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PRESIDENTES NO: TOREROS

Antonio Caballero
29 de junio de 1998

Como en Colombia lo urgente impide siempre pensar en lo importante, resulta que el barullo ensordecedor de las elecciones presidenciales no ha dejado sosiego para comentar una mala noticia: César Rincón, volteado por un toro en la plaza de Oviedo, se fracturó la clavícula y no podrá torear ni la corrida que le faltaba en la feria de San Isidro en Madrid (con Joselito y José Tomás, y toros de Alcurrucén) ni otras 30 más, pues estará dos meses fuera de combate. Me dirán que es una frivolidad ponerse a pensar en el percance sufrido por un torero cuando están en juego unas elecciones de presidente. Al contrario: lo frívolo son las elecciones. En Colombia hemos tenido docenas y docenas de presidentes, todos pésimos; y en cambio César Rincón es el único torero grande de verdad, a la altura de los mejores de la historia de la fiesta, que ha nacido entre nosotros. Más aún: si uno solo siquiera de nuestros muchos presidentes le hubiera llegado a Rincón siquiera a los tobillos en materia de talento y de valor, y sobre todo de seriedad en el ejercicio de su arte, la situación del país sería bastante menos catastrófica de lo que es hoy. Porque no hay que engañarse: no es que Colombia sea inmanejable, sino que ha sido malísimamente manejada, e incluso, por algunos, criminalmente manejada. Un solo detalle para ilustrar ese mal manejo: si a César Rincón se le rompe algo cada vez que un toro le pega una voltereta _un dedo, un ligamento, una clavícula_ la culpa no es ni de su corazón ni de su técnica, sino de su fragilidad física: del hecho de que, en su infancia de niño pobre, estuvo mal alimentado. Y si los niños han estado y siguen estando mal alimentados en Colombia es porque el país ha sido mal manejado por quienes lo han manejado: para empezar, sus numerosos presidentes. ¿Pastrana, Serpa? Da igual. No creo que el hecho de que el uno o el otro vaya a ceñir la banda presidencial tenga el menor efecto benéfico sobre la alimentación de los niños pobres de Colombia. Los malos presidentes, es decir, todos nuestros presidentes, se disculpan siempre como los malos toreros: echándole al toro, o al público, o al viento, la culpa de sus propias incapacidades. "Es que me quería coger", o "es que tenía un peligro sordo de ese que no se nota desde el tendido"o, "es que el ruedo estaba resbaladizo". Dicen los presidentes: "Me tocó la baja de los precios del café", o "tuve al Congreso en contra", o "heredé un déficit". En eso se diferencian de los toreros buenos, que, como César Rincón, saben que en el toreo no valen las disculpas: llueva o truene, ante el público entendido y respetuoso de Sevilla o ante una muchedumbre de borrachos en una plaza de pueblo, bravo o manso, al toro hay que torearlo. Y lo torean. Para eso se requieren las virtudes que tiene Rincón, y que no ha tenido ninguno de nuestros presidentes: valor, inteligencia, y ganas. Ganas que no son simplemente las de hacer el paseíllo (ceñirse la banda presidencial, cobrar la pensión de ex presidente), sino las de torear con verdad. Los presidentes, cuando han sido malos (es decir, repito, todos los presidentes) quieren siempre buscar la reelección: piden otra oportunidad, como los malos toreros que no han sabido aprovechar la oportunidad que tuvieron. Con un detalle final, también a favor de los toreros: que los presidentes, sea cual sea el resultado artístico de la tarde, salen de la plaza ricos.Para torear de verdad se necesita sobre todo una virtud: la honradez. Y por honradez se entiende no sólo no robar, sino algo más amplio y hondo: no engañar. "Este no viene a engañar", decían los públicos cuando César Rincón se plantaba decidido en la mitad del ruedo y citaba desde lejos la acometida temible del toro, adelantada y plana la muleta, con el corazón en la mano. Por eso es Rincón un gran torero, aunque no todas las tardes le salgan bien las cosas: porque no viene a hacer trampas para evitar las consecuencias de haber toreado mal. O lo coge el toro, o le corta las orejas (y a veces las dos cosas). Es, en resumen, un hombre serio. Con esa seriedad profunda que consiste en querer hacer bien lo que se hace. Y lo que necesita Colombia, más que los intercambiables Serpas o Pastranas, es gente como César Rincón, gente que quiera hacer bien su oficio, sea cual sea ese oficio, el de torero o el de presidente.Así que es lamentable la noticia de que César Rincón, uno de los pocos tipos serios que tenemos en Colombia, vaya a perder 30 corridas por culpa de la mala alimentación que reciben los niños en este país desventurado.

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