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Muros

Llevamos décadas viviendo fraccionados, limitados. Para construir país tenemos que empezar por derribar los que entre todos hemos alzado.

Poly Martínez, Poly Martínez
10 de septiembre de 2016

Cayeron las Torres Gemelas y se alzaron los muros. De eso hace 15 años y hoy como legado tenemos la creciente xenofobia, islamofobia y todo-lo-diferente-fobia que hay en el mundo. Por eso, para contrarrestar la “invasión”, otro muro, otra alambrada y kilómetros de concertinas -nombre tan bonito y sonoro para semejante horror- que se alzan por el mundo. Y el muro más terrible, ese invisible que está armado a punta de miedo y prejuicios.

La muy cuestionada guerra contra el terrorismo se estrella contra un muro de resistencia sangrienta como es el yihadismo (en 2014 las muertes por cuenta del terrorismo aumentaron en un 80 %, según el Instituto para la Economía y la Paz;  este año serán más). De ahí, entre otros motivos, el acuerdo de este fin de semana entre Estados Unidos y Rusia para ver si logran disminuir la violencia que han alimentado en Siria, frenar la crisis humanitaria más grave desde el fin de la Segunda Guerra Mundial y desalentar el peligroso foco de terrorismo islámico.

Eso por allá, en el Gran Oriente Medio. Pero por estos lados los muros también se alzan, con menor frecuencia para controlar el movimiento de los propios –como el cierre de la frontera de Venezuela; o el hoy permeable muro de agua cubano- y la mayoría de las veces para atajar a los que quieren ingresar, como sucede en Europa, en la frontera de Estados Unidos con México o la de Colombia con Panamá.

Estamos rodeados por el tema de muros: los que están, los prometidos en campañas, los que buscan atajar a los “bárbaros” inmigrantes que procuran refugio. Hace 27 años cayó el de Berlín y ahora, apenas una generación después, los muros no solo se erigen en la mente de las sociedades, sino que se concretan.

Ya hay rejas en Calais y, la ministra británica Amber Rudd dijo en estos días que están listos a pagarle a Francia un muro bien armado – 4 metros de alto y 1 kilómetro de largo de lado y lado de la vía principal que lleva al puerto- solo para frenar la denominada “Jungla de Calais” que aunque enjaulada a 50 km de distancia (como de Cali a Buga), amenaza con tomarse la isla del Brexit. Hungría anunció el refuerzo de la malla en su frontera sur con Serbia, para evitar una nueva oleada de refugiados, como dijo hace poco el presiente Orban; ese país ya tiene 500 kilómetros de alambrado, lo que hay de Bogotá a Montería en línea recta. Europa se acerca a los 1.500 kilómetros de barreras físicas (Leticia a Apartadó en línea recta) y calculan que es más lo invertido en tender muros que en atender refugiados.

A este país todo llega tarde, lo que a veces tiene sus ventajas. Avanzamos hacia el cierre de nuestro particular capítulo de la Guerra Fría y el terrorismo, aunque tengamos el rezago del ELN, cada vez más a destiempo de todo: del país, de las comunidades y del final de su propia historia. Y digo que ese “atraso” colombiano tiene sus ventajas porque si nos fijamos bien podemos aprender de estos 15 años, entender que hay muchas formas de alentar la violencia y ahorrarnos el costo humano, económico, social y cultural de seguir construyendo muros -mentales o reales- para discriminar,  “contener” o “controlar” a los que llegan, a los que buscan oportunidades, a los que quieren abrirse campo o conocer y conquistar territorios antes imposibles de pisar. 

Llevamos décadas viviendo fraccionados, limitados. Entre muros. Para construir país tenemos que empezar por derribar los que entre todos hemos alzado.  

* @Polymarti

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