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La lucidez de Mockus y las “joyitas” del nuevo Congreso

Hay en el profesor Mockus un revolucionario que busca romper con el estilo pétreo de ejemplificar, creando un paisaje de interés vivo que para un conservador que defiende las tradiciones judeocristianas puede resultar chocante, viendo anacronismo donde solo hay innovación y vulgaridad donde destella el simbolismo.

Joaquín Robles Zabala, Joaquín Robles Zabala
25 de julio de 2018

El asunto con los críticos de Mockus, que por lo general son conservadores a rajatabla, más tablas que rajas y más cerrados que un bombillo, es que al profesor de la Universidad Nacional y exalcalde de Bogotá sí le funcionan ambos hemisferios cerebrales, lo que le permite ser un hombre abstracto, pero a la vez concreto, algo así como el pez cuya genética le lleva a moverse con facilidad tanto en aguas salinas como las de los mares y océanos y dulces como las de los ríos y lagunas. Mockus no solo tiene esa extraña habilidad de dictar una conferencia sobre la complejidad actual del mundo filosófico ante pares extranjeros, sino que, una vez abandonado el recinto, su alteridad no solo lo lleva a transformarse en otro, sino también a burlarse de sí mismo, como en aquella oportunidad en que, siendo alcalde de la capital de la República, se inventó una pedagogía ciudadana vestido con un traje de superhéroe.

El profesor Mockus, como el pez en mención, sabe que tiene el cuero duro del rinoceronte, la vista de un águila y, sobre todo, la inteligencia necesaria para bajarse los pantalones como forma de protesta, lo que no lo hace un loco (como lo afirmó el abogado especializado en defender la honorabilidad de narcotraficantes, políticos corruptos y paramilitares), ni un viejo verde (como lo aseguró una joven estudiante de la Universidad del Rosario), ni mucho menos un criminal simbólico (como lo han hecho ver en las redes algunos defensores de la moral cristiana). Que Mockus no respeta la institucionalidad, como la afirmó la ultraconservadora vicepresidenta electa, Marta Lucía Ramírez, no deja de ser un comentario flojo y de mal gusto. El chiste se cuenta solo porque un anarquista filosófico es aquel que considera que el Estado, como institución, carece de legitimidad moral y ética, pero no está pensando en llevar a cabo una revolución sangrienta para acabar con este.

La crítica fundamentada será siempre un acto revolucionario porque tiene como objetivo, desde lo personal, tocar la sensibilidad del público, una especie de acto de limpieza purificadora que nos permitirá ver más allá de nuestra nariz. Mockus es, ante todo, un filósofo, un lector aventajado de la sociedad en la que le tocó vivir y, por lo tanto, un avezado social, capaz de comprender el alma humana. Sabe que la protesta es la manera más lúcida de poner en la mesa la inconformidad social, sabe que derramar sangre no es el camino ideal para solucionar los problemas que nos afectan y que toda violencia siempre generará más violencia. Esto lo convierte en un pacificador de verdad, no al estilo del general (r) Rito Alejo del Río, quien recibió ese “honorífico rótulo” de parte de uno de los políticos más nefastos y sanguinarios que ha dado Colombia a lo largo de su historia social.

El exalcalde de Bogotá es un pacifista porque en su alma lo es. Y ser un pacifista en un país violento, con un largo historial de guerras, es ir contracorriente. Es dibujarse en la frente la imagen del target shooting y convertirse en un blanco ambulante. Es caminar sobre la cuerda floja a un kilómetro del piso sin los mecanismos de seguridad. Un pacifista es, por lo general, un defensor de los derechos humanos, un líder social. Y en Colombia sabemos, por experiencia, cómo termina la historia de los que defienden las causas sociales.

Desde este punto de vista, el profesor Mockus es un revolucionario que busca romper con el estilo pétreo de ejemplificar, creando un paisaje de interés vivo que para un conservador que defiende las tradiciones judeocristianas puede resultar chocante, viendo anacronismo donde solo hay innovación y vulgaridad donde destella el simbolismo. No sorprende, entonces, que la gran mayoría de las voces condenatorias del simbólico acto del nuevo senador haya venido de los sectores políticos más conservadores y radicales, aquellos que han luchado a lo largo de la historia de la República porque el statu quo no tenga fecha de vencimiento, porque la estructura social del país se mantenga intacta, ya que cualquier cambio que modifique esa estructura significaría para ellos ceder un poco de poder, sin importar que sus intereses particulares vayan en contravía de los intereses generales de la población.

