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ELN: suicidio asistido

La imagen del Gobierno y la clase política tradicional se desploman, mientras la de las FARC-EP crece lenta y sostenidamente.

Yezid Arteta, Yezid Arteta
3 de marzo de 2017

Es el abecé de la guerra de guerrillas: las acciones militares se miden por las consecuencias políticas. No sé hasta qué punto el ELN esté midiendo las consecuencias políticas de sus recientes ataques con explosivos en Bogotá. Creo que no están sacando ningún rédito político de estos ataques, sino un desmejoramiento de su posición ante la opinión pública, peor aún, entre los que aún guardamos la esperanza de verlos haciendo mera política. El tiempo militar se agotó en Colombia desde mucho antes de que se iniciaran en La Habana las negociaciones con las FARC-EP. Estamos en un tiempo absolutamente político, de modo que toda actividad dirigida a militarizar la política se vuelve un ritual de suicidio asistido.

Un parte de guerra es lo que menos interesa en un momento en que el tema de la paz pierde fuelle entre el público, la implementación de los acuerdos con las FARC-EP encuentra más tropiezos que aciertos y la negociación con el ELN está en dique seco. Ahora mismo, la muerte de un policía carece de valor militar, amén de no alterar el balance estratégico en relación con las Fuerzas Militares. En cambio, la muerte del patrullero refuerza la retórica de esa especie de «derecha alternativa» que suma seguidores entre la «gente de abajo», tal como ocurrió durante el plebiscito. Las imágenes en los noticieros de televisión de los heridos en el sector de La Macarena, recorriendo las redes sociales, acarrean más indignación entre la gente que los argumentos de un parte de guerra que pareció molestar a muchos de quienes simpatizan con los alegatos de la guerrilla.

Hay casos en que la guerrilla se hace más daño a sí misma que el ocasionado por la pericia de su adversario. La trampa explosiva en La Macarena es uno de esos casos. Lo padecieron igualmente las FARC-EP cuando decidieron atacar las estaciones de policía situadas en su retaguardia estratégica y ocasionaron la destrucción de centenares de casas habitadas por familias que eran parte de su base social. Ganaban una decena de fusiles a cambio de perder amigos en la región, así mismo sembraban el odio entre miles de colombianos que desde las ciudades observaban en sus televisores las imágenes de la destrucción. Las FARC-EP corrigieron está anomalía, lo mismo que la práctica del secuestro. Aunque han pasado más de 20 años de aquellos episodios, aún persisten los recuerdos en la memoria de muchísima gente de Colombia. Son hechos traumáticos difíciles de olvidar. Reconocerlos, como lo están haciendo en público y en privado los miembros de las FARC-EP, reconcilia.

El ELN no tiene más remedio que hacer demostraciones unilaterales en relación con su limitada potencia de fuego, a fin de que su oferta de paz se vuelva creíble. Fue lo que hicieron las FARC-EP en los preámbulos de la negociación en La Habana, con ello pudieron acercarse al pueblo. No se trata de una concesión al Gobierno, como argumentan los doctrinarios, sino de una ofrenda al pueblo. Los más recientes sondeos de opinión muestran una tendencia: la imagen del Gobierno y la clase política tradicional se desploman, mientras la de las FARC-EP crece lenta y sostenidamente. Creo que las FARC-EP vienen sacando buenas notas porque están realizando juiciosamente sus tareas, mientras que el ELN pareciera distraerse en los juegos de guerra y corre el riesgo de perder el curso político.

Remate: Chévere el disfraz de Donald Trump en el Carnaval de Barranquilla.

Yezid Arteta Dávila
* Escritor y analista político
En Twitter: @Yezid_Ar_D
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