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Prueba colectiva

El covid-19 es un baldado de agua fría que debe servir para sacarnos de nuestro letargo cómodo y repensarnos como individuos y como sociedad. Acatemos todas las indicaciones y decisiones de las autoridades, actuemos con solidaridad, respeto y cuidado por nosotros.

Camilo Granada
19 de marzo de 2020

La pandemia del covid-19 representa una amenaza colectiva como pocas en la historia. Es sin duda, lo más parecido a una guerra, de unas dimensiones nunca vistas. Pero como ninguna otra amenaza, el covid-19 nos debe movilizar a todos los ciudadanos, sin distinción alguna. Todos debemos aportar. Muy seguramente esto implica para todos y cada uno de nosotros hacer sacrificios, grandes o pequeños, para salir adelante como sociedad.

Enfrentamos una verdadera guerra. Como nunca la hemos vivido. Frente a algunos que han señalado que otras enfermedades son más catastróficas o que muere más gente por otras causas, es conveniente hacer un cálculo rápido. Colombia tiene 50 millones de habitantes. Si –en un escenario optimista—se contagia el 20% de la población y si –otra vez en el escenario optimista—la tasa de mortalidad es del 0,5% de los infectados, estamos hablando de que morirían 50.000 personas este año por cuenta del virus. Para ponerlo en perspectiva, en 2002 se registró el mayor número de homicidios en el país: 28.770. ¡Esto es casi dos veces más que el total de los homicidios en el peor año del conflicto interno en Colombia!

Es también excepcional por su naturaleza misma. El enemigo es invisible, sigiloso. Transforma maliciosamente al otro (a todos los otros, incluso los más cercanos, los más amados) en posibles armas de contagio. Nos impone retraernos y alejarnos de los demás, al mismo tiempo que pone en evidencia de manera urgente, palpable y contundente nuestra humanidad compartida y nuestro deber de solidaridad. El interés personal y egoísta se encuentra por fin con el sentido humanitario: si al otro le va bien, me irá bien a mí. Necesito que el otro se proteja y esté sano, para protegerme yo y estar sano yo. Y nos recuerda ese principio general “haz por los otros lo que quisieras que hicieran por ti”.

Llega también esta amenaza en un momento de la historia en el que el individualismo, el consumismo y el hedonismo imperan y el sentido de lo colectivo ha perdido vigencia. Llega a un mundo donde se ha banalizado la exclusión, la segregación, la división entre buenos y malos. Un mundo en el que hace carrera la idea de construir barreras, cerrar fronteras y donde el nacionalismo es la respuesta reflejo a los problemas globales. Y qué gran paradoja que, para derrotar esta emergencia sanitaria vital, la consigna pareciera ser darle la razón a esa visión egoísta y segregacionista.

Pero la verdad es que sería un error ver en esta situación una validación del individualismo, el parroquialismo y el nacionalismo. Lo que demuestra el covid-19 es que compartimos un destino común como especie, y también como planeta. Nos recuerda que todos somos vulnerables, todos somos responsables. Por el contrario, si algo bueno puede surgir de esta pandemia es una reflexión individual y colectiva sobre nuestro modelo económico y social, sobre la forma como consumimos, producimos, y ante todo, cómo nos relacionamos unos con otros y cuáles son nuestros deberes de solidaridad.

Frente a este desafío, la prioridad debe ser atender y proteger a los más vulnerables. A aquellos que por nuestro sistema de vida han sido excluidos, marginalizados y dejados de lado: los más pobres, los sin techo, los enfermos, los que trabajan en la informalidad, los que viven al día, rebuscando su sustento en las condiciones más difíciles. La pandemia desnuda nuestras desigualdades como sociedad, nuestras falencias y nuestros egoísmos. No faltarán en circunstancias como estas, los que quieran pasarse de “vivos”, los que busquen especular con el mal, creyendo tontamente que es ajeno. Frente a ellos no bastará el peso de la ley y la acción de las autoridades. Tenemos que repudiarlos socialmente y condenar sus actitudes y sus acciones.

Frente a esta calamidad, quiero destacar y saludar el liderazgo, la empatía y el aplomo de la alcaldesa de Bogotá, Claudia López. Ha tomado las decisiones necesarias para prevenir, mitigar y atender a sus conciudadanos, en particular los más vulnerables. El presidente Duque también ha actuado de manera responsable. Sus más recientes decisiones son dignas de reconocimiento y apoyo. 

Nos falta todavía mucho por recorrer y por enfrentar. Las cosas van a estar peor antes de mejorar. Y cuando pase la tormenta, tendremos que mantenernos unidos para consolar a los deudos y ayudar a los más afectados por las pérdidas económicas inevitables.

El covid-19 es un baldado de agua fría que debe servir para sacarnos de nuestro letargo cómodo y repensarnos como individuos y como sociedad. Acatemos todos las indicaciones y decisiones de las autoridades, pero sobre todo actuemos con solidaridad, respeto y cuidado por nosotros y por los demás. Y ojalá que este tiempo de recogimiento obligado nos permita salir mejores seres humanos.

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