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¿Colombia, territorio no fértil para la paz?

"Respetuosamente me permito solicitarle públicamente, pues, por motivos de interés general, al señor presidente de la república, doctor Juan Manuel Santos, que solicite a la ONU o a cualquier otro organismo pertinente y competente, la formación de esa Comisión de Juristas que dé certeza de que las pruebas que se esgrimen contra el comandante guerrillero son “irrefutables” respecto de su responsabilidad, como lo requiere el señor presidente según su discurso del lunes pasado".

Jesús Pérez González-Rubio , Jesús Pérez González-Rubio
11 de abril de 2018

“Antes de que me hubiera apasionado por mujer alguna, jugué mi corazón al azar y me lo ganó la Violencia”.  Todos los colombianos sabemos que ese fue el destino de Arturo Cova, el protagonista de La Vorágine, la gran novela de José Eustasio Rivera. Pero es también el destino de Colombia, que parece haber jugado su corazón al azar, habiéndoselo irremediablemente ganado la violencia. Tal vez con excepción del periodo que va de 1910 a 1946, ese ha sido su fatal destino. Y aún en estos años se dieron episodios de intolerancia y muerte como la Masacre de las Bananeras y la persecución al movimiento obrero que empezaba a despuntar.

En 1990 se convoca, en un proceso que inicia Virgilio Barco y culmina César Gaviria, una Constituyente para la paz. Pues bien, el 9 de diciembre de ese año, al mismo tiempo que se elegían los delegatarios a esa Asamblea, se bombardeaba el campamento guerrillero de La Uribe donde estaba Tirofijo y otros de su estado mayor, que negociaban con el Gobierno. Todavía no se comprende cómo el presidente Gaviria, en tanto que comandante en jefe de las Fuerzas Armadas, pudo dar la orden para que se llevara a cabo semejante operación, o pudo permitirla, si de lo que se trataba era que la Constituyente fuera un escenario para lograr la paz. Sirvió para ello con algunas organizaciones alzadas en armas como el Quintín Lame y el PRT pero no con las Farc y el ELN, que eran las más importantes.

Se negoció con posterioridad, sin embargo, en Caracas y en Tlaxcala con la Coordinadora Guerrillera Simón Bolívar mientras el EPL continuaba delinquiendo. Y murió, secuestrado por él, el exministro de Obras Públicas, ingeniero Argelino Durán Quintero. El Gobierno se levantó de la mesa.

El presidente Andrés Pastrana le entregó 42.000 Km2 en el Caguán a las Farc. Allí ellos eran la autoridad y el Ejército no podía penetrar. Tuvo la desafortunada idea de negociar en medio del conflicto, y una noche, después de que secuestraran al senador Géchem Turbay en una operación cinematográfica, lo que rebosó la copa, dio por terminada las negociaciones iniciadas tres años antes, forzado por la opinión pública. Solo habían podido ponerse de acuerdo en la agenda temática. Es que la opinión pública no tolera que se negocie en medio de las balas, el secuestro, la extorsión, la voladura de oleoductos y torres de transmisión eléctrica. La historia nos enseña que en Colombia no es posible negociar como si no hubiera guerra ni guerrear como si no hubiera negociaciones. No estoy seguro, sin embargo, de que sea una lección aprendida.

Elegimos y reelegimos al doctor Álvaro Uribe, de “mano firme y corazón grande”, para que acabara con la violencia entre los hijos de esta Nación. Las redujo, pero “la culebra siguió viva”.

Juan Manuel Santos tuvo éxito en lograr la paz con las Farc. La paz descrita en el diccionario de la Real Academia Española como “Situación en la que no existe lucha armada en un país o entre países”; “Acuerdo alcanzado entre las naciones por el que se pone fin a una guerra”.   

Pues a esa paz le llueven ataques desde todos los flancos, habiéndose apoderado del alma nacional un cierto sentimiento de animadversión hacia ella, que se traduce en la presunción generalizada de que todo alrededor de ese proceso es sospechoso, dudoso, merecedor de todo tipo de salvedades y suspicacias, hasta el punto de que todo el que quiere aspirar a más altos destinos encuentra en el ataque al Proceso de Paz un filón de popularidad. Defenderlo, es casi un suicidio político y social.

