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Réquiem por Chávez

Exijamos a la Asamblea Nacional un decreto para desobedecer la muerte de Hugo Chávez.

Daniel Samper Ospina, Daniel Samper Ospina
7 de marzo de 2013

Queridos hermanos: Ha sucedido lo peor: la lora se ha caído del tejado. Murió el comandante Chávez, inspirador máximo de la gran revolución bolivariana, estandarte luminoso de la izquierda continental y filósofo emblemático de una expansión que comenzó en algunos países del vecindario y concluyó en su propia cara.

Aquí yace un demócrata verdadero. Un hombre que amó de tal manera la libertad de expresión, que permitió a los periodistas que lo criticaban conocer otros países. Un hombre que forzó en el empresario su capacidad para innovar, para reinventarse, quitándole su empresa de repente. Un gran hombre.

Debemos ser fuertes, camaradas. El comandante ya está en el cielo, al lado del Señor, dispuesto a sustituirlo en cualquier momento. En la constelación estelar, será el Oso Mayor, como lo eran sus alocuciones. Cantará joropos celestiales con su arpa de arcángel. Se bañará en tres minutos con el agua de las nubes. Quizás expropie la que no le guste. Pero respirará satisfecho, porque su obra es inmortal. 
Pongámonos de pie, por favor.

Ni sus más desalmados opositores pueden negar que el comandante partió en dos ya no digamos la historia, sino su propio país: lo dejó quebrado. Y aunque no nos acostumbramos a la ausencia de su voz, siempre ponderada, y de sus intervenciones, siempre ecuánimes, nos queda el consuelo de que su luz irradió el espíritu de Cristina Fernández, de Daniel Ortega, de Evo. Y también de algunos seres humanos. 
En Colombia, hereda su legado Miguel Gómez Martínez, el prohombre que está convirtiendo en mártir a Gustavo Petro para que, después de ser revocado, se cale la boina de nuevo, esta vez la roja, y pose de víctima hasta conquistar la Presidencia. Persígnense de una vez. 

Se pueden sentar.

Camaradas: no es momento para rencores. Queden atrás aquellos instantes de tensión en que el comandante ordenó a su regordete ministro de Defensa sacar los tanques a la frontera, máxime cuando el único tanque que vimos en aquella jornada fue al ministro mismo. Recordemos a Chávez como el mandatario de la paz. De La Paz, Bolivia, se entiende. Veamos en él a un hombre digno de toda Gloria. O de Gloria Cuartas, al menos. A un dignatario que adoraba la piedad. La Piedad Córdoba, siquiera. Y que ingresó para siempre en el anal de la izquierda moderna.

De pie. 

Fue un modelo de líder; fue un ícono de mártir; fue un ejemplo. Luchó para superar su estado crítico, especialmente doloroso en él, tan poco dado a tolerar la crítica. Desprendido de los asuntos materiales, ávido solo del nutriente espiritual, su política causó desabastecimiento en los mercados, no lo vamos a negar, pero no en él. Al revés: aún enfermo, su gruesa constitución resultó más sólida y robusta que la de su país.

Mienten quienes lo acusan de haber sido un mero dictador tropical. ¡No lo llamen autoritario, so pena de ser arrestados! ¡Párense, mejor! ¡O siéntense! ¡O exprópiense! Y reconozcan al menos que solo un hombre valiente, como él, fue capaz de sobrevivir a la amistad declarada de Juan Manuel Santos, proeza que ni el mismo Álvaro Uribe pudo realizar.

De pie.

Su filantropía lo llevó a financiar el reencuentro de Fidel Castro con sus antepasados, así ya estuvieran todos en estado de petróleo. También acogió, generoso, a los desvalidos cabecillas de las Farc, una guerrilla a la cual, ya sin su intermediación, solo podremos presionar para que firme la paz con la amenaza de seguir enviando congresistas a La Habana. 

Pero no estemos tristes, camaradas. El comandante vive. Y su legado será defendido por la unidad de sus cuadros. 

Y digo cuadros en el sentido costeño de la palabra: un Nicolás Maduro; un Elías Jaua. Un Diosdado Cabello, milagro capilar, que, sirva la ocasión para aclararlo, no es pariente de Margarita Cabello Blanco, como los cachorros del imperio han sugerido: Diosdado es de otros Cabello. De los Cabello que vienen de abajo, de los Cabellos torcidos. De los vellos púbicos.

Pese a todo, reconozcamos que solo el comandante tiene la fuerza suficiente para soportar el glorioso mármol de su obra. Y esta vez no nos equivoquemos. 

Camaradas: es tradición histórica embalsamar a los grandes caudillos socialistas. Así sucedió con Mao y con Lenin, quienes aún hoy asisten a algunas frijoladas de doña Olga Duque.

Sin embargo, impidamos que ese sea el destino del comandante. Reservemos para José Luis Rodríguez el honor de seguir siendo el único venezolano embalsamado. Y exijamos a los miembros de la Asamblea Nacional que expidan un decreto para desobedecer la muerte de Hugo Chávez, y decretar oficialmente su continuidad como hombre vivo. 

Porque Chávez murió, sí, pero no se ha ido. Y en eso se parece a Fidel, su padre, quien falleció hace algunos años y aun así gobierna la isla con tal sentido de la tolerancia que su relación con los mal llamados ‘gusanos del exilio’ atraviesa por su mejor momento.

Hagamos lo propio: restauremos al comandante por decreto. Evitemos el cónclave de su reemplazo, camaradas, la rapiña vulgar de quienes pretender heredar si no su legado, al menos su sudadera. Deróguese, pues, la ley divina, como ya se ha hecho con otras leyes. Quede vivo Chávez en adelante. ¡Párense, báñense, exprópiense! Y ahora sí váyanse en paz.

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