A partir de hoy, mientras los equipos de Santos-Duque inician el empalme, el líder de la Colombia Humana empezará a trabajar con su equipo y los grupos con los que hizo alianzas para que lo que el Centro Democrático unió, ni Duque ni las peleas de la izquierda lo separe.
“Me llamo Gustavo Petro y quiero ser su dirigente”, es el principio que lo anima, aunque lo pronunció al final. El discurso tiene tres destacados: primero, fue más corto y menos tedioso que otros pues estaba obligado a bajarse de las ramas; segundo, es el discurso de la dignidad del perdedor y si en él confluyen contenido y forma, se convierte una declaración, en el llamado a la acción; por último, las palabras de Petro mandan una señal clara, sin medias tintas ni ambigüedades, coherente con lo que sus seguidores y detractores esperaban oír: hará una sostenida oposición al gobierno entrante.
¿Alguien de verdad pensaba que Gustavo Petro se quedaría pasmado con ocho millones de votos teniendo en perspectiva unas elecciones regionales a la vuelta de año y medio? ¿Creen que, si el resultado hubiera sido el contrario, no estarían planteando algo similar los detractores de la Colombia Humana?
Por eso fue que me gustó, precisamente por lo que a muchos les pareció un horror, el colmo de la agresividad a pesar del tono pausado, o un tremendo atrevimiento de su parte, como si perder la Presidencia le restara el derecho a disentir; como si perder unas elecciones fuera perder la voz. Grave error.
Tiene la determinación de liderar la oposición no solo desde la curul que tendrá en el Senado, sino de forma activa generando hechos políticos a través de la movilización. Sí, en la calle y no solo en las redes, así como sucede en medio mundo y pasará aquí no más, esta semana, en Estados Unidos.
Ya dijo que lo va a hacer, pero ni idea cómo está pensando hacerlo Petro, si va a agitar los temas gruesos de política nacional o si buscará causas regionales que generen identidad; si va a propiciar el control a los gobiernos regionales y marcarles los pasos a sus compañeros en el Congreso, todo eso camino a las elecciones de 2019, que incluyó como derrotero. Y dijo que le dará tiempo de llegar al nuevo gobierno, que no le corre afán.
Y ni idea cómo está pensado el presidente electo, Iván Duque, manejar el asunto porque, así como su promesa y determinación es la de iniciar una nueva etapa en la forma de hacer política y ejercer la presidencia, también debe saber que de la mano llega una nueva forma de hacer oposición. Van en combo.
La política está en la calle. El debate regresó a la plaza abierta. Llegará a las regiones a través de los encuentros que planea hacer el gobierno para mantener la sintonía con los ciudadanos y salir del ombliguismo de la Casa de Nariño. Es lo mismo que pretenderá hacer la oposición. La disputa por el territorio político es legítima y se dará en escenarios como la defensa de los derechos de las minorías, se expresará en el rechazo a proyectos que busquen desencuadernar los acuerdos y se manifestará en la convocatoria a millones de colombianos que rechazan la corrupción.
Si como lo dijo Duque su meta es depurar la política y procurar el fortalecimiento de las instituciones, también es necesario que actúe de forma diferente ante el disenso. La modernización de la política en Colombia exige actualizar la valoración de la debida protesta, que a su vez está obligada a excluir vandalismo y violencia, que será el gran reto para quienes la lideren y la forma de honrar el gran pronunciamiento de los electores. Es hora de una nueva mirada sobre el alcance de la participación ciudadana que garantiza la Constitución del 91.
Si el país de verdad quiere avanzar una gran agenda social, como lo planteó esta semana el nuevo presidente, a la oposición también le corresponde pensar en que la movilización por la movilización misma no lleva a ninguna parte, y pretender cogobernar atravesando palos a las ruedas no será la respuesta que atienda las necesidades de los colombianos.
En este nuevo tránsito es importante que Petro no confunda su agenda personal con la de los ciudadanos. Varios millones votaron por él, pero otros cuantos millones marcaron la señal de cambio, por eso no es “dueño” de la oposición. Muchos no son de izquierda, pueden ser antiuribistas, de centro o simplemente personas situadas en un punto del espectro que se llama hastío con la forma como se gobierna y hace política en el país. Gente que se declara en guardia ante los retrocesos que pueda traer un mandato respaldado por fuerzas en contra de los derechos adquiridos por las mujeres, de los grupos LGBTI o de las preocupaciones ambientales de las comunidades, entre otros asuntos.
Me gustó el discurso de Petro porque pone en su sitio aquella falsa idea de que el control al poder se debe hacer a puerta cerrada, en silencio. Porque puso sobre la mesa un tema fundamental que tenemos que entender y construir: ejercer un permanente control sobre el gobierno es lo mejor para todos. Y, por supuesto, ejercerlo también sobre los líderes de la oposición.
Duque tiene un mandato claro, un gran respaldo y el triunfo en su mano. Pero eso no le da carta blanca. Habrá medio país mirándolo atento, consciente de que la democracia no se reduce al voto. Va a contar también con un franco opositor que tiene el deber y la responsabilidad de encauzar la diferencia alejándola de la confrontación violenta que tanto rechazamos los colombianos.
“Lo nuestro es la movilización popular, es esa ciudadanía que comunica permanentemente, que queremos que siga viva en las calles, politizadas de la mejor manera”, afirmó Petro el domingo. Así como lo dijo Álvaro Uribe en diciembre del año pasado, a propósito de su llamado a la resistencia civil y a organizar manifestaciones en contra del gobierno: “No basta con el alegato jurídico, hay que prepararse en movilizaciones”.