El más exitoso adversario de esa paz es el expresidente Uribe, que prefiere la guerra con las Farc-EP y el ELN a que los comandantes guerrilleros solo sean condenados a penas de “restricción efectiva de la libertad”, y no a cárcel aunque sea por un tiempo reducido. Tampoco acepta la elegibilidad de los excomandantes antes de que paguen sus penas. Las Farc también preferirán la guerra antes que someterse a esas exigencias. Lo mismo el ELN. Y la paz habrá fracasado. Tal vez es el destino que nos espera ya que lo más probable es que el próximo presidente de la república sea el candidato del Centro Democrático, doctor Iván Duque, que a nadie engaña a este respecto pues ha sido claro en “las reformas estructurales” al Proceso de Paz que impulsará desde el Gobierno.  

Con las anteriores tesis el Centro Democrático ganó el Plebiscito, que realmente era un Referéndum camuflado, pues se sometían a la aprobación del pueblo todos y cada uno de los diversos temas del acuerdo. Con esas mismas banderas ganará la Presidencia, ya que las fuerzas que apoyan el Proceso de Paz son incapaces de presentar un frente unido en las próximas elecciones, para, por lo menos, “dar la pelea”.

Para colmo de males, el señor Jesús Santrich ha sido pedido en extradición acusado por los Estados Unidos de conspirar para exportar a ese país 10 toneladas de coca. No de haber exportado 10 toneladas como dicen algunos periodistas que además ya dictaron sentencia en su contra, como corresponde al estado de ánimo nacional frente al Proceso de Paz, sino de conspirar para hacerlo. “Conspiracy”, que significa concertación entre varias personas para cometer un acto delictivo, en este caso, exportar cocaína a USA.

El señor presidente ha dicho que lo extraditará si hay “pruebas irrefutables” de su responsabilidad y el señor fiscal las tendría “contundentes y concluyentes”.

La revisión que hace la Corte Suprema de Justicia de esas pruebas es apenas formal, es decir, no aprecia el alcance, contenido, pertinencia, conducencia, autenticidad, capacidad de convicción de ellas, sino apenas si existen o no algunas en el expediente. Es un acto que podríamos llamar, notarial.

A su turno la JEP se limita a evaluar “la conducta atribuida para determinar la fecha precisa de su realización y decidir el procedimiento apropiado”... “En caso de que la ejecución de la conducta haya comenzado con posterioridad a la firma del Acuerdo Final… la remitirá a la autoridad judicial competente para que sea investigada y juzgada en Colombia, sin excluir la posibilidad de extradición”. (A.L. No. 1/2017, a.19)

Dadas las circunstancias anteriores, tal vez lo único que le dé credibilidad ante la opinión pública nacional e internacional y ante los gobiernos que apoyan el Proceso de Paz, al veredicto final sobre la responsabilidad de Santrich, sea el que profiera una Comisión Internacional de Juristas que estudie en profundidad el acervo probatorio, desprovista de todo sesgo político.

El Gobierno, el presidente Juan Manuel Santos, haría bien en solicitar a la ONU, por ejemplo, la formación de ese equipo de Juristas que le dé certidumbre y credibilidad a un dictamen sobre las pruebas, en materia tan grave. Sin credibilidad en la decisión que se tome al respecto, mucho me temo que el Proceso de Paz con las Farc quede herido de muerte. Lo mismo que las negociaciones con el ELN.

Respetuosamente me permito solicitarle públicamente, pues, por motivos de interés general, al señor presidente de la república, doctor Juan Manuel Santos, que solicite a la ONU o a cualquier otro organismo pertinente y competente, la formación de esa Comisión de Juristas que dé certeza de que las pruebas que se esgrimen contra el comandante guerrillero son “irrefutables” respecto de su responsabilidad, como lo requiere el señor presidente según su discurso del lunes pasado.      

Constituyente 91*

Abril 11 de 2018

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