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Hace cuarenta años: preámbulo de una infamia contra Colombia

No obstante la actitud amistosa de Colombia con Nicaragua, al gobierno sandinista no le importó reclamar en 1980 todo el archipiélago de San Andrés.

Juliana Londoño, Juliana Londoño
18 de julio de 2019

En 1969 el gobierno del general Somoza, dictador de Nicaragua, reclamó los cayos de Roncador, Quitasueño y Serrana y negó que el meridiano 82° pudiera ser el límite marítimo con Colombia, como nuestro país lo había insinuado. No obstante, después del terremoto que destruyó a Managua en diciembre de 1972, el presidente de Colombia, Misael Pastrana Borrero, en un gesto de generosidad sin precedentes, construyó para los damnificados todo un barrio que se llamó “Colombia”.

Mas tarde cuando asumió la presidencia Julio Cesar Turbay en 1978, Colombia apoyó activamente a la revolución sandinista para derrocar a Somoza. Incluso gracias a la diligencia de nuestro país durante una reunión de cancilleres de la OEA en junio de 1979, se aprobó por un voto, una resolución en la que se condenó al régimen somocista y se pidió su relevo inmediato: fue el principio del fin del dictador nicaragüense.

El 19 de Julio de 1979, hace 40 años, la revolución triunfó. Hubo satisfacción en Colombia que estuvo presente en la entrada de los sandinistas a Managua con Daniel Ortega a la cabeza.

Seis meses después, el 4 de febrero de 1980, el canciller de Nicaragua, Miguel D’Escoto, un clérigo renegado, citó al cuerpo diplomático acreditado en Managua incluyendo al embajador de Colombia, a una reunión. Los invitados creyeron que se trataba, de un acto social en el que se les ofrecería una copa de vino y bocaditos.

Sin embargo, no había tal copa de vino, sino que se trataba de una reunión solemne con la plana mayor de la cancillería sandinista. De pronto, se leyó una insólita declaración en la que se notificaba públicamente que el gobierno había resuelto reivindicar la soberanía sobre de totalidad del archipiélago de San Andrés y declarar la nulidad e invalidez del tratado sobre asuntos territoriales colombo-nicaragüense de 1928.

El desconcierto fue general, ya que semejante exabrupto no se había visto en los anales de la política exterior contemporánea. Sin embargo, ninguno de los estados del continente, incluso los Estados Unidos que participaron en la negoción del tratado de 1928 y que tenían un acuerdo con Colombia sobre los cayos de Roncador, Quitasueño y Serrana, alzaron su voz para censurar la actitud de Nicaragua. Por el contrario, algunos discretamente la apoyaron: los sandinistas estaban de moda.

Se comenzó a especular que Nicaragua, aprovechando su cercanía al archipiélago y que de tiempo atrás venía fomentado la afluencia de sus nacionales a San Andrés, invadiría las islas. Incluso Ortega sugirió que haría una “invasión pacífica”, con millares de nicaragüenses vestidos de blanco. que en lanchas de todo tipo llegarían a San Andrés.   

El 2 de abril de 1982 la Junta Militar Argentina, en el marco de una disputa con la Gran Bretaña, invadió las islas Malvinas. Ante la decisión británica de enviar un fuerte contingente para enfrentar la invasión, el canciller argentino convocó a una reunión de la OEA para invocar la aplicación del Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca. Colombia, además de los Estados Unidos, Trinidad-Tobago y Chile, se abstuvieron al votar la resolución. Algunos justificaron la posición de Chile afirmando que había estado a punto de ser invadido por Argentina, así como la de Trinidad, por su solidaridad con la madre patria e incluso la de los Estados Unidos, por su alianza estratégica con Inglaterra. No así la de Colombia, que comenzó a ser llamada “El Caín de América”.

Sin embargo, la consideración que tuvo el presidente Turbay para adoptar esa posición, fue la del funesto precedente que se sentaría ante a una posible invasión de Nicaragua a San Andrés, sea con los miles vestidos de blanco o militarmente con la ayuda indirecta de algún país amigo de los sandinistas, como se rumoraba con insistencia.

(*) Decano de la facultad de Ciencia Política, Gobierno y Relaciones Internacionales de la Universidad del Rosario

            

 

      

 

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