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¡Qué miedo!

Ante la inminente amenaza de que Gustavo Petro logre la Presidencia, las élites con sus medios de comunicación a cuestas, el país político, el país tradicional y la maquinaria corrupta (liberales, conservadores, Cambio Radical, La U, etc.), irán a parar a las toldas del partido de la perpetuación que lidera Álvaro Uribe.

Javier Gómez, Javier Gómez
2 de abril de 2018

Esta semana de descanso sirvió para hacer un repaso a nuestra historia reciente y eché mano de un texto que hoy reposa en los escaparates de las librerías Historia mínima de Colombia, del historiador Jorge Orlando Melo (2017).

Reza en la pasta del libro que es la “historia de un país que ha oscilado entre la guerra y la paz, la pobreza y el bienestar, el autoritarismo y la democracia”. Cómo cobra vigencia esta reflexión ahora que los colombianos nos enfrentamos a elegir a un nuevo presidente en un ambiente polarizado y sin posibilidades de que una tercería logre colarse por la mitad; creo que no hay tiempo.

Para no ir tan lejos en la historia, comencé por lo años en que la República Liberal (1930-1946) hacía su aparición y lograba socavar la hegemonía conservadora que sufría el desgaste del poder y estaba sumida en la “corrupción y el clientelismo”.  Ocho décadas después seguimos en las mismas. Agarrados de patas y manos, como ocurre hoy, los conservadores en ese entonces defendían la supremacía en el poder a como fuera lugar. Cuando los liberales de la época comenzaron a hacer públicas sus propuestas de cambio inmediatamente los tildaron de: “demagogos dispuestos a promover la lucha de clases y la destrucción del orden, mediante la violencia y la expropiación injusta de los bienes legítimos de los propietarios”. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia.  

Pero sigamos repasando esa historia colombiana. Cuenta Melo en su relato breve y exquisito que por esos aciagos años de la Revolución en Marcha la violencia política se recrudeció al mando de su  más radical y exponente líder Laureano Gómez, quien, para descalificar al partido Liberal, no lo bajaba de ser un “monstruo, un basilisco de cabeza comunista y cuerpo liberal, y había que destruirlo”. El discurso de la derecha, léase Centro Democrático, hoy es similar y acude a las mismas argucias: el miedo y el amedrentamiento, como estrategia. Volver sobre esa historia reciente de Colombia es necesario para sopesar el futuro, para definir un nuevo rumbo. Nunca el Frente Nacional (FN) -liberales y conservadores- cumplió lo prometido e hizo que la política se diluyera en promesas cada que había elecciones; los partidos, como hoy, eran lo mismo y, como pertenecían al mismo bando, prometían educación, salud, tierra y trabajo, reformas agraria y urbana, y nunca, reitero, cumplieron.  La realidad actual parece calcada, es como si, como sociedad, involucionáramos.

Constata Melo en su narrativa histórica cómo todos los gobiernos, desde 1936, le mamaron gallo al pueblo campesino y a Colombia con la tal Reforma Agraria hasta que Carlos Lleras Restrepo llegó al poder. El “enano Lleras”, como le decían cariñosamente sus allegados, logró en su gobierno aprobar una ley y creó el Instituto Colombiano de Reforma Agraria –Incora- para comenzar un proceso de adjudicación de tierras a los marginales campesinos y, además, los organizó en la Asociación Nacional de Usuarios Campesinos –Anuc-; pero ocurrió lo que muchos en ese tiempo temían: llegó Misael Pastrana, el último presidente del FN, se robó las elecciones en 1970 y, para cerrar con broche de oro, acabó con la reforma agraria. Empobreció al campesino y enriqueció a los terratenientes y, de contera, eliminó la Anuc.

Qué pertinente el texto del historiador Melo. Nos devela un país histórica e institucionalmente débil, inmerso en una economía precaria, lejos de propuestas de desarrollo a largo plazo e incluyentes. Nos pone de presente que Colombia es una colcha de retazos, no hay proyecto de nación y menos un concepto serio de patria. Para nadie es un secreto que en el presente la sostenibilidad de la economía colombiana no depende del desarrollo de industria alguna, ni del mejoramiento de las instituciones económicas y políticas, ni de la inversión en el capital humano de la nación: de ningún rubro de desarrollo mencionado en los discursos de los economistas contemporáneos. Depende, o bien de la ilegalidad: la minería (ilegal), la corrupción burocrática, el contrabando y el narcotráfico, como sucede en  la mayoría de los casos, o bien está sujeta a los vaivenes del capital especulativo, a la sobredependencia del petróleo y a los ingresos de las remesas, es decir, los miles de millones de dólares que envían los colombianos que viven en el exterior. Y este estado lamentable de las cosas es el producto de la historia de involución que narra Melo.

Para alterar esta múltiple ecuación se requiere de cambios profundos y la derecha representada en las ideas del Centro Democrático no está interesada en proponerlos. Ante la inminente amenaza de que Gustavo Petro logre la presidencia las élites, con sus medios de comunicación a cuestas, el país político, el país tradicional y la maquinaria corrupta (liberales, conservadores, cambio radical, La U, etc.), irán a parar a las toldas del partido de la perpetuación que lidera Álvaro Uribe. ¡Qué miedo!

@jairotevi

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