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Suenan alarmas en la economía

Nada es más preocupante en el momento actual que el declive de la economía. El fin de la bonanza petrolera que permitió tasas de crecimiento de 5% anual, nos puso de nuevo en la realidad.

Semana.Com
31 de mayo de 2017

Los japoneses eran pobres hasta que, entre 1868 y 1912, el emperador Meiji señaló los caminos y activó los mecanismos que convirtieron al país en una potencia: educación, trabajo y una agenda común, detallada y de largo plazo. La misma dinámica que en el siglo XX emprendió Corea del Sur (nunca sobra repetir que en los años 50, cuando participamos en su guerra, las economías eran de tamaño parecido y hoy nuestro PIB por habitante es cinco veces inferior al de ellos).

Los acuerdos de paz con las Farc definieron nuevos perfiles para el país en temas muy importantes –el sector agrícola, los cultivos ilícitos, la política-. Pero no abarcan todos los temas capitales de la agenda pública. La más reciente encuesta de Invamer señala que las principales preocupaciones de los colombianos son el desempleo, la calidad y cubrimiento de la salud, la corrupción así como la calidad y cubrimiento de la educación.

Nada es más preocupante en el momento actual que el declive de la economía. El fin de la bonanza petrolera que permitió tasas de crecimiento de 5% anual, nos puso de nuevo en la realidad. Somos un país que gasta más de lo que gana y que destina buena parte del gasto a actividades poco productivas. Tampoco tenemos consenso ni visión compartida acerca de cómo será el futuro de nuestra economía.

Seguimos atrasados en la tarea de transformar la economía, fortalecer el aparato productivo y tener una oferta importante de exportaciones en lo cual ya nos han tomado ventaja otros países de la región. Vendemos carbón, banano, café, productos básicos. El déficit de la cuenta corriente de la balanza de pagos -suma del déficit del Gobierno y del sector privado- pasó de 6 % del PIB en 2015.

Los particulares y el sector privado han tenido que asumir las mayores consecuencias del ajuste indispensable para enfrentar este problema. El comercio, la industria, la construcción y la minería atraviesan tiempos difíciles. Pese a la devaluación del peso siguen cayendo las exportaciones y aumentando las importaciones. Se estima que el crecimiento de este año sería del 1,8 % -el mismo de la población-.

En un escenario como ese es imperativo volver la mirada hacia la agenda pública, más allá de los temas que abarcan los acuerdos de paz. La polarización en torno del “fast track” y las demás discusiones jurídicas del proceso, los temas de tierras, las cifras de los compromisos económicos derivados de los tratados de La Habana, unidos al impacto de los escándalos de corrupción –Odebrecht, Electricaribe, etc-, explican en buena parte el desánimo de los inversionistas.

Seguimos aferrados a una visión de corto plazo. No se oyen diagnósticos ni propuestas para realizar las reformas aplazadas del aparato judicial, del sistema de pensiones o del aparato productivo para impulsar la inversión, el consumo interno y las exportaciones. Tampoco hay propuestas para rescatar el sistema de salud de los abusos y de la corrupción. Ni siquiera el paro de tres semanas que adelanta Fecode y que tiene a ocho millones de estudiantes fuera de las aulas, ha logrado activar el debate profundo y serio sobre la educación.

La agenda de la paz puede influir positivamente y en algunos aspectos podría ser crucial para lograr algunos de los grandes propósitos nacionales pero no es el eje del futuro del país ni puede predominar sobre la agenda colectiva que debería ser esencia y fundamento de la campaña electoral. A un año de las elecciones presidenciales es crucial debatir y definir cómo vamos a elevar los preocupantes índices de productividad que detienen el progreso, cómo vamos a integrar nuestra economía a las cadenas de valor mundiales, como podremos reducir la alarmante informalidad, adoptar nuevas fuentes de energía, proteger el agua o cómo utilizar la tecnología para modernizar el estado y el aparato productivo, para luchar contra la corrupción, para combatir la pobreza y crear empleo. Cómo vamos a liberar a Colombia de los estragos materiales y espirituales del narcotráfico y de la minería criminal.

La transformación del país no va a ocurrir por milagro. Nos obliga a impulsar el emprendimiento y la creación, a superar viejos rezagos y avanzar hacia una nueva realidad en la sociedad del conocimiento y eso no se logra desde los debates estériles de la polarización política, ni desde las polémicas encendidas sobre el proceso de paz. El modelo de Japón está más vigente que nunca. Tenemos que tomar el camino que siguieron ellos y después Corea y China con tanto éxito. Y en el que ya avanzan Perú y Chile con mejores resultados que nosotros.

*Rector Universidad Autónoma del Caribe

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