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Uribismo estrato 0.5

Si la mitad de los colombianos sumidos en la pobreza decide, por ignorancia, manipulación electoral o lo que sea, elegir a un representante de ese cáncer que tiene al país en cuidados intensivos, muy pocas dudas quedan de un inminente regreso al pasado.

Joaquín Robles Zabala, Joaquín Robles Zabala
9 de mayo de 2018

No hay duda. Colombia necesita pasar la página de la violencia. Pero esa página no podrá pasarse si persisten vivos los elementos que le dieron vida. No se puede pensar en el desarrollo económico de un país si aún existen extensas zonas de su geografía abandonadas por el Estado y millones de colombianos viviendo en la pobreza. No se puede pasar la página si la salud es solo un negocio que beneficia a las EPS y cientos de personas mueren cada año en las puertas de los hospitales esperando que los trámites burocráticos les permitan acceder a una camilla o ser llevados a la sala de cirugía. Pasar la página significaría cambiar las costumbres y sobreponer los intereses colectivos por encima de la avaricia personal. Pero las costumbres, como es sabido, insertan las formas de pensamiento, y cambiar las formas de pensamiento es darles un vuelco a las ideas.

Estoy de acuerdo con quienes manifiestan su indignación ante la corrupción rampante que afecta a todas las instituciones del Estado. Estoy de acuerdo con que se proteste y no ser señalado de guerrillero, pero no se puede pretender erradicar una enfermedad si no hacemos el ejercicio de cambiar el medicamento y de paso al médico. No se puede combatir un cáncer tomando tabletas de acetaminofén ni podrá sacarse de la pobreza a un grueso número de colombianos si seguimos eligiendo para cargos públicos a los mismos representantes de los clanes políticos que han mantenido al país en este marasmo. Lo que pasó recientemente en Cartagena de Indias es solo una muestra de lo que pasa cada cuatro años en el país: se eligió para alcalde al más podrido del abanico de aspirantes, un señor que lleva 30 años en el Concejo de la ciudad calentando una silla, y cuya única obligación ha sido, hasta ahora, rendirles cuentas a los García, al Turco Hilsaca y a la toda poderosa Enilse López, alias La Gata.

Ese mismo riesgo podría correrlo el país si el domingo 27 de mayo llega a la Casa de Nariño un representante de los mismos de siempre: una cara nueva y rozagante pero cuya misión será escuchar y obedecer la voz detrás del telón. Una voz que, a su vez, seguirá los lineamientos de la banca internacional, que dicta las normas económicas y les dice a los gobiernos del mundo qué deben hacer y qué no para seguir recibiendo los beneficios comerciales. Lineamientos que, por supuesto, buscan mantener la dinámica absorbente de la economía capitalista (ganar contra todo pronóstico) sin importar si se perpetúa la pobreza, la inequidad o se impide llevar a cabo los cambios necesarios que les permita a los ciudadanos recibir los beneficios reales que todo Estado tiene consignado en su Constitución Política para con los suyos.

Así como la señorial Cartagena de Indias navega todavía en los postulados del siglo XVI, con más de la mitad de sus ciudadanos sumidos en la pobreza, viviendo del rebusque, y convertida en la segunda ciudad del país con una tasa de desigualdad en la distribución de sus ingresos que supera todos los pronósticos, Colombia es la tercera nación de América Latina con el nivel más alto de pobreza y la segunda del mundo más desigual en la repartición de sus ingresos. Lo anterior tiene una explicación de carácter político y, necesariamente, axiológico, pues resulta difícil pensar que las acciones de los individuos no tengan que ver con la mirada que estos proyectan sobre el mundo que les rodea y la manera como lo conciben. Esa mirada, en nuestro caso, permanece anclada a unos postulados que hizo trizas la Revolución Francesa, pero que en Colombia aún impera a manera de proyectos políticos autoritarios, donde abundan los latifundistas, donde la educación universitaria sigue siendo un asunto de clases, donde la salud es un juego de intereses y no un derecho de los ciudadanos, donde el sufragio (máxima expresión de la democracia) permanece aún amarrado a los clanes políticos mafiosos bajo la amenaza al ciudadano de perder su empleo si el candidato que se busca llevar a un cargo público no llega.

