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¡QUE PELIGRO!

Mucho màs peligroso que el concierto de Ramazzotti es que se sigan resolviendo asì las tutelas.

Semana
23 de mayo de 1994

APENAS SUPE QUE EL TRIBUNAL SUperior de Bogotá había resuelto una tutela que cancelaba el concierto de Eros Ramazzotti, compré tres discos del músico italiano para descubrir los motivos que tuvieron para considerar la suya, desde cualquier punto de vista, una presentación peligrosa para la ciudad.
Qué desilusión tan grande. En toda la producción musical de Ramazzotti no hay una sola frase que pueda ser entendida como una incitación a la violencia; no hay sangre en ellas, ni alusiones al demonio. Las leí al revés para ver si se escondía alguna invocación maligna, pero no había en ellas rastro alguno del Mandingas. Ni siquiera una Avemaría al revés, que fue con lo que Francisco El Hombre le ganó un mano a mano al diablo. Nada. Ni palabras groseras, ni agresiones, ni venganzas, ni resquemores. Las canciones de Eros Ramazzotti son de este orden: Volar a las estrellas y sentarme ea una de ellas es seguir el rastro de tu huella...Sará la veritá a non tacere moi, a non scapare noi... Parece más un bolerista que un rockero. Su música es suave y hasta ingenua. ¿Peligroso Ramazzotti?
Pero el hecho es que el concierto fue cancelado por la Alcaldía de Bogotá, en virtud de una tutela, porque los magistrados consideraron, en su sabiduría, que la presentación de un baladista en un estadio de fútbol constituía una amenaza para la vida, la paz, la libre locomoción, la recreación, el trabajo y la propiedad de un ciudadano particular. ¿Dónde estará, entonces, el peligro? ¿En que se reúna una multitud en un estadio a oír música? Sería un caso único en el mundo. En todos aquellos países donde no hay escenarios diseñados especialmente para conciertos musicales o que teniéndolos no cuentan con la capacidad suficiente para albergar a mucha gente, estos eventos se realizan en los estadios de fútbol. La lista es interminable, pues tiene tantos nombres como países hay en el planeta Tierra (con la excepción, a partir de ahora, de la ciudad de Bogotá, en un país llamado Colombia). Es más: en ciudades donde hay coliseos gigantescos y aptos para conciertos multitudinarios, como Londres, Barcelona y Madrid, los espectáculos más importantes se llevan a cabo en los estadios de fútbol: Michael Jackson en el Santiago Bernabeu, los Rolling Stones en Wembley, Guns'n Roses en el Nou Camp, etc., etc., etc.
La tutela del Tribunal de Bogotá restringe el uso del estadio El Campín a eventos deportivos, el más popular de los cuales es, por supuesto, el fútbol. Es decir que en una ciudad sin escenarios para espectáculos públicos se cancela un concierto para 45.000 personas, y se elimina de tajo la realización de este tipo de eventos hacia el futuro, cuando el promedio de asistencia por partido a El Campín en el último año es de mucho menos que la mitad del cupo del estadio. En las últimas fechas del torneo de fútbol la asistencia fue la siguiente: 10.464 personas (marzo 20), 5.500 espectadores (marzo 25), 17.715 (marzo 28), 22.615 asistieron al clásico de clásicos Santa Fe-Millos (abril 8) 8.229 (abril 3), 9.564 (abril 10) y 16.010 (abril 17). Si se aplicara la lógica brillante del Tribunal, según la cual los estadios se deben utilizar para lo que se hicieron, se llega a la conclusión de que se hicieron para distraer a la gente y que -las cifras lo demuestran- solo se llenan con los conciertos de rock.
Mucha gente dice que los conciertos son peligrosos porque con ellos se corren los riesgos inherentes a la congregación de multitudes. Claro. Y para eso están los alcaldes. Son ellos los encargados de tomar las medidas necesarias para garantizar que los ciudadanos se comporten adecuadamente, sin importar si están solos o en grupo, y de castigar a quienes no lo hagan. La reunión de masas, por sí sola, no es amenaza para nadie y mucho menos para los derechos fundamentales consagrados en la Constitución.
El verdadero peligro en todo esto es que se generalice esta manera irresponsable de impartir justicia. La tutela es un instrumento valiosísimo para que los ciudadanos hagan respetar sus derechos cuando están amenazados, pero así como es de útil puede ser de peligroso. Cuanto más sencillo es el instrumento jurídico y más expedito su trámite, más riesgosa es su aplicación, puesto que no tiene los mecanismos de seguridad de la aplicación rutinaria de las normas. Por eso la tutela requiere de mucho más juicio y criterio que todos las demás herramientas de la justicia.
Está visto que el derecho de tutela es una bomba de tiempo en manos del magistrado que consideró que la mojigatería de una señora barranquillera era suficiente argumento para censurar de un plumazo a toda la televisión de Colombia. Y es el mismo jurista quien impide la utilización de los únicos escenarios que sirven para algo tan elemental y civilizado como sentarse a oír música en El Campín, todo eso por el simple hecho de que un vecino del sector considera, en su paranoia, que los seguidores del baladista Eros Ramazzotti lo pueden asesinar a la salida del estadio.

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