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POBRE VICTOR G.

Semana
4 de octubre de 1999

El cargo más ingrato de los que actualmente componen la telaraña del gobierno Pastrana es
el del Comisionado de Paz. Francamente deberían vender en Colombia seguro contra la posibilidad de que
el Presidente lo nombrara a uno en ese puesto. Primero, porque no hay manera de decirle que no sin correr
el riesgo de quedar como un apátrida y, segundo, porque no hay posibilidad de que eso salga bien.
Es la película que está protagonizando actualmente Víctor G. Ricardo, de quien se han llegado a decir las
peores pesadeces. Desde que la G de su nombre corresponde a la marca Gucci, de la que se le acusa de
ser aficionado, hasta que es un apéndice del Presidente sin ningún vuelo propio, pasando por la afirmación de
que su verdadera vocación política apunta a los mullidos muebles franceses de alguna embajada europea.
Pero búsquenle un reemplazo a ver si lo encuentran fácil. Distinto de Alvaro Leyva, que no puede serlo por
razones obvias, son contados con los dedos de la mano los colombianos que no saldrían en estampida a
comprar seguro contra la posibilidad de que los nombraran. Porque desde las épocas de Belisario, cuando el
cargo con otro nombre lo ocupaba John Agudelo Ríos, con muchísima menos responsabilidad de la que
hoy tiene Víctor G., la opinión ha demostrado los extraordinarios grados de ingratitud a los que puede llegar
a la hora de evaluar el desempeño de dicho funcionario. Los extremos no se hacen esperar: o al pobre
Comisionado se le da tratamiento de lagarto, como muy injustamente le sucedió a John Agudelo a pesar de
que actuaba ad honorem y con plata de su propio bolsillo, o queda graduado como el personaje más
detestable del régimen, como en el caso de Víctor G. (No faltan quienes a este último le dan ambos
tratamientos...)
Por lo pronto el único defecto que no puede achacársele a Ricardo es el más común entre quienes
manejan el tema de la paz: el de la proclividad al protagonismo. Por el contrario, lo que los medios le
critican al Alto Comisionado para la Paz es que habla demasiado poco a pesar de ser el único autorizado por
el Presidente para referirse al espinoso tema.
Pero, instintivamente, la opinión le achaca a la existencia de este funcionario la ocurrencia de los desmanes
de la guerrilla como si fuera él quien concediera el permiso de cometerlos o estuviera en condiciones de
impedirlos. En cambio, cuando algo sale bien, los méritos se le atribuyen a la generosidad de la guerrilla
y se descargan del inventario de logros del Comisionado: no he escuchado una sola opinión sobre los
méritos que le caben a Víctor G. por haber traído el proceso hasta donde se encuentra hoy en día:
estancado, pero definitivamente vivo. Mientras de lo segundo se le ignora, de lo primero se le acusa.
En esa situación se encuentra actualmente el pobre Comisionado Ricardo. Enredado en las cuerdas de la
fallida Comisión de Verificación, ya han surgido las voces que proponen salir de él para superar el impasse,
porque esa es otra práctica de la opinión con los comisionados de paz cuando las cosas se complican:
darles tratamiento de sofá.
Pero lejos de vender el mueble, en momentos en que Víctor G. por lo menos ha demostrado haberse
ganado la confianza de las Farc, la solución está más bien en aceptar que dicha Comisión de Verificación
vino a saltar al escenario de la controversia en el momento más inadecuado y que en la actualidad es
totalmente prescindible.
Es justificada la preocupación del Presidente por los abusos que la guerrilla pueda estar cometiendo en la
zona de distensión. Pero por cuenta de ellos hemos llegado a la distorsión de asumir que si la guerrilla
comete esos abusos _secuestrar, fusilar, cultivar coca o transportar armas_ por fuera de la zona de
distensión, eso es mucho menos grave.
Para poner las cosas en su punto, y en eso coincido con la autorizada opinión del ex ministro Rafael Pardo,
lo único que una comisión de verificación lograría descubrir hoy por hoy sería que la guerrilla, en la zona de
distensión, piensa y actúa como guerrilla. Porque si lo pactado hubiera sido que los guerrilleros se portaran
como colombianos respetuosos de la ley, del orden y de las autoridades legítimamente constituidas, ya no
habría necesidad de adelantar ningún proceso de paz.
El Presidente Pastrana debería sacudirse de encima la exigencia de la Comisión de Verificación y dejarla
para más adelante, cuando como producto del primer acuerdo que se pacte con las Farc surja, realmente,
algo para verificar. Pero mientras tanto podría diseñarse un mecanismo político que canalice las quejas
relacionadas con posibles abusos de alguna de las partes, que pudieran ir perfilando unos acuerdos de
comportamiento que sirvan de marco para arrancar las conversaciones.
Por lo pronto, Ricardo debería cambiarse la G por la J. Jota de Job, digo.Entretanto... ¿Cuándo se notará que
tenemos nuevos ministros de Justicia y de Agricultura?

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