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¿Volver a la guerra?

No sería inexacto decir que uno de los factores determinantes en el triunfo de Iván Duque, más allá del guiño y del padrinazgo político que recibió del líder del Centro Democrático, fue el de haber logrado mostrarse como aquel candidato que sería capaz de cambiar la esencia de los acuerdos de paz con las Farc.

Federico Gómez Lara, Federico Gómez Lara
25 de septiembre de 2018

Duque se valió entonces de la indignación y del inconformismo que despertaba en una buena parte de la población eso que en su partido llamaban “la paz de Santos, la entrega del país al castrochavismo, el acuerdo Santos-Timochenko, o el pacto Farcsantos”. El hoy presidente logró, de manera tan hábil como oportunista, convertir ese desencanto y escepticismo de la gente, en el caballito de batalla que lo llevó galopando victorioso hasta las puertas del Palacio de Nariño. 

Así las cosas, durante la contienda presidencial, el entonces candidato del Centro Democrático entendió que eso de decir la verdad y de presentar un programa realista y aterrizado ya estaba mandado a recoger. La estrategia de Duque fue otra: decirle a la gente lo que quería oír, sin importarle si se podía o no se podía hacer. Algo así como “aquí lo que importa es ganar. Voy a decir lo que sea y después miro cómo enredo a la gente y le hago creer que yo nunca dije eso”.  

Con esa consigna en la cabeza, Duque nos dijo hasta misa. Por ejemplo, que los criminales de las Farc no iban a tener el privilegio de contar con una justicia aparte. Que acabaría con la elegibilidad política de quienes estuvieran señalados por delitos de lesa humanidad. Que los colombianos veríamos a los máximos responsables tras las rejas. Que los obligaría a entregar todas las rutas del narcotráfico. Palabras más, palabras menos, Duque dio a entender que emprendería una lucha frontal para acabar con todos los beneficios obtenidos para los guerrilleros de la cúpula en el acuerdo, eso sí, sin descuidar a los guerrilleros de la base quienes, a su manera de ver, si merecían el brazo amigo y protector del Estado para que se reincorporaran a la vida civil.

 Pues bien, ad portas de cumplirse los primeros dos meses del gobierno de Duque, la cosa parece estar saliendo completamente al revés. Yo, por supuesto, no voté por él. Pero, si lo hubiese hecho, tal vez no estaría tan contento. Esa promesa que hasta hace apenas unos meses era la columna vertebral del discurso de Duque, en buena hora, parece haberse perdido en el panorama y estar condenada al olvido. Ahí están en el Congreso los excomandantes de las Farc, se mueven sin problema en el mundo político, la JEP ya es un hecho y ha empezado a funcionar, y el gobierno parece haber perdido la intención de modificar el fondo de los acuerdos. Lo que seguramente pasó fue que al llegar al poder, el nuevo mandatario entendió lo absurdo que hubiese sido ponerse a modificar los acuerdos y decidió mejor, modificar su discurso. Si bien se trata de un cambio frente a lo expuesto en la campaña, hay que celebrar este bandazo del presidente.

 Hasta aquí no hay nada grave. De hecho, se podría decir que Duque ha hecho lo que era apenas responsable. Darle la espalda al sector más radical de su partido, que ya empieza a molestarse, para buscar un liderazgo sensato que le permita gobernar alejado de las pasiones.

 El tema empieza a ser grave cuando uno se da cuenta de que en este gobierno, no solamente se olvidaron de su discurso en cuanto a los comandantes, -estos, en últimas, están protegidos por cuerpos de seguridad y juegan un papel en el congreso- sino que dejaron de lado todo lo que incluya la palabra paz. Así, los miles de desmovilizados de la base quedaron viendo un chispero. ¡Eso si es complicado!

 Según un informe reciente de The New York Times, podría haber cerca de 2.800 antiguos combatientes de las Farc que se habían acogido al proceso pero decidieron volver a empuñar las armas. Esa cifra representaría un 40 por ciento de los combatientes que tenía esa organización guerrillera antes de empezar el proceso.

 No se puede negar que en ese grupo habrá algunos que hayan decidido coger de nuevo el fusil simplemente porque quieren seguir en el mundo de la criminalidad. Muchos de ellos están cayendo en manos de las bandas criminales y de las nuevas organizaciones de narcotráfico. Pero, sin lugar a dudas, hay otra buena parte que tuvo una voluntad de paz, que quiso acabar esta guerra, que deseó creer en el Estado, pero que se está dando cuenta de que le hicieron conejo.

 Como dijo María Jimena Duzán en su columna de esta semana, ya es hora de que el gobierno se dé cuenta de que es gobierno y no oposición. Ya no puede seguir buscando culpables y echándole la culpa al primero que se les ocurra. Es labor fundamental del presidente y de su gobierno volver de nuevo la paz un tema prioritario para el Estado y para la agenda nacional. Es necesario que se siga hablando de paz, que el gobierno se vea, que llegue a las regiones, que permita la reforma rural integral, que haga aprobar el catastro multipropósito, que impulse los cambios necesarios para pasar la página y que les cumpla a los guerrilleros de base y a sus mandos medios.

 De lo contrario, más temprano que tarde, con Duque habremos quedado en el peor de los dos mundos: todos los beneficios intactos para la cúpula, y la guerrillerada decepcionada buscando cómo armarse otra vez…

 

En Twitter: @federicogomezla

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