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¿A imagen y semejanza?

Todos tenemos la imagen en la cabeza: cerramos los ojos y aparece la vida encallada de un niño pez –delfín– estrella de mar extraviado de su casa, de su gente.

Semana.Com
11 de septiembre de 2015

El mismo día en que los medios de comunicación locales y de muchos países debatían la publicación de la foto y su potencia o pertinencia para escenificar el drama sirio y de quienes buscan refugio político o económico en Europa,  en la primera página de un diario sensacionalista colombiano colgaba –literalmente– la imagen de una muchacha de 16 años que se había suicidado la víspera.  Pero esa foto de una colegiada que prefirió quitarse la vida a ir a clase no generó ningún debate, simplemente fue otra noticia.

“La sociedad necesita el periodismo para entenderse a sí misma”, dijo esta semana y en estas mismas páginas digitales el periodista Alberto Salcedo Ramos.  Muy cierto. Entonces trato de entender: ¿nos gusta el morbo o la violencia? ¿Nos conmueve el horror de la desgracia ajena o nos alivia saber que eso sucede pero le pasa a otros?

Me impresiona el gusto que hay en el país por los diarios populares de marcada crónica roja, bien judicial, mezclada con el amarillismo farandulero, la modelito de turno y el  crucigrama “para matar el tiempo”.  Me repugna esa multiplicación de la sangre y el negocio, porque muchos  diarios “serios” compensan sus ventas  con este menudeo de la miseria, la violencia, el drama de la bala perdida, el acuchillado, la violación, el atropellado o el ahogado de turno.

Pero si paso la página y voy a otros medios, la información empieza a asemejarse a un  eterno reality: si es en la frontera,  los noticieros mandan a sus presentadores estrella, a sus reporteros guerreros a cubrir la situación y a entregar  información, análisis, perspectivas para que entendamos en vivo y en directo. Pero con el paso de los días y al ser evidente que la cosa es más compleja, los enviados especiales regresan, el  envión  informativo tiende a diluirse y la información empieza a bordear el  sensacionalismo, esa necesidad de mantener la audiencia a punta de emotividad y cierto morbo.

Lo mismo pasó hace unos meses con la historia escabrosa de tres hermanitos violados sobre los cuales la radio vociferaba detalles sin pudor alguno. O con el caso de la recaptura del  fugado  “Monstruo de La Sierrita”, quién además apareció vestido con la camiseta de la Selección Colombia, la misma con la que seguramente soñaban sus víctimas, todos menores de edad. A mi esa imagen me dio rabia y pensé: la FedeFútbol o Adidas o alguien debería demandar por permitir semejante manoseo de un símbolo que apreciamos.

Todos hablamos de la importancia de reducir la violencia en esta sociedad, debatimos si  estamos condenados a ella por cuenta de un ADN particular; nos indignamos cuando nos señalan de bárbaros, narcos, paras, sicarios, guerrilleros y soñamos con la gran paz. Pero la verdad es que, en términos informativos, pareciera que estamos enfrascados en los mismos titulares, sin buscar o encontrar alternativas de información. ¿Será que de tanta cosa no sabemos explicar el mundo que nos rodea si no es a través del contrapunteo entre balas, cuchillos y todo tipo de abusos?

Como sociedad, nos preciamos de ser creativos y recursivos. Me pregunto si a la hora de entender qué es o puede ser noticia, más bien lo que estamos es repitiéndonos. Todo se vuelve invisible a medida que nos vamos anestesiando.

Flash-flash: el cambio de apellido criollo por uno de difícil pronunciación nombra el arribismo de algunas personas y delata el complejo de quienes  se deslumbran por eso. Cabe recordar que “springer” significa “saltador(a)”, alguien que salta.