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Miguel Angel Herrera.
Miguel Ángel Herrera. - Foto: JUAN CARLOS SIERRA PARDO

Reforma a la salud, ¿a trancazos?

Es un pulso que podría fortalecer la reforma, como la quiere el gobierno, porque la llevaría hacia un enfoque más social, más político, más ideológico y menos técnico.

Por: Miguel Ángel Herrera

La reacción de Petro y su gobierno a la exitosa resistencia de los agentes del sistema de salud a la reforma que lidera la ministra Corcho, pareciera demostrar que el gobierno del cambio escucha poco o nada, se toma de forma personal las observaciones, todo lo interpreta como oposición y, para rematar, se afinca con más terquedad en sus postulados injustificados como la eliminación de las EPS.

Estamos entonces ante un reformismo antidemocrático y obstinado. Al menos en el sector salud. Es evidente la falta de transparencia y su consecuente ausencia de discusión pública por cuenta del desconocimiento del enigmático texto del proyecto del gobierno. Resulta inaceptable que el presidente afirme que la reforma ha sido socializada desde la campaña para justificar la falta de acceso de la sociedad al texto del proyecto. Una cosa es la campaña y otra, el gobierno. Sería más responsable y transparente que diga la verdad: que prefiere socializar cuando esté debidamente estudiada la viabilidad fiscal del proyecto. Esa es la razón de fondo y no es un pecado.

Mientras tanto, pareciera que el presidente decidió echarse al hombro la reforma, a punta de Twitter, y liderando directamente algunas discusiones claves con actores que el gobierno necesita, como la Organización Mundial de la Salud (OMS). Y eso no está del todo mal, si no fuera porque lo hace en el momento de más alto cuestionamiento público al liderazgo de su Ministra. En otras palabras, Petro pareciera querer llenar el evidente vacío que ha dejado Corcho, debido a la falta de credibilidad que ha acumulado.

Pero no es claro si el remedio es peor que la enfermedad. El liderazgo directo de Petro politiza aún más el proyecto porque atrae a las más feroces fuerzas de la oposición; polariza más porque exacerba la discusión ideológica; “enconcha” aún más al alto gobierno para cerrar filas contra las voces discrepantes, incluyendo las provenientes del mismo gabinete, como las de Gaviria y Ocampo.

Este liderazgo directo del presidente se siente por los múltiples y consecutivos trinos de los últimos días defendiendo la reforma. Ha trinado de todo un poco: que la reforma sí se ha socializado, que las EPS operan sin control legal, que es necesario un tarifario de servicios de salud, que la prevención y la atención primaria no funcionan, que se reunió con la OMS para hablar de la reforma, que habló con la Nueva EPS para que apoye la transición hacia el nuevo sistema y hasta que la prensa quiere sabotear la reforma.

Son mensajes que muestran involucramiento del máximo mandatario con la reforma, pero también dejan ver su irreflexión, ansiedad y necedad. Se comienza a sentir, además, a un presidente cada vez más solo con su reforma, sin una ministra confiable para defenderla y con un Congreso cada día más dubitativo. Y los partidos políticos aliados, como el Partido Liberal, han mostrado el valor técnico que pueden aportar a la reforma, pero están molestos con el gobierno por el incumplimiento de las cuotas burocráticas prometidas.

De ahí que Petro impulse con fuerza su estrategia de discutir la reforma en plaza pública, animando a sus bases a llenar la Plaza de Bolívar y las ágoras de las ciudades principales el 14 de febrero para presionar políticamente a los legisladores, a los líderes de los partidos aliados y dejar sin piso social a gremios, universidades y organizaciones civiles que han exigido transparencia y consenso.

Es un pulso que podría fortalecer la reforma, como la quiere el gobierno, porque la llevaría hacia un enfoque más social, más político, más ideológico y menos técnico. Los agentes del sistema de salud, además, no están listos para debatir en la calle. Los legisladores quedarán entonces expuestos ante la opinión pública, que observará si la lealtad de los congresistas aliados del presidente es ciega o no.

Y me temo que sí habrá reforma, pero no la que quiere el gobierno. Será la reforma que quieran los inquilinos del Capitolio, que por cuenta de César Gaviria, Álvaro Uribe, Iván Duque, Germán Vargas y Dilian Francisca Toro ya tienen claro que el Congreso no debería ser cómplice de una reforma que ponga en riesgo a millones de colombianos. Lo positivo es que los honorables padres de la patria sí quieren reforma, pero otra. Ojalá la mermelada, que desde luego será nuevamente prometida, no los haga resbalar en sus reflexiones.

Así las cosas, Petro y Corcho no la tienen fácil. Pero eso no garantiza su receptividad a construir una reforma más técnica y más consensuada con todos los grupos del sistema. Suena por ahí que presentarían muy pronto una minirreforma para evitar así que el Congreso hunda la pretendida reforma estructural y cierre la puerta al cambio profundo del sistema de salud. Y esperar un mejor momento para la soñada reforma de la ministra. O que esperarían a ver el apoyo popular el 14 de febrero para decidir qué tipo de reforma radicar.

Mientras tanto, la moraleja va quedando clara: 1. La exigencia respetuosa de la sociedad civil para que las reformas sean sustentadas y socializadas vale la pena. 2. Hay que ayudar al Congreso para que no vaya a aprobar una reforma peor, ahora que el cambio quedaría en sus manos. 3. Los agentes de los sistemas económicos, como es el caso de salud, deben construir tejido social si quieren incidir, particularmente con gobiernos que quieren reformar a trancazos, apoyados por sus bases populares.