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Secuestrados por el secuestro

La sociedad civil que apoya el intercambio, debería proponer a las dos partes un método para hacer el canje

Semana
11 de agosto de 2007

Lo típico del conflicto colombiano, lo que lo hace único, y lo que lo ha degradado hasta llevarlo a una guerra sucia entre guerrillas feroces y paramilitares todavía más feroces, es el uso del secuestro de civiles como arma de lucha política. También los paramilitares han recurrido a él, aunque en menor medida que las Farc. El negocio del narcotráfico les ha evitado el recurso permanente al secuestro como forma de financiación. En general, el método de los paramilitares ha sido más expedito y si se quiere más sanguinario: asesinan o desaparecen a sus víctimas. Las masacres de campesinos, el asesinato de militantes de izquierda, de guerrilleros fuera de combate o de civiles inocentes, son su especialidad.

El asesinato tiene una ventaja estratégica sobre el secuestro: un muerto zanja la cuestión, no es una herida que sigue abierta por años, no se queda en la memoria. Con la muerte, la historia se acaba. La herida sigue abierta, en cambio, cuando los paramilitares desaparecen a sus víctimas. Ahí también la agonía de los familiares, y el rencor, dura años y años, aunque sobre los desaparecidos hay menos noticias que sobre los secuestrados, y no por manipulación de los medios, sino porque no se puede contar nada nuevo sobre casos en los que, por la esencia misma de este delito, nunca hay novedades.

Y aquí estamos todos, unos y otros, víctimas de los paramilitares o de la guerrilla, instalados en el rencor, paralizados ante el dolor. Cuando digo que estamos secuestrados por el secuestro, y en general por los delitos atroces, lo que quiero decir es que en ese escenario es muy difícil mantener la cabeza fría y discutir racionalmente. El profesor Moncayo, quizá con un destello clarividente de la desesperación, ha dicho que la guerrilla es sorda como una tapia y el gobierno terco como una mula.

Las últimas declaraciones de ‘Raúl Reyes’ y del gobierno parecen demostrarlo. Dice Reyes: “Se libera la totalidad de los prisioneros canjeables a cambio de recibir la totalidad de los guerrilleros privados de la libertad, en cuyo paquete obviamente incluimos a ‘Simón’ y a ‘Sonia’. Para negociar se deben despejar por 45 días dos municipios (800 kilómetros cuadrados) en el suroeste del país”. El gobierno en cambio dice que se puede negociar alrededor de un espacio mínimo (una mesa) o en un país extranjero, y que liberará a los guerrilleros si estos se comprometen a no volver a delinquir.

La propuesta de Reyes tiene varios problemas. Para empezar, habla sólo de “prisioneros canjeables”, con lo que todos los secuestrados de índole económica seguirían en manos de la guerrilla. Además pretende lo imposible: el gobierno de Uribe fue elegido, precisamente, contra el despeje de Pastrana. Y la propuesta del gobierno tiene también su lado absurdo: uno no puede liberar gente poniéndoles compromisos de palabra, primero, porque los pueden romper, y segundo porque, como anotó alguna vez Jorge Orlando Melo, lo más probable es que esos guerrilleros no vuelvan al monte, bien sea porque ya no tienen la voluntad, o porque la guerrilla ya no confía en ellos y temería ser infiltrada.

Para salirnos de este diálogo de sordos, los que no estamos obnubilados por la rabia tendríamos que proponer una fórmula a las dos partes. Los que pedimos el intercambio humanitario tenemos el deber de decir en qué términos debería hacerse, sin humillar a la guerrilla y sin que el gobierno pierda su dignidad. La sociedad civil, la oposición que apoya el intercambio, debería proponer a las dos partes un método para podernos mover. No se puede pedir sólo el “qué”, hay que proponer un “cómo”.

El mismo Melo ha propuesto una fórmula equilibrada para realizar el intercambio humanitario, que me parece el mejor punto de partida para cualquier negociación. Primero, se acepta que la guerrilla tiene prisioneros y tiene secuestrados. Los únicos que pueden llamarse prisioneros son los soldados y policías capturados en combate, entre los cuales está el cabo Moncayo. Secuestrados, en cambio, son todos los civiles. No puede haber unos secuestrados de primera categoría (los políticos, las figuras públicas, los gringos) y otros de segunda (los de extorsión económica) de quienes ni siquiera se habla.

El secuestro de civiles es siempre inadmisible y toda la sociedad tiene que rechazar esa práctica. Por los civiles no puede haber canje, y la guerrilla, simplemente, los tiene que liberar. Si su objetivo es el canje, lo puede obtener por un camino mejor: por los soldados y policías sí puede haber intercambio de prisioneros, y el gobierno, a su vez, no puede ponerles ninguna condición a los guerrilleros que suelte. Para ultimar los detalles no se necesitan dos municipios completos (lo que le daría una ventaja estratégica a la guerrilla) sino que sería suficiente un casco urbano adonde puedan llegar, con salvoconductos garantizados por la Cruz Roja, los negociadores de las Farc. Los que apoyan el intercambio ¿tienen una propuesta mejor? Que no sea, eso sí, aceptar sumisamente todo lo que pidan las Farc.

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