El miedo, en sus distintos formatos, ha sido desde hace 200 años la manera más eficaz de conducir el rebaño de votantes. El temor a convertirnos en comunista, por ejemplo, llevó al asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, y 20 años antes produjo la célebre Masacre de las Bananeras. Ese mismo miedo, incentivado de manera estratégica desde las altas esferas del poder, no ha permitido que Colombia sea un país verdaderamente libre y cuyos recursos naturales, como en la Colonia, sigan siendo explotados por las naciones poderosas y la rentabilidad de nuestras empresas quede en manos extranjeras porque a nuestros mandatarios les resulta más ventajoso privatizarlas que administrarlas. El miedo de los conservadores a que los liberales los despojaran del poder político fue el preámbulo de una violencia que se manifestó en la persecución de campesinos que dejaban ver su descontento por el abandono en que el Estado los tenía. Y el miedo de estos a que el gobierno de turno los masacrara los llevó al alzamiento en armas.

Como la historia es cíclica, el miedo sigue siendo una herramienta para atornillarse en el poder. Lo vimos en el plebiscito del año pasado donde se buscaba aprobar los acuerdos de paz con las Farc, y se ha puesto de manifiesto en la campaña presidencial que se lleva cabo por estos días. Su modus operandi, como dicen los perfiladores de criminales, varía de acuerdo con el momento, pero siempre lleva consigo el veneno. A Gaitán lo mataron por comunista y la masacre de 1928 en la zona bananera se produjo porque fue organizada, supuestamente, por comunistas. Los campesinos del país que hacen sus protestas para llamar la atención del gobierno de turno por el abandono en que los tienen, son disueltas por la fuerza pública por el temor de estar infiltradas por guerrilleros que se visten de campesinos. Los proyectos de ley que han buscado realizar una reforma agraria como se viene exigiendo desde más de 60 años, nunca se concretan por el miedo de los terratenientes que fungen de congresistas de que les expropien algunas de sus fincas. El interés de una ministra de educación porque se reconociera a los jóvenes que se identificaban con el sexo opuesto, produjo un debate nacional que fue canalizado políticamente y los ultraconservadores (piénsese en el exprocurador Ordóñez, en Viviane Morales y en una oscura representante santandereana, dirigente de una secta religiosa) aseguraron que lo que se buscaba era convertir en gay a los muchachos desde la institucionalidad. Nada más absurdo, pero la política es dinámica, dijo hace poco el candidato del ultraderechista partido Centro Democrático.

El miedo es, pues, un mazo para darle golpes a la inteligencia de los ciudadanos, o para ponerla a prueba. Ya no gritan desde las tribunas del Congreso, el Twitter u otros espacios, de que “el presidente Santos les va entregar el país a las Farc”, ni que desde las aulas de los colegios “van a convertir a fuerza de cartillas a los niños en maricas”, pero siguen alimentando la patraña de que con Gustavo Petro en la Presidencia el país se volverá otra Venezuela.

Me gustaría pensar que con la llegada de Quinto Guerra a la Alcaldía de Cartagena la ciudad se convertirá dentro de poco en una nueva Suiza, o por lo menos en una nueva Venecia, sin ese característico olor a mierda que se percibe desde las estribaciones del puente de Chambacú hasta la entrada de Bocagrande. O que si gana el títere de la política nacional no se echará para atrás lo poco que queda del acuerdo de La Habana. O no se intentará acabar con las cortes, como lo propuso Álvaro Uribe en su momento y lo repitió Pinocho hace un par de meses. O no aumentarán la edad de pensión de las mujeres y de paso le subirán unos pesos a la cotización.

Me gustaría pensar que nada de lo anterior ocurrirá si 30 millones de colombianos sumidos en la pobreza deciden, por ignorancia, manipulación electoral o lo que sea, elegir a un representante de ese cáncer que tiene a Colombia en cuidados intensivos. Me gustaría pensar que estoy especulando, pero, en el fondo, siempre queda la esperanza de que las cosas empeoren.

En Twitter: @joaquinroblesza

E-mail: robleszabala@gmail.com

(*) Magíster en comunicación.