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Región Metropolitana: el diablo está en los detalles

Durante años vimos cómo los gobiernos departamental, municipal y distrital actuaron desarticuladamente. Los señalamientos, las desconfianzas y las culpas eran frecuentes. Mientras eso ocurría la vida seguía.

Fernando Rojas
1 de julio de 2020

En 1964, cuando la ciudad tenía 1.600.000 habitantes, fue presentado un documento llamado “Planificación de Bogotá” durante la alcaldía de Jorge Gaitán Cortés. Uno de los componentes más interesantes del estudio era la creación de una autoridad metropolitana que ayudara en la articulación, planeación y gestión de los asuntos entre Bogotá y los vecinos de Cundinamarca.

Según el estudio, “Bogotá ha dejado de ser una ciudad, para convertirse en una metrópoli. La ciudad y su región se encuentran en un proceso avanzado de interdependencia, dando lugar a una escala nueva para el problema urbano.” Este planteamiento tenía como objetivo “crear vida regional orgánica como resultado de fomentar una entidad cultural dinámica, económica, y socialmente prospera.”

Sin embargo, el miedo a perder poder político y presupuestal, local y municipal, pudo más, y la propuesta de la autoridad metropolitana se quedó en el papel.

Estas trabas también fueron un rechazo al proceso para reforzar a Bogotá como la autoridad central de la región, que inició en 1954 durante el gobierno del general Gustavo Rojas Pinilla. La Ordenanza 7 del Consejo Administrativo de Cundinamarca, de ese año, adoptó una decisión implacable: agregó a Bogotá los municipios vecinos de Fontibón, Bosa, Usme, Engativá, Usaquén y Suba, que automáticamente quedaron “extinguidos” y “suprimidos.” Esta norma, que creó el Distrito Especial de Bogotá (https://www.alcaldiabogota.gov.co/sisjur/normas/Norma1.jsp?i=1563), acabó con la posibilidad de que la capital y el departamento se pensaran, de manera simultánea, como región.

Durante años vimos cómo los gobiernos departamental, municipal y distrital actuaron desarticuladamente. Los señalamientos, las desconfianzas y las culpas eran frecuentes. Mientras eso ocurría la vida seguía. La urbanización desordenada, la destrucción de grandes áreas ambientales y la ausencia de un sistema de transporte metropolitano son apenas algunas evidencias de los perjuicios de tan mezquina actitud.

Los problemas que enfrentan Soacha y Bogotá como vecinos son el mejor ejemplo de la necesidad imperiosa de actuar conjuntamente. Seguir urbanizando el suelo soachuno sin garantizar infraestructura, servicios y transporte, es ahogar al sur de la capital. Al mismo tiempo, es seguir concentrando la pobreza en un municipio que no tiene cómo afrontar tamaño desafío.

Recientemente el Congreso aprobó la creación de la Región Metropolitana Bogotá–Cundinamarca. Es un gran paso, pero, conociendo los antecedentes de esta historia,todavía no se puede cantar victoria. No podemos olvidar que el acuerdo de paz se firmó, pero los procedimientos para poner en marcha su contenido han sido un calvario.

La nueva ley, probablemente, permitirá que aunemos esfuerzos en movilidad, abastecimiento, seguridad, servicios públicos, medio ambiente, entre otros asuntos. Pero los verdaderos desafíos están en los procedimientos para poner en marcha la asociación regional.

La clave estará, primero, en la ley orgánica que definirá las reglas de juego, los mecanismos de toma de decisión, el peso de Bogotá en comparación a sus vecinos y los alcances de la integración. Si no queda bien, tendremos una figura de papel en lugar de una poderosa herramienta de transformación de la región. Luego va a surgir un tremendo debatesobre cómo la Región Metropolitana se articulará con la CAR, la Rape y todos los otros intentos de integración regional. También tenemos que vigilar que no se convierta en una estructura burocrática y de presión política.

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