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¿Por qué tanta violencia juvenil?

El problema de la violencia juvenil no la resuelven solamente los establecimientos educativos. Se requiere con urgencia una alianza entre educadores, padres de familia y autoridades.

Uriel Ortiz Soto, Uriel Ortiz Soto
26 de septiembre de 2014

Queda claro que los códigos de menores y demás medidas represivas no están dando los resultados esperados. Ponerlos en práctica en los actuales momentos es como pretender apagar una hoguera con gasolina. Los jóvenes delincuentes tienen un desafío en parte con sus progenitores y en parte con la sociedad en general.

Sus continuas frustraciones de sentirse solos por causa de la desestabilización de sus hogares y de ver tanta injusticia social, los está llevando a ser retraídos y huraños con tendencia a buscar posicionamientos más fuertes de rebeldía, como una especie de ajuste de cuentas y retaliación contra quienes  han  robado su felicidad y el derecho a ser útiles a la sociedad. Los índices de suicidio por esta causa son alarmantes.      

Estamos padeciendo una sociedad violenta como consecuencia fatal de no haber mirado hacia atrás con tiempo. Nuestros jóvenes se están levantando en medio del laberinto del desorden social y la violencia en todas sus modalidades, si no reaccionamos con prontitud, será muy difícil contenerlos. Ya estamos arrinconados, nos han cogido tanta ventaja que se requiere de un estudio de mucho fondo para poderlos encausar por los senderos de la paz y la reconciliación. Es otro proceso de paz que tenemos que enfrentar. 

Pero esto no se logra de la noche a la mañana, se necesita de un proceso largo con acompañamiento de padres de familia, establecimientos educativos y autoridades en general;  con expertos en delincuencia juvenil y profesionales que sepan desentrañar cuales son las causas que los está llevando a un desbordamiento criminal que no tiene antecedentes en la historia de nuestro país. Es triste y desastroso ver parejas de niños menores de 15 años, que ya son padres de familia, a la vez avezados delincuentes sin ningún esquema de protección social. Varios de ellos con homicidios a cuestas.           

Siempre he sostenido que un diagnóstico a tiempo puede ser la solución para cicatrizar las heridas provocadas por el abandono y la incomprensión de los padres hacia sus hijos. Lamentablemente tenemos que decir que la violencia juvenil, la mayoría de las veces se inicia desde los hogares cuando sus progenitores los convierten en zonas de conflicto, que va generándoles rabia y frustración, los vuelve violentos y retraídos, para finalmente caer en los laberintos de la drogadicción como una vía de escape y de allí a la delincuencia organizada para cometer todo tipo de delitos.  

Las sociedades que se construyen sin los soportes fundamentales de principios y valores, están llamadas a padecer el yugo de la violencia de sus jóvenes a edad temprana, lamentablemente en las escuelas, colegios y universidades, las cátedras de moral y buenas costumbres han sido excluidas del pensum académico, como consecuencia lógica mal puede exigírsele a los futuros profesionales ejercer sus actividades bajo los preceptos de: moral y ética, postulados sobre los cuales se trazan las metas del desarrollo de cualquier país o región. 

Es preocupante que todos los días amanezcamos con casos de violencia juvenil en las diferentes regiones del país, el índice de niños homicidas, drogadictos, acosadores sexuales y expertos en matoneo, es alarmante y lo continuará siendo si nuestras autoridades educativas no se quitan la careta que adorna el todo va muy bien, cuando en las entrañas de las ciudades, intermedias, pequeñas, poblaciones, barrios, colegios y universidades, se están cometiendo todo tipo de delitos, es lamentable admitir que ser educador se ha convertido en un riesgo, puesto que  son el blanco de actos violentos ejecutados por sus propios alumnos. 

Las épocas en que los educadores eran acatados y mirados con respeto y reverencia, ya son historia del pasado, se conocen casos de jóvenes matones que bajo amenazas exigen a sus profesores pasarlos en un examen so pena de ser maltratados o conminados a abandonar la institución educativa. 

En los tiempos de paz y de guerra, lo primero que hay que hacer es desarmar los espíritus, pero, desde luego, sin dejar cabos sueltos, mal podemos permitir, que los violentos continúen disparando, hiriendo susceptibilidades de quienes deseamos una reconciliación verdadera.        Es un mal ejemplo para nuestras juventudes.  

En el mes de septiembre dedicado a la amistad, vale la pena hacer una serie de reflexiones sobre una institución que todos los días se va alejando de la realidad para ubicarse en los laberintos de la soledad y el olvido, tanta indiferencia social está llevando a millones de seres humanos a despreciar los estados de convivencia, puesto que, han tenido frustraciones en torno a una amistad que les abrió  heridas de por vida. 

Considero que la amistad es la antesala para llegar a la paz; es la puerta de entrada que abre horizontes, limando todo tipo de asperezas que han podido cometerse en el pasado con  persona de nuestro entorno o grupo social, para que haya perdón hay que empezar por construir amistad, y si de pronto esta ha sido lesionada en alguna circunstancia, buscar la forma de repararla.

Hay que hacer una serie de apreciaciones sobre la amistad y el proceso de paz que se lleva en La Habana, Cuba: cuando las heridas son muy profundas de parte de uno de los  actores, desde luego que debe ir acompañado de una acción de reparación, y asistencia profesional, pero, será la justicia la encargada de regularla. En estos episodios algunos jóvenes, tienen historias tristes y tenebrosas que contar: muchos de ellos cuando niños vieron asesinar a sus progenitores y violar en su presencia a madres y hermanas. 

Lamentablemente hay heridas que no cicatrizan, puesto que el oprobio, la degradación con asesinato o violación de uno o varios de sus seres queridos, no tiene límites de perdón  en la conciencia del ser humano, por esta causa es que los encargados de manejar estos procesos, deben actuar con inteligencia, para que, moral, psicológica y económicamente las víctimas, si por lo menos no quedan del todo satisfechas, sepan que hubo justicia y que los opresores cumplieron una condena dentro de los lineamientos de Justicia, paz y reparación. 
 
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