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¿Quién relata los conflictos armados?

En Colombia hay ejemplos de que se puede hacer esta historia de hechos tan dolorosos con ecuanimidad o con vanidad, y de eso depende la paz.

Semana
20 de mayo de 2009

En alguna oportunidad, Hugh Thomas, el conocido historiador británico de la guerra civil española, le dijo al mejicano Enrique Krauze “quién sólo conoce España no conoce España”. Parafraseándolo, uno podría decir que quien sólo conoce el conflicto armado colombiano no conoce el conflicto colombiano.
 
El gran mérito del Congreso Internacional de Desmovilización, Desarme y Reintegración (CIDDR) que se celebró en la Ciudad de Cartagena de Indias entre el 4 y el 6 de Marzo de este año es que fue realmente internacional. La Alta Consejería de Reintegración, la Comisión Nacional de Reconciliación y las otras organizaciones colombianas que lideraron el Congreso, evitaron caer en el provincianismo de colombianizarlo. Gracias a ello pudimos conocer de primera mano, de boca de sus protagonistas, la experiencia de conflictos armados, procesos de paz y desmovilizaciones de 15 países del mundo.

El incidente ocurrido con uno de los invitados, Agim Cekú, ex primer ministro de Kosovo, es muy diciente de los dilemas que se afrontan al terminar los conflictos armados. Dicho personaje fue invitado al Congreso, por haber sido un combatiente en la guerra de los Balcanes, específicamente en las fuerzas Croatas y Albano - Kosovares que combatieron a los Serbios. También porque participó en el proceso de desarme y desmilitarización del Ejercito de Liberación de Kosovo (ECK) que había comandado durante la guerra.

¿Qué mejor experiencia podría haberse escogido para ser analizada en un Congreso Internacional de Desarme, Desmovilización y Reintegración (DDR)? Pero sus íntimos enemigos, los serbios, habiendo sido informados por Colombia de su presencia en el país, activaron a la Interpol para que solicitara su arresto en territorio colombiano. De manera que los serbios, los más asiduos practicantes de la llamada “limpieza étnica” durante la conflagración balcánica, pidieron el arresto por crímenes de guerra de su enemigo albano-kosovar para juzgarlo bajo la jurisdicción Serbia. Y ese es el menor de los dilemas que el caso puso en evidencia. El Gobierno nacional, prudente, optó por expulsarlo del país.

De hecho, durante el Congreso, algunos de los participantes, que conocían de primera mano la guerra y la paz de Kosovo, manifestaron indignación por la versión que de la misma dio Cekú. Consideraban que estaba tergiversando la realidad de lo acontecido en beneficio de la imagen de los albano-kosovares. Al hacer estas críticas no hacían otra cosa que recordar que uno de los principales problemas de todo post-conflicto es la existencia de múltiples narrativas sobre lo acontecido.
 
Aún después del fin de las hostilidades militares la confrontación continúa en la arena del imaginario colectivo. Los excombatientes tratan de imponer una versión de los hechos, que resulta sesgada y a veces insultante para quienes estuvieron en el bando opuesto.

Pero tan potente es el anhelo de verdad que incluso la afirmación de que la historia la escriben los vencedores es puesta en tela de juicio con el transcurso del tiempo. Prueba de ello es la ley de Memoria Histórica que se está promoviendo hoy en España, después de 70 años de terminada la guerra civil y treinta de finalizada la dictadura de Franco.
En la Alemania democrática existe una corriente de historiadores que trata de mostrar que no fueron sólo los Nazis los que incurrieron en atrocidades y crímenes de guerra. Los aliados no se quedaron atrás en bombardeos inclementes sobre ciudades alemanas sin valor estratégico militar alguno.

La simple revisión de las aterradoras consecuencias de las bombas atómicas que los Estados Unidos soltaron sobre Japón debilita cualquier justificación sobre las razones de su uso. En su momento se dijo que el objetivo al lanzarlas era disminuir los costos humanos del fin de la guerra. Desde hace ya un tiempo tal versión es contradicha por investigaciones bien sustentadas que le atribuyen a esa decisión motivaciones políticas muy alejadas de cualquier decencia humanitaria. Y no fue una sola sino dos las bombas nucleares que cayeron sobre el Japón.

Este tema se trató en el Congreso Internacional de Cartagena y en él se recomendó, como lo expondrán las memorias de próxima publicación, que los países en post-conflicto deben trabajar para definir una común historia de sus conflictos y construir un lenguaje común para asumir el pasado. Esta historia debe incluir las ideas y experiencias de todos los que vivieron a través del conflicto. Como se ve es un objetivo fácil de predicar y muy difícil de practicar

Sin embargo, aunque no somos propiamente una sociedad en post-conflicto, en nuestro país estamos demostrando que es posible reconstruir la verdad del conflicto de manera ecuánime e imparcial.
 
Dos ejemplos para citar son los de la Comisión de Memoria Histórica y la página web verdadabierta.com. Con esas iniciativas se está intentando ilustrar a los colombianos sobre los más emblemáticos y atroces hechos de nuestro conflicto interno. Esa es una labor rigurosa, profunda y sobretodo respetuosa de las víctimas y de los actores involucrados en esos hechos de sufrimiento humano.

Contrasta ese talante cuidadoso con el de personas como el ex asesor José Obdulio Gaviria que le dan rienda suelta a la creatividad semántica, rebautizando los hechos con eufemismos como si de esa forma cambiaran la naturaleza brutal que los caracteriza.
 
¿Cuánta vanidad se necesita para aplicar el ingenio a degradar con el lenguaje hechos que involucran el intenso sufrimiento de tantos colombianos? Ese es un lenguaje de guerra y no de paz. Esa clase de maquilladores deberían recordar las conocidas palabras de Unamuno: “Ganaréis (la batallita mediática) pero no convenceréis”. Afortunadamente, la Historia tiene la palabra.

(*) Coordinador del Área de Construcción de Paz y Post-Conflicto de la Fundación Ideas para la Paz.