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¡¡¡Nos duele el corazón!!!

Ahora, cuando la guerra cesó parcialmente, no nos someteremos al dolor que nos produce el gusano que nos come en vida, porque además de continuar sin pan y sin una cobija que consuele a quien pasa la noche ansiando el amanecer, podemos terminar sin ojos, sin nariz, sin órganos, sin espíritu y sin ver cumplido un sueño que ya no se antojaba utópico, sino que se mostraba real.

Germán Calderón España, Germán Calderón España
10 de abril de 2018

Un expresidente del Consejo de Estado llamado Alfonso Vargas, quien recorrió un camino de lujo al servicio de la rama judicial, desde notificador hasta presidente de esa corporación, cuando veía una injusticia decía: “Me duele el corazón.”

Por estos días, a los colombianos ¡¡¡nos duele el corazón!!! porque durante 65 años de violencia las autoridades echaban mano de la guerra como excusa para justificar la pobreza, la miseria, los bajos niveles de calidad y cobertura en educación, salud, saneamiento básico, cultura, recreación y deporte.

Todos aceptábamos tácitamente la falta de progreso y desarrollo económico porque las partidas del producto interno bruto se destinaban en un alto porcentaje al conflicto armado.

Quienes apoyamos el proceso de paz, en los aspectos que constitucionalmente daban para ello, confiamos legítimamente en que esa realidad que nos tragábamos iba a cambiar. Con la paz, los niños de la Guajira tendrían suficiente alimento para no terminar como los de Etiopía; los jóvenes de Ciudad Bolívar irían a las universidades a estudiar por cuenta del Estado; las madres comunitarias contarían con presupuesto para continuar con su altruista labor; los hospitales del Estado dejarían atrás la crisis financiera y ya no morirían los pacientes en sus umbrales; y así sucesivamente el pais entraría a un estado de bendita primavera.

Pero con tristeza evidenciamos que esa bendita primavera de la paz, se dejó contagiar de la maldita corrupción, que como la sal marina, corroe y destruye el más fino metal.

El gusano del peor flagelo cuando prueba el putrefacto cadaver, da aviso para que sus pares lo invadan. Los que en apariencia parecen inofensivos por su tamaño y falta de armas letales, lo descomponen y en menos de lo que canta un gallo, se lo embuten.

Así se están embutiendo los recursos de la paz, aquellos que llegaron para alimentar al vivo y alentar las esperanzas de una sociedad atribulada y agotada.

Con las conductas de quienes están haciendo de las suyas sin control, atentan contra la moralidad administrativa, derecho colectivo definido por el Consejo de Estado en una connotación subjetiva como un valor ético que crea expectativas en la comunidad.

Sobre ese valor los ciudadanos depositamos la confianza en quienes administran los bienes del Estado en el marco de ciertos parámetros éticos y morales sobre los cuales asentimos su aplicación y reprochamos su desobediencia.

La Corte Constitucional ha establecido que la moralidad administrativa no se predica únicamente del "fuero interno de los servidores públicos sino que abarca toda la gama del comportamiento que la sociedad en un momento dado espera de quienes manejan los recursos de la comunidad y que no puede ser otro que el de absoluta pulcritud y honestidad".

Quien se apodera de los recursos de la paz, sagrados y consagrados, vulnera la moralidad administrativa y quebranta el principio de legalidad desviando el poder que se le ha confiado.

Así mismo, vulnera un derecho colectivo al patrimonio público que conforme a la jurisprudencia, alude no solo a "la eficiencia y transparencia en el manejo y administración de los recursos públicos sino también a la utilización de los mismos de acuerdo con su objeto y, en especial, con la finalidad social del Estado".

Un servidor público o un particular que administre indebidamente recursos públicos, por negligencia, ineficiencia o por destinación a gastos diferentes a los expresamente señalados en las normas, afecta el patrimonio público de todos.

Estos conceptos, valores y derechos a la moralidad administrativa y al patrimonio público, susceptibles de protección mediante acción popular, cuando son vulnerados producen desconcierto, depresión y dolor en el corazón.

También demuestran el desabarajuste institucional en la administración de los recursos que se pensaba iban a zanjar la deuda social originaria de los movimientos revolucionarios que nos sumergieron en la guerra.

Ahora, cuando la guerra cesó parcialmente, no nos someteremos al dolor que nos produce el gusano que nos come en vida, porque además de continuar sin pan y sin una cobija que consuele a quien pasa la noche ansiando el amanecer, podemos terminar sin ojos, sin nariz, sin órganos, sin espíritu y sin ver cumplido un sueño que ya no se antojaba utópico, sino que se mostraba real.

Como nos duele el corazón, no podemos dejar pasar esta triste circunstancia para exigirle al gobierno que adopte las medidas y tratamientos inmediatos para proteger estos valores constitucionales. Y a los órganos de control, para que hagan lo suyo.

En ese tratamiento deberán intervenir las comunidades que directamente son las afectadas por el despilfarro de los recursos de la paz y de la solución de sus problemáticas sociales. No pueden ser cómplices del engranaje corruptor, sino por el contrario deben convertirse en el motor que moverá las aspas de los órganos de control.

(*) Gutiérrez Morad & Calderón España. Abogados Constitucionalistas.