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Protestas pospandémicas

En algún momento, ojalá pronto, todos podremos regresar a las calles, incluidos los protestantes.

Jorge Humberto Botero, Jorge Humberto Botero
16 de julio de 2020

La democracia liberal arranca de un núcleo duro no negociable: el respeto a los derechos humanos consagrados en la Constitución y en los tratados internacionales; continúa con los procesos de deliberación colectiva en el vasto espacio de la política que sirven para precisar las parcelas del consenso y el disenso, las cuales nutren el proceso de formación de las leyes. Expedidas estas, y puestas en marcha las políticas que ellas en embrión contienen, el ciclo político comienza de nuevo sin límite temporal alguno. En este proceso circular, que de la política conduce a la política, no participa la Corte Constitucional que es el juez que dirime las disputas entre los contendientes; esta, para que pueda ejercer su papel con plena neutralidad, no puede jugar. Pasa como en el fútbol, que los árbitros no marcan goles (aunque, a veces, jugadores habilidosos se los hacen).

 

El proceso político así concebido es de una racionalidad cartesiana, lo cual no significa que la política, que por ese carril discurre, no tenga mucho de pasional; en fin de cuentas se actúa no para hacer prevalecer la verdad, sino las aspiraciones de diversos colectivos sociales con las restricciones ya indicadas. No gobiernan los más sabios (de ordinario, los mayores de setenta años) sino los que tuvieron más votos en los últimos comicios. Borges, que despreciaba la democracia, decía que esta convertía la verdad en una cuestión numérica.

 

De otro lado, el canal democrático, no es hermético. Al margen de sus reglas y ceremonias, de cuando en vez lo irrumpe la protesta social para desafiar a las autoridades del Estado, aun si ellas han sido legítimamente constituidas. El reto que plantean los protestantes no se expresa mediante el ejercicio de la razón (así las pretensiones que se esgriman sean justas y, desde esa óptica, racionales). Las marchas, consignas, cánticos, pancartas, cacerolazos y actuaciones teatrales en el ámbito callejero, no constituyen argumentos; son mecanismos de presión en pro de los intereses que animan a quienes se movilizan. 

 

Aunque no haya actos violentos asociados a las protestas, su esencia consiste en perturbar, tanto como se pueda, la vida colectiva. De este modo, los ciudadanos que no protestan, que suelen constituir las mayorías silenciosas, son de manera tácita presionados por los protestantes para que demanden al gobierno que acoja sus pretensiones. Es la misma dialéctica de una célebre canción cubana: Songo le dio a Borondongo, Borondongo le dio a Bernabé, Bernabé le pegó a Muchilanga…

 

Hay quienes consideran que la protesta social es la esencia misma de la democracia. No puede serlo aquello que solo tiene sentido cuando los mecanismos ordinarios de deliberación colectiva y adjudicación institucional dejan de ser idóneos. Tampoco puede ser el non plus ultra democrático un mecanismo de participación que, en la realidad, únicamente esta abierto para una porción relativamente menor de los ciudadanos: aquellos para quienes protestar carece de costos económicos inmediatos. Por eso, en el mundo entero, protestan los estudiantes y los trabajadores sindicalizados, pero no los trabajadores informales: el que vende frutas en la calle o protesta o atiende su negocio, salvo que haya llegado a un estado extremo de desesperación.

 

A la altura del mes de febrero los protestantes del año pasado se estaban preparando para una segunda ronda. En principio, cabe suponer que cuando cese el intervalo pandémico, estarán deseosos de armar otra vez sus ejercicios de pirotecnia revolucionaria.  Cada uno de los dos contingentes en los que esa comunidad puede dividirse mantiene vivos los motivos de sus protestas.

 

El primero de ellos está integrado por la alianza que configuran los trabajadores sindicalizados del Estado y los partidos políticos que les son afines. El discurso es muy sencillo: la pandemia fue causada por los capitalistas; o por los ricos, que, como viajan en avión, la trajeron de Europa. Se dirá, además, que el manejo de la pandemia por el gobierno ha sido de una ineptitud paradigmática.

 

El otro grupo que hace parte del colectivo marchista está integrado por quienes se unen a las protestas como una manifestación de inconformidad con la existencia. Quieren ser felices pero no lo logran porque la vida es injusta e incomprensible; no descifran cuál puede ser su futuro en un mundo que sus mayores están demoliendo literalmente a hachazos. Cada hectárea de bosque que se tala en el Amazonas es una tragedia -y ciertamente lo es- que constituye una buena razón para protestar contra Duque.

 

La multitud de nuevos pobres y desempleados que dejará la pandemia tendrá poderosos motivos para pedir ayuda, y para protestar si ella no llega con la celeridad y en las magnitudes esperadas. Los apoyos que se están girando en estos meses de confinamiento difícilmente podrán ser retirados este año, y en el próximo solo de manera muy gradual al ritmo en que se vayan recuperando el crecimiento económico y el empleo. Entre tanto, tendremos que pensar en una reforma a fondo de nuestro contrato social.

 

Si los pronósticos sobre la reactivación de las protestas se materializan, el gobierno deberá actuar con prudencia, comprensivo de la gravedad de la crisis social emergente, y convencido de la necesidad de proteger a los colombianos más golpeados por la crisis. Es probable que haya que superar la cota de endeudamiento público prevista en el Marco Fiscal, teniendo cuidado de que la moneda no se envilezca. Pero también con firmeza para prevenir desmanes que, con el pretexto del derecho a protestar, pueden presentarse dificultando todavía más la necesaria reactivación de las actividades productivas.

 

Briznas poéticas. Del poeta español Alejandro López Andrada: Entre los muros negros de la luz / vuelve tu espíritu para consolarme. / Tenías las manos llenas de orfandad, / pero, a pesar de todo, / me calmaba / tu lentitud de lago, tu piedad / de orilla abierta al sueño de los árboles.

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