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Pico y placa: el fracaso de la movilidad

¿Hasta cuándo seguiremos atrapados en las antitécnicas y antieconómicas medidas de restricción al vehículo particular?

Eduardo Behrentz
23 de septiembre de 2020

Por: Eduardo Behrentz

El origen de la restricción vehicular en Colombia data de finales del siglo pasado, cuando la primera administración de Enrique Peñalosa creó el “pico y placa” como medida transitoria y de choque para enfrentar la congestión derivada de las obras civiles de las primeras líneas de TransMilenio.

La solución coyuntural se volvió permanente y, tristemente, referente para otros centros urbanos del país. Desde entonces, el legado de muchos de quienes han liderado la Secretaría Distrital de Movilidad ha gravitado alrededor de una inoficiosa guerra contra el carro. Peor aún, con el paso del tiempo, la discusión sobre ingeniería de transporte en una de las principales ciudades del continente ha estado dominada por cuántos dígitos, horas y días aplican para las prohibiciones. Un verdadero despropósito.

El pico y placa, como cualquier otra medida draconiana (v.g., toques de queda y cuarentenas), no puede ser considerado como parte de una política pública sino como lo que verdaderamente es: una contingencia para resolver una emergencia específica, en donde su alcance es atender un síntoma severo sin pretender resolver nada de fondo. De esta forma, así como el encierro no es la solución a la pandemia, la restricción vehicular no es la solución a la congestión.

Después de más de dos décadas de implementación, hoy sabemos que el impacto del pico y placa es solo de corto plazo: es evidente que al imponer o aumentar una prohibición de circulación, se reduce el tráfico vehicular. El problema es que, en el mediano y largo plazo, estas medidas incentivan exactamente lo contrario a lo que pretenden: más vehículos, y más viejos, en las calles. Y luego la única solución es el círculo vicioso de aumentar aún más la prohibición.

No es casualidad entonces que en ninguna ciudad importante de ningún país desarrollado existan estrategias como el pico y placa, en donde se prohíba el uso general del vehículo en función de horas y números de licencia. Con pocas excepciones, este es un triste patrimonio de América Latina, y Colombia es, quizás, el lugar del mundo con mayor penetración de este tipo de decisiones.

El pico y placa no es ninguna innovación en la gestión moderna de la movilidad en centros urbanos. Por el contrario, estar atrapados en su aplicación como una de las pocas cosas que puede decidir la Alcaldía para mejorar de forma transitoria los tiempos de viaje en la ciudad, es muestra del contundente y sistemático fracaso en las políticas de movilidad.

Es por esto que, en lugar de considerar nuevas restricciones en los días sábado, creo que la Administración Distrital usaría mejor su capacidad de liderazgo y convocatoria si se dedicara a gestionar acciones en positivo. Un buen ejemplo es retomar la iniciativa de cobros por congestión (ver detalles aquí) como estrategia alterna al pico y placa.

Por medio de dicho mecanismo, que cuenta con numerosos antecedentes de éxito internacional y plena justificación desde las ciencias económicas, se logra que quien genere la externalidad de la congestión, pague por ella. Así, mientras se controla la demanda de viajes motorizados, se generan recursos que pueden utilizarse para mejorar el sistema de transporte público.

Y esto, por supuesto, complementado por estrategias que se deriven, entre otros, de las lecciones aprendidas durante la pandemia y que pueden incluir acciones en dimensiones como el uso compartido del carro con ayuda de herramientas tecnológicas, la ampliación del teletrabajo, la armonización de las normas de uso del suelo y la promoción efectiva de medios no motorizados.

Lo anterior no es fácil y requiere grandes esfuerzos y compromisos. Pero representa, sin duda, una actitud más responsable con nuestras necesidades presentes y futuras. ¿Qué tal si el sueño que nos vende la alcaldía es que algún día dejemos de hablar del pico y placa?

Corolario: esta pieza no es una defensa al vehículo particular ni pretende ignorar las complejas consecuencias urbanas que se derivan de la masificación de su uso. Por el contrario, entendiendo que sostenibilidad es sinónimo de menos viajes en carro, el mensaje que pretendo transmitir es que el control de este modo de transporte, así como la recuperación de las externalidades que genera, deben hacerse basados en información técnica y siguiendo la buena práctica internacional.

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