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‘Reality show’

No lo acusaba nadie de asesino, sino de haber ordenado escuchas ilegales. No respondió por eso.

Antonio Caballero
18 de junio de 2011

La televisión colombiana ofrece a veces muy buenos espectáculos, aunque ni ustedes ni yo lo queramos creer. La tarde de este jueves, por ejemplo, con Álvaro Uribe como estrella invitada, vimos una gran farsa transmitida en directo por el canal institucional del Congreso: la ‘versión libre’ del expresidente por el affaire de las ‘chuzadas’ del DAS a sus adversarios políticos. ¿Cómo definirla? Una mezcla de ruidos cavernosos de teatro Nô japonés, de quejumbres de coro de tragedia griega, de fingimientos de distanciamiento brechtiano, de comedia dell’Arte italiana, de película muda del Gordo y el Flaco, de pieza del absurdo de Ionesco, de teatro pobre grotowskiano en el que los actores se arrastran por el piso. Una maravilla.

Hubo primero un entremés cómico transmitido por los canales comerciales. En él veíamos al expresidente Uribe rodeado de escoltas y abogados que se empujaban y se apretujaban haciendo cola ante la ventanilla cerrada de una oficina pública para radicar una denuncia, al parecer, contra las Farc. Por fin se la recibieron, al cabo de un buen rato. Y entonces atravesamos con las cámaras (todavía comerciales) la Plaza de Bolívar atestada de gentes que querían palpar las ropitas santas de Uribe, o pegarle en la cara marica, para llegar al Capitolio y entrar en el recinto de la Comisión de Acusaciones de la Cámara, cuya función consiste en absolver a los expresidentes. Lleno total. Abogados, exministros, congresistas, acusados, culpables, inocentes, defensores de víctimas, acusadores de defensores, curiosos allá arriba en las barras entre las columnas dóricas del augusto Salón Boyacá, fotógrafos, periodistas de micrófono, edecanes, policías, señoras de los tintos repartiendo tintos. Mucho terno cerrado azul oscuro, o gris de rayas de tiza. Mucha corbata azul, y mucha roja (azul una, roja otra, las de los abogados del expresidente Uribe, pareja dispareja como la de los ya mencionados el Gordo y el Flaco). Bochorno: muchos parlamentarios se enjugaban la frente con grandes pañuelos blancos de recaudar auxilios. Un rumor sordo de conversaciones de sospecha. Repantigado en su curul de cuero, el expresidente Uribe hacía pequeños buches de goticas homeopáticas, callado y esperando.

(Yo veía todo esto desde la sala de mi casa. Afuera, una preciosa tarde soleada de luz. Pero me mantuve firme ante el aparato de televisión, como un patriota).

Ah, pero estamos en Colombia. De modo que hubo que dejar constancia de que el Ministerio Público no se había hecho presente en la audiencia, y hubo que abrir un receso para averiguar por qué. La transmisión en directo dio paso a anuncios publicitarios de la patria. Anuncios del Congreso, dueño del canal, y de las Fuerzas Armadas, que muestran cómo el conflicto interno colombiano ha sido siempre el mismo desde hace doscientos años: el de los buenos contra los malos. Así vemos a los buenos que pasan disparando largos fusiles en el siglo XVIII, uniformados de blanco (?), con tricornio y corbatín; luego, en el XIX, van de corrosca o de jipa y con escopetas de fisto, como alzados contra el gobierno; a principios del XX nos los muestran con yelmo de modelo teutónico; y ahora de camuflado de fatiga y casco de redecilla de los saldos de Vietnam, sobre bellos paisajes de selva y ríos y un horizonte creciente de helicópteros negros y silenciosos como escualos en el mar.

Se reanuda la audiencia: apareció el representante del Ministerio Público, de chalina. El abogado de Uribe ladra: “Derecho a ser oído... Maniobras dilatorias...”. El abogado de las víctimas se queja: “Tutela... Segunda tutela... Prevaricato por omisión... Bloque de constitucionalidad...”. Lo interrumpe el de Uribe: “Déjeme terminar”. Tercia el representante del Ministerio Público: “¿Recusa, o no?”. Y sí: recusa. Y de nuevo se suspende la sesión, y luego vuelve a reanudarse, y vuelve a suspenderse, y el representante investigador de la Comisión de Acusaciones anuncia que no recomenzará sino cuando la Comisión en pleno resuelva el problema de las recusaciones. Eso puede tomar tiempo: varios de sus miembros andan de viaje por el exterior (por cuenta del Congreso) y nadie sabe cuándo piensan volver. De nuevo muerde el defensor de Uribe: “La única víctima de toda esta tramoya se llama Álvaro Uribe Vélez”.

(El cual, no sobra recordárselo al lector, es el acusado).

El cual acusado toma ahora la palabra:

—Gracias. Aló, aló (le suben el volumen al micrófono). Me acusan de asesino... Larga cadena de infamias contra quien rodeó de garantías... ¿Y por qué a mí no se me escucha? (Del tono de canónigo pasa al de orador de plaza). ¡Lo único que exijo tras sufrir una larga infamia es que se me permita defenderme!

Se le permite. Lleva el pobre sólo unos meses fuera del poder, tras haberlo tenido casi absoluto durante ocho años: hay que entenderlo. Se le permite un rato, y luego se decide otro receso. Y lo aprovecho yo, que venía simplemente narrando el espectáculo, para meter mi propia cucharada de opinión: a Álvaro Uribe en esa audiencia de la Comisión de Acusaciones no lo acusaba nadie de asesino, como él dijo (aunque tal vez se lo merezca). Sino solamente de haber ordenado ilegales escuchas telefónicas sobre quienes consideraba sus adversarios. No respondió por eso.

Se suspendió la diligencia.

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