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Yo, Gustavo

Este año en Colombia se ha consolidado una nueva secta: el petrismo. Como sus similares de la derecha, no acepta críticas ni cuestionamientos a su líder. Él no se equivoca.

Alfonso Cuéllar, Alfonso Cuéllar
12 de mayo de 2018

Cuando Donald Trump, en ese entonces incipiente precandidato, dijo en enero de 2016 que sus simpatizantes eran tan fieles que él podría “pararse en la mitad de la Quinta Avenida (de Nueva York), dispararle a alguien y no perdería ni un votante”, muchos se burlaron. Era la típica hipérbole de un aspirante al que muy pocos le daban posibilidades de quedarse con la nominación y menos ser elegido presidente.

Trump tenía razón: hoy es evidente que hay un bloque de trumpistas que le perdona todo y duda de cualquier alegato o acusación en su contra. Simplemente, no cree. Son como los furibistas, que tampoco cambian de parecer ante hechos negativos sobre el expresidente Álvaro Uribe. Les resbalan sus doscientos y pico investigaciones. Asumen, como los trumpistas, que su ídolo es víctima de una persecución política y cacería de brujas. No hay lugar para la discusión y menos para la conversación.

Este año en Colombia se ha consolidado una nueva secta: el petrismo. Como sus similares de la derecha, no acepta críticas ni cuestionamientos a su líder. Él no se equivoca. Gustavo Petro puede decir disparates y prometer el oro y el moro y sus seguidores lo digieren como la verdad revelada. No importa lo estrafalario de la propuesta ni que de ponerse en práctica podría quitarles su sustento económico. La fe es absoluta. Solo así se explica el respaldo de la Unión Sindical Obrera (USO) y Sintracarbón a la aspiración presidencial de Petro.

Gustavo Petro ha sido tajante: Colombia debe abandonar cuanto antes su dependencia del petróleo, el carbón y otra minería.

Entendiblemente, su discurso ha generado inquietud y angustia entre quienes trabajan en esas actividades. Como suele ocurrir, los que laboran día a día en los pozos y en las minas saben que su industria no es tan mala como la pintan. Que, con todos sus pecados, reales e imaginarios, el sector minero-energético ha aportado al desarrollo del país. Que enésimas veces sus empresas –sus empleadores– han llegado a lugares abandonados por el Estado y han generado riqueza donde antes había solo miseria y desolación. Ellos mismos, los trabajadores, han sido partícipes de esta transformación.

Como mineros y petroleros conocen la geología colombiana y su potencial. Viven de ello, es su cotidianidad. Y ahora sus directivas sindicalistas apoyan a quien aboga por su desaparición. Que Petro encarna un “programa de cambios favorables a los intereses populares”, dice la USO a sus afiliados. En los medios, el presidente de Sintracarbón ha prometido ponerle 50.000 votos a Petro. Sí, es un directivo de Sintracarbón, quien más que nadie sabe que hay reservas por varias décadas.

No es inusual votar por alguien que promueve políticas en contra de sus intereses. Ocurre frecuentemente. Los trumpistas apoyan a un presidente cuya reforma tributaria favoreció principalmente a los más ricos y encareció el servicio de salud. Pero nunca de una manera tan descarnada: si Petro gana, los sindicalistas perderían sus privilegios e ingresos. El negocio de la energía solar no da para tanto. 

Con tanto fervor petrista era inevitable que el candidato se creyera el cuento, como se refleja a diario en sus discursos y tuits. Como leí en un meme: “Ante tantos regalos que nos promete Petro, no sé si renunciar ya”. Es particularmente llamativo su compromiso de imponer las condiciones laborales del siglo XX, al tiempo que se vende como un visionario de la economía del futuro. En un tuit memorable dice que en la Colombia Humana “vamos a partir las aguas y liberar de la esclavitud”. 

Frente a semejante profecía, son pendejadas sus compromisos terrenales como el de comenzar la construcción del metro subterráneo de Bogotá el 8 de agosto en contra del alcalde actual, de garantizar un panel solar para cada hogar colombiano, de condonar las deudas de Icetex y librarnos de Datacrédto, de comprar Incauca y la finca el Ubérrimo con nuestros impuestos, de exportar aguacates en vez de petróleo y carbón, al tiempo que acabaría con los acuerdos comerciales esenciales para la venta de ese producto. Señor Petro, sin TLC, su sueño aguacatero no es viable. 

Nada de eso importa. Gustavo Petro trasciende. Como dijo un petrista en Twitter (y que compartió la cuenta oficial del candidato), que se haga realidad, por fin, la Revolución francesa en Colombia. Sí, la de 1789. No aclara, sin embargo, quién sería el Luis XVI o el Robespierre de la trama criolla. Sospecho que a Petro le interesa ser otro, que llegó al poder unos años más tarde. Un tal Bonaparte.