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SALAMANDRAS Y CARTELES

Semana
27 de febrero de 1989

Aquí estoy de nuevo, quitándoles a ustedes su tiempo, que es tan valioso y escaso, y sabiendo por fin en qué voy a ocupar el que a mí me sobra, en vez de consagrarme a la pereza. Aristóteles, que tenía cierta tendencia a la poesía elemental, decía que el tiempo verdadero es ese pedazo de vida que transcurre entre la idea y la acción.

Estuve de vacaciones, no tanto para descansar de ustedes, que sería una grosería, sino para dejar que ustedes descansaran de mí, que es una realidad. Aproveché los finales de año para recorrer caminos ya casi olvidados, para desandar los pasos andados -como hacen los muertos y para echar mano de esos libros que se le van quedando a uno por ahí .

También me detuve en un recodo a hablar con campesinos y aldeanos sabios, remendé mis calcetines desflecados, pegué botones. Pero lo que más hice, ciertamente, fue volver a mi antigua afición de observar cómo cambian de color las salamandras y lagartijas a medida que el sol del invierno hace su rotación. Los que en San Bernardo del Viento llamabamos "lobitos de tierra" se ponen verdes al comienzo del solsticio. Las salamanquesas, por el contrario, tienen colorada la cresta cuando la luna está menguando. Otro día hablaremos de eso.

Lo que quiero decir ahora, antes de terminar de perderme por completo en estas divagaciones, es que también tuve tiempo para actualizar, con la ayuda de un amigo, mi vieja colección de carteles extraños, de letreros insólitos, de rótulos hilarantes. Les ruego, por lo que más quieran, no confundir los carteles con lo que ahora llaman graffitti. Entre ellos hay la misma diferencia que entre el zapato de cordones y el mocasín.

Mi amiqo y yo fuimos el otro día a un juzgado. En la puerta, escrito en la letra gruesa y resuelta de los secretarios, había un aviso: "Prohibida la entrada de animales, niños y ruanas". Mi compañero, con una evidente cara de filósofo, exclamó: "Vea usted. Es la primera vez que la justicia en Colombia no es para los de ruana" .

A causa de la tarea que cumplen publicistas y dibujantes, en los pueblos se está acabando la hermosa tradición del propietario que escribía su propio letrero, y lo colgaba en la puerta del negocio.
Todos ellos tenían una formidable puntería comercial para la propaganda. Eran insistentes, reiterativos, persistentes, para que no quedara la menor duda sobre su establecimiento.

Miren ustedes: en cada aldea había una panadería que se llamaba, de manera invariable, "La Espiga de Oro". Tampoco faltaba, aunque se tratara de un caserío en las cumbres andinas o a la orilla del mar, una sastrería denominada "La Tijera de Oro". He comprobado, hace muchos años, y en más de cien lugares diferentes, que las boticas pueblerinas eran "La Mano de Dios". Ahora se llaman "Farmacia Internacional". Qué tristeza
Las gentes de Sincelejo todavía recuerdan, con cariño y admiración, el caso de un genio publicitario que tenía en la pared de su negocio este letrero: "Zapateria El Zapato". Se hacen, se venden y se remiendan zapatos". Jamás en la vida la simpleza fue mas contundente. Pero, como nunca faltan los críticos, los intelecuales perversos y los sabihondos, también relatan en Montería a triste historia de otro hombre.

Puso, en la avenida que pasa frente al río, una pescadería. "Se fende pescado fresco", pregona el cartelón de la puerta.
Quitale la primera parte-le dijo un amigo impertinente. Es obvio que lo vendes, y no que lo estás egalando". El dueño, dejándose atrapar en esas trampas engañosas de la lógica, como si fuera un Jartesiano francés, borró el aviso y escribió de nuevo: "Pescado fresco" .

Esas cosas, como las guerras nucleares, son imposibles de detener cuando ya se han puesto en marcha De modo, pues, que volvió el necio y le dijo: ¿Fresco? ¿Es que acaso existe alguna posibilidad de que tu pescado sea viejo?' El pescadero tomó de nuevo el hisopo, lo ensopó en pintura y eliminó la ultima palabra.
"Pescado" era el letrero, ahora, de su negocio. "No es menester que lo pregones-agregó el otro.
Por el olor se sabe que es pescado. El dueño, obviamente, terminó poniendo una ferretería.

Sin embargo, y debo confesarlo, el letrero comercial más ingenioso que conozco era el que tenía, en un pueblo cafetero de Caldas, cierto profesional que, desencantado de la política, resolvió abrir de nuevo su consultorio quiso aprovechar, con un interés lícito, su importancia pública, mezcló entonces ambas cosas en un enorme aviso de bronce falso que puso en la pared de la calle. Doctor Benjamín Jaramillo Uribe Montoya. Odontólogo Universidad de Antioquia. Ex-senado de la República. Ex-diputado a asamblea. Ex-secretario de Educación. Ex-alcalde de Marmato Ex-director de planeación. Extracciones sin dolor".

Era un sabio, qué duda cabe... -

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