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Pilas con la ludopatía

La ludopatía no es un vicio ni un hobby, es una enfermedad crónica que requiere tratamiento (inexistentes en la mayoría de ciudades del país), es una epidemia que paradójicamente el Estado ha tenido la motivación de expandirla y no de prevenirla.

Daniel Mauricio Rico, Daniel Mauricio Rico
21 de octubre de 2019

La ludopatía es un trastorno grave que lleva a muchos a apostar de manera incontrolable, una adicción sin sustancia que se remunera neuronalmente por la dopamina y la norepinefrina que se generan con los juegos y las apuestas. Una psicopatología (clasificación DSM-IV-R de trastornos mentales) que de manera progresiva e igual a como ocurre con el alcoholismo y la narco dependencia, avanza destruyendo carreras, vocaciones, familias, patrimonios y vidas. 

Desde los años sesenta se estudia en los Estados Unidos a la ludopatía como una epidemia. Según las estadísticas clínicas el juego patológico afecta al 2% de los adultos (Shaffer, et al., 1999). Se sabe también, que esta cifra varía según el tipo de juego y que entre más corto el tiempo de diferencia entre la apuesta y el premio (o pérdida), mayor la adicción. 

La nueva dimensión de la ludopatía son las puestas en línea, los casinos virtuales y las apps de los celulares conectadas a las tarjetas de crédito. La tecnología y el proceso de destrucción creativa (Schumpeter, 1942), lleva a que las máquinas tragamonedas, los salones de bingo y los esferodromos se vuelvan piezas de museo. Los millennials y post-millenials no se encierran en locales llenos de ruido y luces estridentes para apostar, lo hacen bajo el anonimato que da internet y aprovechando la oferta ilimitada de páginas de apuestas deportivas en todo el mundo. Incuban la ludopatía en sus celulares y portátiles sin dejar mayor rastro de cuando el juego se convierte en patología.

Al Congreso y al Ministerio de Hacienda les tomó tan solo 24 años reglamentar las apuestas en línea (así las cosas, los seis años que lleva Uber operando en el país sin reglamentación son un simple parpadeo), y lo hizo bajo una lógica tributaria que ha sido pragmática, inteligente y por ende atípica en nuestra República. Por medio del Artículo 93 de la Ley 1753 de 2015 las apuestas virtuales quedaron exentas de IVA, y se abrió la reja para que todos los operadores que habían crecido (exponencialmente) en la ilegalidad, entraran a operar bajo condiciones muy competitivas. 

Tributariamente el manejo de las apuestas ha sido un éxito, que se suma a la reingeniería institucional que permitió liquidar Etesa y crear a Coljuegos hace ocho años, logrando mermar significativamente la corrupción y ampliando el recaudo anual por juegos de suerte y azar a más de medio billón de pesos. En las apuestas en línea, se mordió una porción importante del pastel que estaba en la ilegalidad y ahora funciona para efectos fiscales por encima de la mesa. En julio de 2017 las ventas por apuestas en línea eran de solo $320 millones, solo un año después, estas habían subido a $188.877 millones mensuales (cifras de Coljuegos, citadas por Fedesarrollo, 2018).        

Para la familia de un ludópata, la “buena noticia” de que el recaudo tributario por apuestas subió es realmente una pesadilla, esos son los números que reflejan su tragedia. En los casos de ludopatía que conozco esta ha implicado embargos, engaños, abandonos, robos, abusos y rupturas afectivas para mantener la adicción al juego. ¿Cuántos centros para el tratamiento de ludópatas se han construido con los pesos extras del recaudo?, ¿Cuántos estudios clínicos han sido contratados para estudiar la ludopatía en población joven?, ¿Cuánta plata se ha girado para campañas publicitarias que advierten a padres y madres sobre los riesgos y síntomas de la ludopatía?, ¿Cuántos terapeutas o especialistas trabajan para las grandes casas de apuestas en prevención y responsabilidad social frente a la ludopatía? Las respuestas en su respectivo orden son: cero, cero, cero y cero. 

Es urgente una política de salud pública (y no solo tributaria) de las apuestas en línea, es perentorio adoptar medidas frente a la excesiva publicidad en eventos deportivos que en cada partido incluye desde las camisetas de los jugadores, las vallas en el estadio, la franja completa de los comerciales del entre tiempo y hasta los comentarios pautados del narrador deportivo. Además, ya está bueno de ver a algunas glorias de la selección Colombia hacer el ridículo de cortarse (o alisarse) los crespos, cantar cancioncitas pegajosas y disfrazarse para dar bonos de regalo en las páginas de apuestas. Por las mismas razones de salud pública que se regula la publicidad de cigarrillos y alcohol, se debe limitar el mercadeo masivo de las apuestas.

La ludopatía no es un vicio ni un hobby, es una enfermedad crónica que requiere tratamiento (inexistentes en la mayoría de ciudades del país), es una epidemia que paradójicamente el Estado ha tenido la motivación de expandirla y no de prevenirla.