay dos países. Petro logró sus más altas votaciones en el litoral Pacífico -que congrega los mayores índices de pobreza-, y en tres de los mayores centros urbanos que concentran voto de opinión: Bogotá, Cali y Barranquilla. Duque tuvo votación significativa en las mismas zonas y le ganó en los otros 23 departamentos -que concentran la mayoría de la población-. Elevó en 3 millones su caudal respecto de mayo y alcanzó 10.373.080, la mayor votación en la historia.

La confrontación de clases, el peronismo, la apropiación inteligente del discurso ambiental y de oposición al statu quo, le permitieron a Petro casi duplicar el techo de 24 por ciento que tuvo hasta la primera vuelta. Un dato inquietante -que debería ser estudiado en profundidad-, es que su gran cantera electoral quedó concentrada en la república de la coca que conforman Putumayo, Nariño, Cauca, Valle y Chocó. Pero sin duda, los más de 8 millones de votos que logró son un rechazo a la inequidad, a la exclusión, al dominio de las oligarquías y un fuerte mensaje acerca de que las cosas tienen que cambiar. El timonazo no se produjo esta vez porque Sergio Fajardo obstruyó en diciembre de 2017 la posibilidad de escoger a un candidato independiente en la consulta de marzo. A Petro no le alcanzó la votación, pues su pasado y su discurso radicalizan a los sectores moderados, al centro, a la derecha y generan temor, resistencia y desconfianza aún en la propia izquierda.       

Duque ganó y concretó el final de la era Santos, pero no tiene mucho que celebrar porque los retos que enfrenta son enormes. Carga con los pasivos y las pérdidas acumulados de su antecesor, medidos ya no en las encuestas sino en la realidad: la baja productividad de la economía, el crítico estado de las finanzas públicas, el auge del narcotráfico y la minería criminal, la oprobiosa depredación del territorio por mafias y grupos armados, la crisis del sistema de salud, entre otros. También tendrá que concertar y realizar las grandes reformas que Santos no hizo –justicia, fiscal, agro, pensional-, los ajustes a los procesos de paz –gran compromiso con sus electores- y encarrilar la implementación del de las Farc.                     

Es una empresa descomunal que tendrá que acometer con obstáculos a la medida, comenzando por el de conformar su equipo. Interesante y esperanzador su anuncio de que tendrá un gabinete joven, paritario y para cuatro años, una forma inteligente de tomar distancia de algunas aves de rapiña que están en su entorno. El resto será sensatez, serenidad y grandeza. Lo ideal sería un acuerdo con todas las fuerzas políticas para resolver rápidamente los temas esenciales de la agenda pues, a partir de su experiencia en el Congreso, Duque sabe que volcar las iniciativas y reformas que se necesitan, en proyectos de ley, no tendría probabilidades de éxito sin activar el sistema de dádivas y contraprestaciones, los chantajes y las presiones que envilecen nuestro sistema político.

No ayuda mucho a ese propósito la forma como el diabólico y agresivo aparato de propaganda de Petro enrareció el ambiente colectivo a través de la propagación de calumnias, ofensas, insultos y verdades a medias, que reforzaron en el país una atmósfera de odio, resentimiento y pugnacidad que ya se había esparcido en el debate con las Farc y el ELN y que será muy difícil de disipar.

La otra herencia letal que recibe es Venezuela. Es una iniquidad que el actual gobierno lleve más de 15 meses de agache con la migración masiva de ciudadanos pobres de ese país hacia nuestro territorio, 1.5 millones a la fecha, el doble o el triple en los próximos meses, una crisis humanitaria sin antecedentes en América Latina que cambia la dimensión de todos los temas fundamentales y de muchos de los mayores problemas en Colombia, una crisis que exigía desde el inicio plan, estrategia, programas, redistribuir los presupuestos, etc, obligaciones todas que Santos eludió y que ahora quedan a cargo del nuevo mandatario. Veremos pronto conflictos muy graves en pueblos y ciudades en torno de las oleadas de recién llegados.

Duque la tiene muy difícil, pero da la talla. Es un hombre estudioso, serio, metódico, con talante democrático, con voluntad y compromiso para superar las dificultades como se vio en el camino tortuoso que recorrió para lograr la candidatura en su partido y en la coalición y para ganar con amplitud en las urnas. Merece y necesita el apoyo de más y más colombianos de todas las corrientes de opinión porque, en definitiva, lo que ganó el pasado domingo no fueron las elecciones, sino la rifa del tigre.    

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