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MARTA RUIZ

Por el 2018

Con Santos habrá sin duda mucho más espacio para luchar por un mejor país, dado que por lo menos cree en las instituciones.

Marta Ruiz, Marta Ruiz
7 de junio de 2014

Es una desgracia que un país tenga que elegir entre una derecha de centro y una derecha extrema.
Lo normal es que en las elecciones los países se polaricen entre opciones muy diferentes. No entre divisiones que vienen del mismo tronco. Pero Colombia es así. Estamos definiendo el futuro entre Santos y Zuluaga, que, a pesar de tener visiones relativamente parecidas de ciertos asuntos como la economía, hoy en política representan cosas diferentes.

Como Colombia no tuvo revolución y sus reformas radicales (como la agraria) no han prosperado, una de las pocas fuerzas de movilidad social, económica y política han sido las mafias. Y es así como hoy tenemos configurado un país donde se disputan el poder el más encarnizado representante del establecimiento, con todo su desprecio por lo popular (en eso tiene razón William Ospina), y del otro lado, Uribe, por interpuesta persona, que representa a esa clase de gamonales que emergieron en los 80 a la sombra del narcotráfico, que acumularon dinero durante la guerra, que se han hecho millonarios con el despojo y la sangre ajena.

Ninguno de los dos representa las aspiraciones de los sectores populares, ni siquiera de las clases medias, y eso hay que tenerlo claro. Sin embargo, con Santos habrá sin duda mucho más espacio para luchar por un mejor país, dado que por lo menos cree en las instituciones. Al menos intenta armar una coalición de partidos maltrechos alrededor de un propósito nacional, mientras Uribe ha creado una seudo-religión aupada por una secta de creyentes. Con Santos habrá algo más de democracia, y no sólo una promesa de paz. 

Porque el problema no es firmar un acuerdo para ponerle fin a la guerra. Eso puede hacerlo incluso el zorro Zuluaga. Lo que está en juego es qué tipo de paz que se firmará. Qué tanta apertura democrática habrá para instrumentar los acuerdos.

Me temo que lo que le molesta a Uribe de que se llegue a un armisticio no es tanto lo que él llama impunidad, en su muy recién estrenado y bastante selectivo apego a la justicia. Lo que teme es que el acuerdo de desarrollo rural se implemente y haya repartición de tierras entre sus “siervos”. Y un catastro rural que ponga a sus amigos terratenientes a pagar impuestos. Eso de que la tierra tribute debe ser lo que los uribistas llaman Castro-chavismo. Y les molesta que se hable de participación política, acostumbrados como están a los shows donde el expresidente habla en solitario, muy a lo Chávez por cierto. 

Lo que está en juego es cómo serán las instituciones que nos regirán para que haya paz. Las del caudillo, o unas que se abran, como está pactado con la guerrilla, a construir desde la base, en un ejercicio de verdadera participación, la paz de Colombia. Lo que está en juego es si abrimos o no la democracia, si nos la jugamos o no por el pluralismo. Si los campesinos son tratados como ciudadanos de primera, o siguen siendo la carne de cañón de una guerra infame. 

Votaré por Santos con la esperanza de que esa sea la paz que se construya, y no otra. Con la esperanza de que los acuerdos de La Habana sean la llave para una transición social y política. Y con la esperanza de que si eso ocurre, en el 2018 tengamos un escenario político menos infame.

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