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Periodismo de ficción

Cuando el periodista altera la realidad de los hechos por razones políticas o ideológicas, no está haciendo periodismo sino ficción.

Joaquín Robles Zabala, Joaquín Robles Zabala
25 de octubre de 2018

En 1938, la editorial francesa Gallimard publicó Cuentos orientales, un libro de Marguerite Yourcenar que incluye el relato Cómo se salvó Wang-Fô, una historia hermosa y tan bien construida que, cuando la leí por primera vez, confieso, me hizo llorar. Durante varios años ocupó un lugar en ese listado de textos imprescindibles en mis cursos de literatura europea. Wang-Fô, el viejo y cansado pintor que recorre los caminos de la China medieval en compañía de su discípulo Ling, es detenido una tarde por un grupo de soldados imperiales y llevado a la corte. El anciano pintor desconoce las razones de su detención y se pregunta, mientras observa al joven emperador avanzar por un amplio corredor, si en alguna oportunidad hizo un retrato mediocre para algún miembro de la familia real. Su conclusión es no, pues nunca había puesto un pie en el palacio imperial, ni había tenido ninguna relación con la corte.

En ese intenso momento de acusaciones, el joven emperador lo llama “viejo impostor”, “mentiroso”, “embaucador” y “traidor”. El anciano pintor se siente desorientado porque nunca ha mentido, nunca ha engañado, embaucado ni traicionado a nadie. Nunca ha cobrado dinero por sus pinturas que, según su discípulo Ling, lo hubieran convertido en uno de los hombres más rico del reino. El joven emperador continuó, sin perder la compostura, con su larga lista de cargos. Luego le cuenta que toda su vida había permanecido encerrado en el palacio por orden del viejo emperador, su padre, y que la única conexión con el mundo exterior habían sido esos cuadros pintados por él, llenos de paisajes profundos, de mujeres bellas, de poderosos caballos, de montañas verdísimas y picos cubiertos de nieve, de mares tan azules que el cielo parecía envidiar su oleaje, de caminos sembrados de enormes cortinas de árboles y bebés tan agraciados que daban ganas de acariciarlos. Quería abandonar el palacio para encontrarse con ese mundo perfecto y equilibrado, con esa belleza de paisajes límpidos y ascender esos picos cubiertos nieve, pero cuando cumplió los dieciséis y las puertas del palacio se abrieron, subió corriendo a una terraza para ver ese mundo plasmado en sus pinturas y se estrelló con una realidad distinta porque nada de lo estaba allá afuera tenía relación, ni remotamente, con los paisajes de sus pinturas, pues los perros resultaron famélicos, los caballos feos, las aguas del océano grises y turbias, los ríos sucios, las calles transitadas por mendigos y gente pobre y las mujeres ni eran elegantes ni mucho menos hermosas. Por esa razón, por haberlo engañado y mentido durante dieciséis años, el joven monarca lo había condenado a muerte.

Todo arte busca, en el fondo, quebrantar preceptos y mostrarnos mundos posibles. La literatura tiende esos puentes que nos comunican con las orillas de otras realidades. Tanto la Historia --con mayúscula-- como el periodismo, deberían ser fieles a los hechos, pero olvidamos que la Historia la escriben los vencedores y el periodismo carga sobre sus hombros un cúmulo de intereses. Y es claro que quienes lo hacen ponen al servicio de los hechos sus posiciones políticas y dejan ver la profunda inclinación de la balanza, por lo que la objetividad se hace añicos como un trozo de cristal que se estrella contra el piso y los acontecimientos son presentados bajo una única, o muy particular, mirada.

Pensé en lo anterior después de leer una nota y ver un video en un portal de noticias donde un muchacho arremete verbalmente contra los periodistas de RCN Claudia Gurisatti y Luis Carlos Vélez. Sus señalamientos obedecen a la reacción de este último por las protestas y marchas recientes de los estudiantes y directivos de las universidades públicas para reclamarle al gobierno central más recursos y donde resultó afectada (“por la acción de los vándalos”) una de las oficinas de esta empresa de noticias en el norte de Bogotá. Vélez dejó ver que ese hecho había sido impulsado por el excandidato presidencial de la Colombia Humana, Gustavo Petro, por lo que responsabilizaba directamente al senador de lo que pudiera ocurrirle en adelante a los periodistas de ese medio de comunicación.

El joven, cuyo nombre se desconoce, asegura que “si algo les pasaba a los periodistas de RCN era culpa de los periodistas de RCN”. Manifiesta así su animadversión por los comunicadores de esta empresa y enfatiza que los odia desde mucho antes de saber quién era Gustavo Petro, que no es seguidor de este y que le importa muy poco, o casi nada, lo que dijera o dejara de decir. Afirma, igualmente, que el periodismo hecho por este medio es parcializado y, además,  ha sido promotor del paramilitarismo (recuérdese que una sentencia del Tribunal de Bogotá de 2014 sobre Salvatore Mancuso hace referencia a la responsabilidad de los noticieros de legitimar, a través de extensas entrevistas al entonces jefe de las AUC, Carlos Castaño, los discursos de odio), cuyo accionar sembró de cadáveres la geografía nacional.

El joven continúa diciendo que fue tanta la lavada de cerebro de RCN Noticias sobre la juventud colombiana que muchos creyeron que los paramilitares eran en realidad un grupo de héroes. Tanto así que, cuando cumplió los 13 años, pensó en enrolarse en las AUC para defender al país de los malos, pues un adolescente ignorante, sin formación política, sin la firme convicción de lo que estaba pasando, e influido por la cascada de información ideologizada, termina creyendo todo lo que diga un medio con cobertura nacional y más de cinco décadas al aire.

Si es cierto que el arte busca, por medio de sus distintas manifestaciones, quebrantar preceptos creando una realidad alterna, o alterándola en último caso, la función del periodismo es mostrar los acontecimientos bajo el paraguas de un contexto ético y lo más fidedigno posible. Cuando Marguerite Yourcenar plantea en su relato Cómo se salvó Wang-Fô la dicotomía realidad-ficción, nos está remitiendo a una controversia que es propia de la modernidad, pero que en las sociedades medievales no era tal, pues los mitos eran vistos como manifestaciones de una verdad incontrovertible. El joven emperador chino no era consciente de esas diferencias entre arte y realidad factual, como tampoco lo era ese personaje creado por Cervantes que termina loco por leer libros de caballería. Lo que estamos viendo hoy en algunos medios de comunicación no es exactamente la confusión entre dos realidades, sino la puesta en marcha de lo que he denominado (siguiendo los lineamientos de Truman Capote) periodismo de ficción. Es decir, un periodismo que altera los hechos, convirtiendo la noticia en un cuento, o, si se quiere, en una noveleta con profundos baches de contenido.

En Twitter: @joaquinroblesza

E-mail: robleszabala@gmail.com

(*) Magíster en comunicación.