Home

Opinión

Artículo

OPINIÓN

Harakiri en jugo

Una reciente noticia publicada en una revista norteamericana de gran circulación y muy respetable daba cuenta del peligro mortal que representan los jugos de frutas según la medicina moderna.

Brigitte Baptiste, Brigitte Baptiste
1 de agosto de 2018

El artículo, breve y bien documentado, hacía referencia al efecto del consumo de refrescos licuados y colados (sin fibra) en el metabolismo humano y su potencial daño colateral al concentrar azúcares (fructosa) capaces de incidir negativamente en la salud. Imaginé inmediatamente un letrero de advertencia en todas las ventas de jugos de frutas colombianas que abundan en las carreteras de tierra caliente y de manera creciente ofrecen sus delicias en todas las ciudades del país: “bébalo bajo su propia responsabilidad”. Maracuyá letal, lulo fatal.

Uno de los peores efectos de la hiperconectividad mediática es la extrapolación automática de hechos identificados y ciertos a escala global hacia lo local. Sin siquiera provenir de una intencionalidad política, colonizamos nuestros modos de vida a partir del facilismo con que adoptamos en bruto los datos o hechos derivados de la existencia de ciertos colectivos humanos globales. La réplica de noticias internacionales que se convierte en fuente de “criterio” para condenar o guiar las decisiones locales y acaba creando movimientos culturales (modas) o regulaciones (lo peor) sin ningún contexto. La gigantesca asimetría entre capacidad de innovación, regulaciones y desarrollo institucional entre los países hace que consumamos verdades globales como borregos. (La peor, no dejo de insistir, que Colombia debe frenar sus emisiones de CO2 de manera “solidaria” con el mundo; otra terrible, que debemos impedir el consumo sostenible de fauna silvestre; y así mil).

La ciencia con la que se definen estándares en el norte existe entre nosotros, pero no adopta sus resultados sin una verificación de contexto: que los norteamericanos beban litros diarios de jugo de naranja (de variedades ya seleccionadas por su alto contenido de azúcar)  como “fuente de salud”, solo significa que construyeron un hábito experimental que al ser evaluado en ese contexto resultó potencialmente perjudicial. El daño que un anuncio así podría hacer a la industria creciente de la exportación de pulpas de fruta colombiana o incluso sus jugos concentrados es inconmensurable. Piensa uno mal en tiempos de cierres de la frontera comercial.

Adoptamos dogmáticamente la homeopatía, las dietas de los famosos, los estándares ambientales  globalizados o definidos a favor de otros y con ello, en vez de enriquecer las prácticas cotidianas y promover el debate acerca de las bondades de lo nuestro, nos hacemos el harakiri. Descolonizar la mente, un ejercicio deliberado que se enseña en la universidad, pero poquito.

Con o sin comercio internacional, Colombia no puede dejar de consumir jugos de fruta, ahora que finalmente hemos comenzado a hacerlo a gran escala. Defender la biodiversidad es disfrutarla y consumirla orgullosamente, eso sí, sin llenar el vaso de azúcar adicional, adicción terrible de la que padezco y que reconozco como uno de los peores hábitos derivados de la civilización industrial contemporánea (de paso, gracias al ya exministro Alejandro Gaviria por su llamado enfático a combatir esa enfermedad).