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Réquiem por una Orquesta

Es sabido que el ex ministro prefiere bailar un vallenato 'apambichao', con sudor y roncitos, en vez de oír los conciertos de Brahms

Semana
7 de diciembre de 2002

Joseph Goebbels, ministro Propaganda del Tercer Reich, es célebre por dos frases. Veamos la primera: "Cuando oigo la palabra cultura, echo mano a mi pistola". No quiero ser injusto y atribuirle una copia de esta idea al ministro sin cartera (o asesor en ahorros) del actual gobierno, Rudolf Hommes. El no es un tipo violento, y más bien obedece a este patrón: "Cuando oigo la palabra cultura, echo mano a las tijeras". Es decir, él sabe que por ahí se puede recortar el presupuesto para reducir el déficit fiscal de la Nación, sin pisarle los callos a ningún poderoso. Motila orquestas, pero no habla de ponerles impuestos a las tierras.

En opinión de Hommes, la Orquesta Sinfónica de Colombia no es otra cosa que "un vetusto sindicato de músicos". Si estos músicos no se someten a cambiar "sus contratos laborales", entonces la Orquesta tendrá que resignarse a "la decisión de dejarla desaparecer". Desaparecer es un eufemismo que significa muerte; mejor dicho, una eutanasia, así los enfermos estén sanos y no se quieran morir. Queda una esperanza: en el futuro, dice el asesor, podría haber otra vez Orquesta, pero eso sí, habrá que esperar a que aquí "se desarrolle el gusto por la música clásica" o a que el país se enriquezca "a tal punto que su sostenimiento no sea tan oneroso para el presupuesto del Ministerio de Cultura". Es sabido que el ex ministro prefiere bailar un vallenato apambichao, con sudor y roncitos, en vez de oír los conciertos de Brahms o de cualquier otro músico de la misma nacionalidad que sus ancestros. A veces el proceso de tropicalización vuelve a los feligreses más papistas que el Papa.

Una de las frases más celebradas del presidente Uribe (sus cortesanos la viven repitiendo como un ensalmo) es la siguiente: "Niño o joven que abraza un instrumento musical nunca empuñará un arma". Yo de eso no estoy tan seguro, ni soy tan optimista, pues casos ha habido de músicos criminales. Sin ir muy lejos, creo que un famoso cantante vallenato anda en la cárcel por aquí, acusado de esconder cadáveres. Ninguna profesión inmuniza contra la violencia, pues esta vive agazapada en el corazón de todos, pero lo que sí es cierto es que saber cantar o tocar instrumentos es uno de esos "oficios inútiles" que predisponen a un tipo de vida pacífica, placentera y benéfica. Una vida dedicada a producir placer estético es poco probable que se vuelva agresiva.

Durante la posesión de Uribe un grupo de niños (la Orquesta de la Red Juvenil de Bandas) tocó el Concierto en La menor para violín y orquesta de Vivaldi. Estos niños, que nacieron y viven casi todos en barrios populares de Medellín, empuñaron instrumentos en vez de pistolas y han confiado en que la cultura musical les ofrezca un futuro digno como profesionales. La culminación de cualquier carrera musical en el país, consiste en poder llegar a formar parte de la Orquesta Sinfónica de Colombia. Después de muchos años de estudio, sacrificios, ensayos, finalmente, podrán tener un puesto fijo y ganarse un salario decente. Nada del otro mundo (700 dólares al mes) y en todo caso mucho menos de lo que se gana cualquier asesor económico por un contrato de cuatro horas. Acabar con la Orquesta, o "dejarla desaparecer", como dice el asesor, sería cerrar las puertas a esa posible meta.

Pero vengamos a la segunda frase célebre de Goebbels: "No importa que sea verdadero o falso, lo que vale es repetirlo muchas veces". Poco a poco, de tanto que nos la repiten, se ha impuesto la idea de que el Estado es un negocio. Una especie de fábrica. O "la Empresa Colombia", como decía Pastrana, empresa de la cual se declaraba gerente. Como si fuera un axioma, se supone que el Estado debe ser una especie de actividad rentable. Las universidades deben ser rentables, igual que los acueductos, los hospitales, las orquestas, las investigaciones, las bibliotecas y hasta las selvas.

Resulta que hay ganancias imposibles de medir en plata. El negocio de un hospital no es desplumar al enfermo, sino curarlo. Las selvas no producen dólares sino aire. Tener museos y orquestas, simplemente, cuesta, y esa plata se disuelve en formas, en colores o en notas musicales. Lo que pasa es que a cierta mentalidad -vetusta, esta sí- le parece que quienes pintan o tocan o escriben, deben vivir muertos de hambre, y si piden que les paguen dignamente, son burdos sindicalistas. Pues sí, también los yuppies, que estudian muchos menos años que los violinistas, forman sindicatos de corbatas y cuellos blancos que cobran millonadas por sus "reingenierías".

El Estado debería pagar más por los conciertos que por la reingeniería, pero ahora se puso de moda esto último. Dos instituciones de la élite cultural colombiana (donde el prestigio no lo da el dinero sino la destreza artística y el conocimiento filológico), el Instituto Caro y Cuervo, y la Orquesta Sinfónica de Colombia, podrían ser arrasadas por la "reingeniería" del Estado concebido como una fábrica.

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