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¿Vale la pena drogarse en el trabajo?

El costo-beneficio que implica para una empresa establecer un programa preventivo es mucho más inteligente que asumir los costos derivados del uso de sustancias en el lugar de trabajo.

Efrén Martínez, Efrén Martínez
10 de marzo de 2017

Según la Corte Constitucional, parece que podemos trabajar bajo efectos del alcohol, la cocaína u otras drogas. Nuestro último estudio nacional está por salir, sin embargo, hasta donde sabemos, el 19 % de las personas que usan marihuana, el 14 % de los que usan cocaína y el 9 % de los que usan alcohol lo han hecho en el trabajo. El asunto preocupante es que las personas con problemas de adicción tienen accidentes laborales que duplican y en ocasiones triplican el número de los que ocurren a los demás trabajadores, lo que perjudica a las empresas y al sistema, por los costos de las incapacidades, la rotación de personal, la baja en la productividad, la afectación de la imagen de la empresa cuando uno de sus trabajadores se ve involucrado en estos temas, e incluso generando riesgo de accidentalidad para otros empleados.

Hoy sabemos que el abuso de drogas está relacionado con una pobre carrera laboral y dificultades al seguir las normas y reglas dentro del lugar de trabajo; las tasas de ausentismo son mayores y hay pérdida de productividad, pues su rendimiento es inferior al de otros trabajadores. Para los consumidores de marihuana la historia no es muy distinta, pues se ha demostrado que se incrementa un 6,6 % la probabilidad de sufrir un accidente laboral e incluso diferentes investigadores han encontrado una relación importante entre la presencia de enfermedad mental en las empresas y el consumo de sustancias por parte de los empleados. Algunos estudios muestran que las personas con problemas de adicción a drogas tienen tres veces más probabilidad de dejar el trabajo por enfermedad, son cinco veces más propensos a pedir algún tipo de indemnización, tienen una probabilidad diez veces mayor de llegar tarde al desarrollo de sus labores y pueden ser hasta 33 % menos productivos.

A pesar de todo esto, parece ser que un límite de autorregulación existente ha quedado en el aire, pues aquellos consumidores no problemáticos de drogas o aquellos que de forma recreativa solían hacerlo tienen seguramente el manejo que los lleva a no consumir en espacios laborales, dejando dichas prácticas para sus escenarios recreativos, límite que muchos seguirán cumpliendo, pero no sabemos qué tanto los demás. El tema delicado es que aquellos que tienen ya consumos problemáticos y que por lo menos lograban moderarse en el espacio laboral, ahora han perdido cierta contencion. No hay que ir muy lejos y recordar la historia del tabaco: seguro que se fumaba más cuando bastaba prenderlo en el sitio de trabajo y no tener, como ahora, que retirarse e ir lejos para lograrlo. Por supuesto, tiene cierto sentido plantear que mientras esto no afecte el desarrollo de las actividades laborales no pasa nada; sin embargo, ya sabemos que sí afecta, no tenemos que comprobar lo ya comprobado. Tal vez algun médico anestesiólogo con un poco de opiáceos en su cuerpo sepa hacer su trabajo; tal vez un conductor del servicio público con un porro en su cabeza sea un buen piloto; quizás a un odontólogo con unas rayas de cocaína encima no le tiemblen las manos, pero ¿vale la pena el riesgo? De todas formas, la realidad es que ya hay gente asistiendo al trabajo bajo efectos de las drogas, motivo por el cual vale la pena ser enfático en que el costo-beneficio que implica para una empresa establecer un programa preventivo es mucho más inteligente que asumir los costos derivados del uso de sustancias en el lugar de trabajo.


Ahora bien, más alla de lo importante que es hacer prevención de estos temas en las empresas, hay un deber al legislar, pues no se trata de probar si se es buen estudiante de derecho y ver cuánto se puede tumbar de lo establecido, ni mucho menos demostrar lo absurdo o contradictorio de ciertas leyes. Tal vez se trate de buscar, hasta donde sea posible, las mejores evidencias disponibles, sumarle el sentido común aunque sea a veces el menos común de los sentidos, asesorarse adecuadamente y sobre todo, buscar el bien de la mayor cantidad de personas.

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