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Realidad inimaginable

Qué bueno sería contar con muchas más manos dispuestas a cambiar de verdad estas historias desgarradoras que a diario vemos. Las voces que hoy se alzan en favor de la niñez no son suficientes para protegerla.

Gonzalo Restrepo, Gonzalo Restrepo
25 de junio de 2020

Este mes recordamos al escritor británico Charles Dickens, porque el 9 de junio se cumplieron 150 años de su fallecimiento. Y al hacerlo, no podemos dejar de percibir una dolorosa ironía en el hecho de que las injusticias, el olvido y la indiferencia que padeció el célebre Oliver Twist, sigan vigentes y sean hoy, más de un siglo después, la realidad que sufren miles de niños colombianos.

Durante años hemos visto repetirse una y otra vez historias tan dramáticas que superan la imaginación, en las que miles de niños y niñas siguen a la deriva, en muchos casos, pese a vivir con sus seres “queridos”. El abandono de la niñez vulnerable consiste en la imposibilidad recurrente de la misma sociedad donde estos niños intentan crecer, de brindarles las condiciones elementales para acceder a una vida digna.

Para algunos, el enemigo es el hambre: la falta de alimentos nutritivos, la escasez de agua potable, o la lejanía de los servicios básicos de salud. Para otros, es la clase de cuidado que reciben de parte de adultos que probablemente tampoco recibieron lo mínimo indispensable durante su primera infancia y que por ello mismo no están en capacidad de dar más.

Es increíble que sigamos discutiendo sobre la manera de proteger a la niñez del castigo físico y de los tratos crueles, humillantes y degradantes de los cuales siguen siendo objeto. Es como si el tiempo se hubiera detenido y las nefastas consecuencias que esto genera no hubieran sido suficientes para aprender qué es lo que debe hacerse.

Esta realidad insiste en superar la ficción. No importa que las denuncias o las críticas se hayan consignado en obras literarias, en guiones de películas o incluso en series recientes. Tampoco importa que el reconocimiento de los derechos de los niños se haya escrito en la Constitución, en leyes, códigos y tratados internacionales. Con esto no basta, pues al final, lo que pesa en la cotidianidad de cada niño o niña, es es la voluntad de acción de los mayores y el cumplimiento de lo que está en el papel.

Qué bueno sería contar con muchas más manos dispuestas a cambiar de verdad estas historias desgarradoras que a diario vemos. Las voces que hoy se alzan en favor de la niñez no son suficientes para protegerla, como es la responsabilidad de todos. El registro de estos hechos reales tiene que ser una voz de alerta que nos lleve a buscar una solución verdadera a los males que afligen a tantos niños y niñas colombianos.

Porque siguen pasando titulares conmovedores con cifras difíciles de entender y de aceptar. Cifras de violaciones, abuso, de descuido y desafecto, cifras que hablan de la muerte de menores de 5 años por causas asociadas a la desnutrición. Y hay otras todavía peores. Los miles de casos de niños y niñas que ni siquiera aparecen en las noticias, los que sobreviven pero no se curan, porque su mal es uno invisible, el de la desnutrición crónica. Nadie se percata de ello. Ni en sus propios hogares, ni en sus comunidades, ni en sus municipios. No se puede generalizar, pero siguen siendo mayoría los territorios colombianos donde los niños y niñas, tan importantes en nuestra sociedad, quedan por fuera de las prioridades, de los programas y de los presupuestos.

No podemos seguir esperando la voz de alerta de la gran literatura, como es el caso de Dickens, para que la historia de la niñez colombiana sea diferente. Debemos propiciar un desenlace coherente, como es el crecimiento sano de la primera infancia, y debemos hacerlo con decisión, acción y conciencia. De una vez por todas y con permanencia en el tiempo.

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