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¿Quo vadis, América?

El virus, exógeno, atacó por sorpresa, cierto, pero encontró un terreno apto para propagarse, con una economía en desaceleración desde 2012.*

Héctor Schamis, columnista invitado para esta edición
29 de noviembre de 2020

“No hay mejor tiempo que el que nos toca vivir”. Nunca más cliché que hoy, en este tiempo inédito y feroz. En un continente a la deriva mientras uno intenta imaginar las formas sociales y políticas que encontraremos después de esta tempestad. La de la pandemia. Fuente de anomia y desarticulación, y, como tal, de conflicto e inestabilidad. Leímos, escuchamos y vivimos aquella o esta crisis; la de los treinta, de los ochenta o de 2008. La de hoy es sistémica, de salud pública, economía y seguridad al mismo tiempo.

La crisis política viene detrás. América es el continente más golpeado por infecciones y decesos. La pandemia cabalga sobre una infraestructura de salud deteriorada y desfinanciada, y no solo en países de ingreso medio y bajo. Siete de los 12 países récord en número de fallecimientos per cápita están en este hemisferio. El impacto económico, a su vez, es trágico. Según la Cepal, la región experimentará una caída de 9,1 por ciento este año. Con lo cual el producto per cápita será similar al de 2010. Es decir, habrá un retroceso de diez años en los niveles de ingreso, de tal manera que el número de pobres se incrementará en 45,4 millones. Ello significa un aumento de 185,5 millones en 2019 a 230,9 millones en 2020, el 37,3 por ciento de la población latinoamericana.

Pero no es solo por la pandemia. El virus, exógeno, atacó por sorpresa, cierto, pero encontró un terreno apto para propagarse, con una economía en desaceleración desde 2012 una vez que cambió el ciclo de precios internacionales. Y con vulnerabilidades al descubierto: magro ahorro fiscal, insuficiente inversión en infraestructura, pobre inversión en capital humano –educación y salud pública, precisamente– y cero inversión en instituciones capaces de administrar los ciclos y negociar sus conflictos. En consecuencia, los 70 millones de nuevas clases medias del boom de comienzo de siglo quedaron expuestos a pronunciados ciclos de “boom-and-bust”. De allí surgen los nuevos pobres que identifica la Cepal.

Este contexto exacerba un rasgo inherente a la región: la inseguridad y el crimen. América Latina representa el 13 por ciento de la población mundial, pero da cuenta de un 37 por ciento de los crímenes violentos del planeta. Su tasa de homicidio es de 17,2 víctimas por 100.000 habitantes, la más alta de todas las regiones. Es una realidad que afecta particularmente a los jóvenes, víctimas y victimarios por igual. La población joven –que es mayoría– es más educada que sus mayores, pero también más desempleada. Es decir, está más informada, pero está menos integrada que generaciones anteriores. El desempleo debajo de los 30 es invariablemente más alto que el promedio de sus respectivas sociedades.

El alto desempleo juvenil constituye un mercado laboral cautivo del crimen organizado. Una cocina de cocaína requiere tan solo de lavandina y un horno de microondas; la flexibilidad del capitalismo posindustrial aprovechada en ilícitos. Las fronteras porosas, a su vez, facilitan la internacionalización de dichas actividades criminales. Es la cara perversa de la globalización. No hay actividad económica más rentable que el narcotráfico y al mismo tiempo con una capilaridad tan profunda que se la encuentra en la política, a nivel nacional en Venezuela y a nivel subnacional en todas partes. Narcos, pseudoguerrillas, minería ilegal, traficantes de personas y contrabandistas compiten con un Estado de bajas capacidades por el control territorial. Muchas veces lo hacen con éxito. Se trata de un novedoso modelo de negocios, conglomerados criminales de actividades autónomas entre sí, pero integradas verticalmente, en la cúspide del “directorio”. De hecho, las platas de la corrupción de la obra pública, el narcotráfico, el terrorismo regional y extrarregional, y el financiamiento ilegal de campañas se lavan juntas.

Y llego aquí al problema central: la captura de la política por el crimen organizado, es decir, la colonización del aparato del Estado, sus instituciones. Deberíamos dejar de hablar de “corrupción”, como era antes. El dinero es hoy un medio para otro fin: el poder. Estamos frente a una hidra, como la figura mitológica tiene varias cabezas, pero un solo sistema nervioso. Y no se divisa Hércules alguno en nuestras playas.

Desde el inicio de la pandemia tuvieron lugar cinco elecciones en América: Surinam, República Dominicana, Bolivia, Estados Unidos y Belice. En todas venció la oposición; sin coronavirus, varias de ellas habrían arrojado un resultado diferente. No han ocurrido golpes de Estado, como en Mali, pero Perú y Guatemala tuvieron dos crisis institucionales importantes. Nos espera mucha inestabilidad. Resulta difícil imaginar las formas sociales y políticas que encontraremos después de esta tempestad. No es cierto que no haya mejor tiempo que el que nos toca vivir.

*Por Héctor Schamis, profesor de la Universidad de Georgetown

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