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Los falsos negativos

Hay personas que andan con nube propia.

Semana.Com
26 de diciembre de 2015

Se las describo: Caminan por esta vida con una nube gris o negra siempre sobre sus cabezas, cargada de rayos y centellas, como si fuera un globito amarrado a una oreja o a una pestaña, a la muñeca de la mano. Y el globo gris pesimista y alarmista los acompaña de día y de noche, llueva (de verdad, ahí afuera de sus cabezas) o haga sol, ese sol que sí existe y que hace evidente los claro-oscuros de la vida, del país, de la política, de la economía, de la paz. La luz que permite los matices y los colores.

Me cansa y aburre esa gente, en especial cuando cargan junto a la nube una retórica de país fracasado, en retroceso, en el que todo empeora siempre. Todo es todo, no algunas cosas, no: todito todo. Para estas personas, Colombia no es lo que era -¡menos mal!- y lo que sucede hoy es la antesala de cosas tremendas que sucederán, condenándonos a ser un país inviable, sin rutas de salida.

Toda esa retórica la denomino “falsos negativos”: van acabando con nosotros a pesar de no tener mayor sustento; minan la comprensión de nuestra realidad y nos amarran a la coyuntura, tapando la perspectiva. “Falsos negativos” sin autor claro, lanzados como si fueran verdades desde las trincheras de los centros de poder (político, económico, agrario, sindical, mediático, burocrático, social, castrense…) para ser repetidos y que de tanto recitarlos, parezcan ciertos.

Vivimos de actos de fe. Somos poco dados a verificar, a hacer la tarea completa y eso termina siendo costoso para un país que necesita avanzar todo junto -no por partes, no por grupos, no por colores, no por edades, no por regiones, no por estratos o preferencias sexuales-, de manera realmente incluyente.

En estos días me puse en la tarea de repasar los datos y verificar el desastre que tanto nos pronostican. Hice un corte de 20 años, es decir, de 1995-2015 (2014, si no hay cifras terminadas) para ver si es cierto este barranco sin freno. Esto incluye todos los “ismos”: samperismo, pastranismo, uribismo y santismo. Ahí hay para todos los gustos y sin sabores, odios y amores. Son 20 años que han visto desfilar alcaldes y gobernadores, líderes empresariales con diversas visiones, precios del petróleo de USD 16, 98 barril Brent (noviembre del 95), USD 133 en julio del 2008 y USD 44 en noviembre pasado.

Consulté las estadísticas del Dane, pero, pensando en la desconfianza que nos caracteriza, verifiqué con las del DNP, pero como también son oficiales, miré las de Fedesarrollo, pero como seguramente tampoco son suficientes, repasé las del Banco de la República, las de la Cepal, las de la OMS, las de Transparencia Internacional y hasta las de los Olímpicos y los premios Grammy.

Lamento decirles que los “falsos negativos” son ciertos. En estos 20 años es mucho lo que ha avanzado este país. Algunos datos: el desempleo ha disminuido de forma sostenida, sin olvidar el bache (en el 2000 fue del 14,9 %, y en el 2014, del 9,11 %); la inversión en desarrollo aumentó en 47 % entre el 2000 y el 2010, y continua; la clase media ha crecido, fundamental para toda economía; el PIB per cápita en 1995 era cercano a 6.000 dólares, en el 2012 fue del orden de 10.500 dólares. La financiación de la I+D ha aumentado, así como se han movido positivamente la proporción del PIB para actividades de ciencia y tecnología. Las patentes concedidas en el 2012 fueron 1.724, frente a 425 del 91. Ha aumentado el turismo y nuestra competitividad, sin ser aún tan exitosos como México o Barbados, pero tampoco espantamos como Nicaragua, Venezuela o Paraguay (según la OIT); Colombia como destino turístico es hoy apreciada por su gente, su cultura y su biodiversidad, aunque también es cierto que nos falta infraestructura y mayor oferta como destino de negocios.

Las exportaciones de café, carbón, petróleo y derivados, ferroníquel y las no tradicionales aumentaron entre 1992 y el 2015 (parcial), como lo muestra la estadística del Dane; exportamos hoy más a Ecuador, Perú, la Unión Europea y el Mercosur.

Hasta finales de los 90, Colombia se destacaba, con Haití, por tener los peores indicadores de salud de América Latina, con una cobertura del 22 % de la población. La cuestionada y nunca bien ponderada Ley 100 elevó el cubrimiento a más del 95 %, siendo nuestro sistema el primero en solidaridad y el #22 en desempeño. Según las cifras de la Organización Mundial de la Salud (OMS), también resulta falso que el porcentaje de inversión del PIB haya venido decreciendo. En materia educativa, ha aumentado la inversión en educación superior (para las personas entre 17 y 21 años), la deserción escolar ha disminuido en los últimos 10 años, y ha llegado educación a más municipios, pasando de 481 en el 2009 a 805 hoy.

La corrupción sique siendo un tema realmente negativo, pero ni este ni el pasado ni los últimos diez años han sido los peor renqueados: los años 1997 y 1998 fue cuando la sacamos del estadio, si nos atenemos a los índices de percepción de Transparencia Internacional. Y sigo: desde el 2000 el crecimiento del desempeño de nuestros deportistas olímpicos ha ido en ascenso, como ha brillado el ciclismo, reinamos en BMX, en salto largo y en otras disciplinas; hasta hemos ganado más premios Grammy en esta etapa. Todo eso que se llama “soft power” ha conquistado al mundo en menos de 20 años y con la bandera de Colombia por delante.

El sector financiero del país no ha dejado de ganar ni un peso en estas décadas. Pero ni uno: al contrario. Y es cierto que, frente al crecimiento de ese sector y el extractivo, hay un claro rezago en el crecimiento agrícola e industrial, dos renglones que hay que apuntalar urgentemente.

Este no es el paraíso, pero tampoco es hoy un infierno. Nada de esto –lo bueno, lo regular o lo malo- ha sucedido en un día, en un gobierno, en la administración de un gerente, bajo el mando de un solo general o porque, de chepa, un atleta se llevó la de oro. No estamos en la mala, ni en la pésima. Estamos en lo que hemos hecho, omitido y desdeñado como sociedad. Y con todo y todo, seguimos avanzando.

Hay una imagen poderosa que he visto en pueblos y ciudades y que de alguna forma nos describe a los colombianos: a la hora de barrer el frente de la casa hay quienes barren hacia fuera –empujando hojas, papeles y mugre a la calle- para dejar limpio su espacio y que otro recoja; hay otros que barren hacia adentro, dejando limpia la calle y su acera para beneficio propio y de los demás.

Y hay quienes prefieren que la lluvia arrase con todo y se sientan sin hacer nada… a alimentar la nube propia y a esperar.

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