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Por una oposición

La segunda vuelta vale más de lo que cuesta: permite elegir una oposición.

Semana
20 de mayo de 2002

Leí en alguna parte que lo que está en juego en las elecciones presidenciales del domingo que viene es si vamos a tener guerra o si vamos a tener paz. No creo que sea así. Guerra vamos a tener de todos modos: la que estamos teniendo, y peor. Lo que está en juego es si vamos o no vamos a tener democracia. Y, con el uribismo rampante - es decir, parado en sus dos patas de atrás y lanzando zarpazos-, parece que no vamos a tenerla. El uribismo, en efecto, pretende que no haya oposición política. Y la existencia de la oposición política es, por el contrario, la única garantía de la paz.

Los uribistas sostienen que no debe haber oposición política precisamente porque hay guerra: la Unión Sagrada centra el enemigo común, la Salvación de la Patria, etc. Muchas mayúsculas. Pensar eso es un error, si es por ingenuidad; o un crimen, si es por interés. Esa mezcolanza entre el error y el crimen es la que ha servido siempre de justificación para las dictaduras, se llamen de derechas o de izquierdas (aunque toda dictadura, por el hecho de serlo, es de derechas, llámese como se llame). Cuando el enemigo común (¿común? no estoy tan seguro) no es exterior sino interno, cuando la guerra es civil y no militar, como es el caso en Colombia, el problema es político. Y en consecuencia no puede resolverse por la fuerza de las armas. Su causa es que no hay democracia. O sea: que no hay posibilidad de oposición política.

No la ha habido nunca. En los tiempos de los enfrentamientos entre conservadores y liberales ("godos" y "cachiporros"), la cosa siempre fué a tiros. Cuando unos y otros pactaron por fin después de su última matanza, la de la llamada "Violencia", su alianza del Frente Nacional, lo que pactaron fué precisamente dejar a la oposición por fuera. Y por eso, cuando esta quiso organizarse, o bien la compraron (el MRL de López, la Anapo de Rojas), o bien la exterminaron (la Unión Patriótica de Pardo Leal y Bernardo Jaramillo). Mataron a Uribe Uribe, mataron a Gaitán, mataron a Galán, mataron a Pizarro. Mataron incluso (y eso que era de ellos mismos, y el que incitaba a matar) a Gómez Hurtado, cuando ya no servía: y no servía porque estaba tratando de hacer oposición. Oposición política en Colombia no ha podido haber nunca. Y sin embargo la existencia de la oposición es la esencia de la democracia, la garantía de la libertad, y el único ámbito en el que puede florecer la paz.

De estas cosas enormes desciendo a lo inmediato y a lo concreto. Los uribistas dicen que, como Uribe Vélez va a ganar, no debe haber una segunda vuelta electoral. Sus argumentos son – como son siempre los de la derecha- demagógicos: que, ay, es tan difícil y tan peligroso votar en Colombia que es mejor no votar dos veces; que, ay, las elecciones cuestan tanto (60 mil millones de pesos para esa segunda vuelta) que esa platica estaría mejor gastada en casitas para los pobres y vacunas para los niños.

Pero si dicen eso es porque, justamente, los uribistas pretenden que no haya oposición. Que su candidato sea plebiscitado de un sólo golpe como Salvador de la Patria. Y que no se pueda medir, en la segunda vuelta, la dimensión de los que no desean ser salvados a la manera uribelezca: a las malas, y por unanimidad.

No, no: la unanimidad ficticia y a la fuerza es cosa mala. La segunda vuelta vale más de lo que cuesta: permite elegir una oposición. Y una oposición – lo sabemos con sangre por no haberla tenido - es tan importante como un gobierno.

Uribe va a ganar las elecciones, tal como están las cosas. Y luego vamos a lamentar que las haya ganado. Así que, en mi opinión personal, sería muy útil aprovechar estas elecciones para elegir también una oposición. ¿Serpa? Ya ni me suena. ¿Noemí? Por favor: ya ni siquiera es Noemí. Garzón. Yo voto por Garzón.

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