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Plinio, los periodistas y el conflicto

Jorge Iván Cuervo refuta la tesis de Plinio Apuleyo de que los periodistas no deben entrevistar a personas al margen de la ley. Los invita a humanizarlos.

Semana
30 de enero de 2005

En las Lecturas Dominicales del periódico El Tiempo, el embajador de Colombia ante Portugal, Plinio Apuleyo Mendoza, en su condición de periodista, abre el debate sobre los límites al ejercicio del periodismo en una situación de conflicto armado interno -o de lucha contra el terrorismo, como prefiere llamarlo él-. Las preocupaciones del periodista Plinio surgieron ante un reportaje de la revista Cromos en el que se mostró "el lado humano" del campamento del Secretariado de las Farc, específicamente, de la vida en la selva de alias 'Raúl Reyes'. No dice nada sobre 'reportajes humanos' a miembros de otros grupos ilegales, como el libro Mi confesión de Carlos Castaño de Mauricio Aranguren, o el libro que publicó Norma de la periodista Glenda Martínez sobre el comandante de las autodefensas, Salvatore Mancuso; pero entendemos que el principio de la queja es el mismo.

Sostiene Plinio que en Europa difícilmente se hubiera realizado un reportaje de esta naturaleza, por ejemplo con la organización terrorista vasca ETA, pues en el viejo continente está muy clara la frontera entre la verdad que debe informarse y la verdad que no debe mostrarse, siendo la primera aquella que conduzca a fortalecer los valores democráticos y la legitimidad de las instituciones. Arguye que en una situación como la colombiana, el periodista no puede ser neutral y debe necesariamente tomar partido por la parte institucional. Frente a lo primero, la columnista Marianne Pansford de El Espectador da ejemplos recientes de reportajes a miembros de grupos terroristas en Europa, con lo que queda refutada esa tesis.

Frente a lo segundo, uno podría ponerse de acuerdo con Plinio hasta ahí. Es decir, en que no se justifican 'reportajes humanos' a los miembros de un grupo ilegal -cualquiera que sea, Farc, Auc o Al Qaeda- porque dichos reportajes ocultan la otra cara de la moneda: que esas personas dirigen verdaderos ejércitos irregulares contra Estados legítimos y desarrollan operaciones -muchas de las veces usando medios considerados terrorismo por el derecho internacional humanitario- que afectan a la población civil.

Pero, ¿qué más supone esta toma de partido por una de las partes, esta renuncia a la neutralidad de parte del periodismo que propone Plinio? El no lo dice, pero entonces es necesario seguir el debate sobre si esa no neutralidad supone la renuncia a buscar y mostrar hechos ciertos y veraces en el contexto necesario para entenderlos.

Si el periodista se debe a los ciudadanos y estos se sienten representados y protegidos por el Estado, que de manera legítima los defiende de sus enemigos -que es el escenario desde donde discute Plinio-, ¿significa esto entonces que los periodistas deben callar hechos que comprendan, por ejemplo, abusos de parte de funcionarios del Estado, como violaciones a los derechos humanos, sobre la base de que ello podría disminuir la legitimidad de dicho Estado? O ¿debieron haber callado los medios de prensa de Estados Unidos ante las torturas de la cárcel de Abu Ghraib porque eso afectaba la moral de las tropas y en últimas, la seguridad nacional? Si esa es la vía que conduce el ejercicio del periodismo, según la tesis de Plinio, no podemos estar de acuerdo. El periodista en una sociedad democrática está para denunciar todos los abusos, vengan de donde vinieren.

La supuesta complacencia de algunos medios informativos y de algunos periodistas con los grupos ilegales que denuncia Plinio, incluso señalando que no llamarlos terroristas ya constituye una concesión que la sociedad no debe permitir, radicaría en que los medios no deberían servir de caja de resonancia de la visión de dichos grupos. Mucho menos en mostrar su "lado humano". Es decir, según él, lo ideal es hacerlos invisibles ante la opinión pública y no otorgarles ninguna legitimidad ni ninguna vocería distinta de la que debería darse a cualquiera que viole la ley en un Estado de derecho. (En esa lógica, no tendría sentido entrevistar a funcionarios corruptos ni a nadie que haya violado la ley). Sin duda, un exceso indeseable.

Una cosa es la información descontextualizada, como la que mostraría las acciones y los pronunciamientos de las Farc como el de un grupo que representaría a los desposeídos de Colombia contra un Estado ilegítimo y opresor. Eso no es veraz. Como tampoco sería veraz presentar a los grupos paramilitares como paladines de la justicia. Pero mostrar las acciones de las Farc -o de cualquier otro grupo armado- y sus puntos de vista, pero también las del Estado -reconociendo que éste no está en el mismo plano ético y jurídico que sus enemigos- no es una toma de partido que corresponda con la ética del periodista, como es la de garantizar que la sociedad esté bien informada sobre lo que acontece, aun en tiempos de guerra o de terrorismo. Porque la legitimidad del Estado no se incrementa en la mentira o en el ocultamiento de las verdades, sino en la defensa de los derechos de los ciudadanos, objetivo que no está en la agenda de ningún grupo ilegal, llámese terrorista o no, pero sí en la del Estado.

Ahora bien, cuando un medio informa y no muestra la otra cara de la noticia, consultando y confrontando distintas fuentes, y sin ofrecer un marco conceptual e histórico para entender el hecho, ya se trata de un problema de mal ejercicio del periodismo, de falta de profesionalismo que debe ser corregido con los códigos de ética de dichos medios.

Y hay otra premisa que olvida Plinio: que los ciudadanos son mayores de edad -en el sentido kantiano- y pueden formarse su propio criterio.

Así que no debería preocuparnos si nos cuentan que alias 'Mono Jojoy' escucha Mozart o que Mancuso escucha los sonetos de Bramhs, porque también nos han dicho, justamente periodistas en medio de las dificultades que supone una guerra irregular en una sociedad libre y democrática, las atrocidades de que han sido capaces estas personas. Pero es justamente ese "lado humano" el que permitiría una salida al círculo vicioso de la violencia, tal y como puede verse en el actual proceso de desmovilización con los paramilitares, dónde -más allá de las consideraciones políticas e ideológicas de la coyuntura- las lágrimas de Mancuso pueden ser el símbolo que nos recuerde que detrás de tanta crueldad, de tanta rabia, de tanta indignación, de tanta 'inhumanidad', hay seres humanos, personas capaces de entender las necesidades del otro.

Si el periodismo también puede mostrar ese lado, en el contexto adecuado y sin que eso suponga el ocultamiento de lo demás, también estaría cumpliendo la función de contribuir a reforzar los valores de entendimiento, solidaridad, generosidad y perdón que serían atributos de una sociedad que resuelve sus conflictos sin necesidad de apelar a la violencia.

*jicuervo@cable.net.co