A pesar del avance social que ha significado la democracia, todo acto de mantener intacta una estructura de pensamiento anacrónico es una remisión a los valores cortesanos por aquello de la creencia generalizada de que por encima del rey solo estaba Dios. Arnold Hauser se burla de esto cuando en un aparte de su Historia social de la literatura y el arte asegura que si “es cierto que al soberano ya no se le pinta como a un dios, liberado de todas las trabas terrenales, todavía está sujeto a la etiqueta de la corte”. En todo caso, hay en esto un síndrome que ha sobrevivido al tiempo, una estructura de pensamiento que se ha erosionado pero que aún permanece en pie, negándose a caer. El terrateniente sigue estando ahí como lo estuvo el latifundista y el señor feudal en esos ocho siglos que duró la Edad Media, como los esclavistas durante la Colonia y los hacendados que compraban la mano de obra esclavizada, la cual era vista más como animales domesticados que como personas humanas.

Mockus, por supuesto, representa con sus actos y su inteligencia el ala opuesta de esa mirada feudal que permanece viva en ese “sagrado recinto de la democracia”. Él, y un reducido grupo de sus colegas, simboliza la lucha de un país que quiere dejar atrás el viejo oscurantismo, los ríos de sangre, las masacres de campesinos, la persecución política y la guerra. Representa la Colombia minoritaria pero sensata, la Colombia dinámica, la que busca cerrar esas grandes brechas existentes entre los que lo tienen todo y los que no tienen nada. Mockus no solo es un representante de ese racionalismo filosófico que lo ha llevado a ganarse la admiración de millones de sus compatriotas, sino también la materialización de una teoría que dice que un hombre puede hacer el cambio, puede abrir el camino y liberar pueblos. La muestra de lo anterior lo representan libertarios de la talla de Mahatma Gandhi, quien emancipó a la India del colonialismo inglés sin hacer un solo disparo, o Martin Luther King y Malcolm X, quienes dieron una lucha en el entramado y casi impenetrable campo de las ideologías sectarias y creencias dominantes que le valieron, curiosamente, sus vidas.

La lucha del profesor Antanas Mockus la viene librando desde sus inicios de estudiante universitario en ese mismo espacio de las costumbres humanas, en la carencia de civismo y las malas prácticas de una ciudadanía que antepone en cada acto cotidiano la frase “papaya puesta, papaya partida”. La misma que lleva a una persona a querer pasar de primero estando de último en la fila, que es incapaz de cederle el puesto a una mujer embrazada en el transporte público o que es un convencido de que si grita más en un debate es porque tiene la razón. Cuando el profesor Mockus tomó la decisión de pelar el culo en ese “recinto sagrado de la democracia”, lo hizo solo para llamar la atención de sus colegas, quienes gritaban como locos sin respetar el turno de quienes tenían la palabra. Fue, sin duda, un acto pedagógico que guarda una estrecha similitud con la retórica frase “se apareció el ángel”. Entonces, sí, hubo un profundo silencio y todas las miradas - o una gran mayoría de ellas - se posaron en el blanco trasero pedagógico.

Muchos, por supuesto, no entendieron nada de ese acto simbólico y solo vieron vulgaridad donde había una clara enseñanza. Pero no se le puede “pedir peras al olmo”, reza un adagio. No entendieron que los actos simbólicos son eso: simbólicos. Que estos no buscan perseguir, ni agredir, ni amenazar, ni estigmatizar a nadie. No hay duda de que muchos de los presentes en ese recinto se sintieron agredidos e irrespetados ante “el bochornoso acto”, el mismo lugar que hace 14 años recibió con vítores y arengas a esos otros padres de la patria (Salvatore Mancuso, Ramón Isaza y Ernesto Báezcuya pedagogía era refundar el país, dejando correr caudalosos ríos de sangre. Pero, para muchos, Mockus los irrespetó, cuando en realidad solo quiso hacerles un llamado de atención y decirles que es de civilizados atender con respeto a nuestros interlocutores. Ahora se escuchan voces de algunos “doctores” que quieren sacarlo del Congreso porque afirman que el profesor y filósofo está loco, cuando en realidad los locos son aquellos que eligieron a descendientes de parapolíticos condenados para que los representaran en ese “foro de la democracia”.

En Twitter: @joaquinroblesza

Email: robleszabala@gmail.com

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