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No opine el padre Llano, abdique ‘Tirofijo’, calle definitivamente el Nobel colombiano

Semana
27 de noviembre de 2000

Me da tema un lector de Medellín, de apellidos Rodríguez Velásquez, tal vez con vínculos en el Bogotá periodístico, el cual le lanza a este servidor, en calidad de insulto, la palabra ‘sexagenario’.

Como tal, no puede Lorenzo opinar acertadamente y en forma crítica sobre la suerte y destino de la ciudad de Bogotá, lugar donde ha vivido todos esos años, descontados 13 iniciales, que pasó en el propio Valle del Aburrá, donde nació.

A esta edad no se puede pensar con acierto. La juventud manda; son los jóvenes quienes tienen, de una época para acá, todas las respuestas. Hay que plegarse a ellos. Hay que caminar derecho y si estamos calvos, domar el cabello de una oreja hasta la otra, para no parecerlo. Hay que teñirse las canas y vertirse de sport, como arquitecto perpetuo.

Pobres sexagenarios. No puede Ceelle Delaefe tener opiniones públicas, sólo un modesto periódico, que le ha facilitado una cervecería. Pobre viejecito sin nadita que opinar. Lástima del ‘descabellado’ Ministro de Justicia, quien, a su edad, no puede tener poder alguno, salvo reemplazar al joven Presidente en sus frecuentes viajes (¡Honores al señor Ministro delegatario…!). Congoja por el venerable magistrado Morón Díaz, quien debió plegarse a más frescos conceptos (por presiones adolescentes y séptimas papeletas) y encontrar en la vieja Constitución el camino, que en 100 años nadie vio, para su derogatoria.

Qué pesar por los arzobispos de Colombia (sexa, septuagenarios), quienes apenas si pueden opinar sobre esta vida y la otra. Quizás no fueron ellos los que denunciaron al elefante de la corrupción ni los que le solucionan, hoy en día, a este gobierno joven, los enredos de la paz. Los que se fueron a Roma sólo esperan estar más viejos para ser papas.

Lástima de Pedro Gómez, criando a los 70, de Julio Mario, de Ardila, de don Hernán, el viejito gagá de Serpa (¿cuánto le falta a Horacio para el sexagésimo cumpleaños?), de Nicanor, el presidenciable, cuyas opiniones apenas si cuentan en este país del lector que quiso ofender a Lorenzo con su partida de nacimiento. El columnista, que no niega su edad, se ufana de que, después de tantos años de verse enfrentado a los poderosos y a sus áulicos, lo único que puedan decirle es que está viejo. Y es apenas lógico.

Pobre López (sexagenario desde la presidencia), pobre Turbay (lo mismo se diga), pobre Lemos (pocos días, muchos años), pobre Betancur (quien en lugar de contraer las enfermedades de su edad, contrajo matrimonio). Bien por los mandatarios apenas cuarentones, de tanta prudencia humana; Gaviria y su permisiva Catedral cinco estrellas; Samper y su escandalosa financiación, que creyó un juego de niños; Pastrana y su regalo del Caguán, que no le devolverán jamás. Peñalosa, ah, el joven mandatario capitalino con su inconsulto proyecto de transporte, que llamamos progreso, pese a sustituir al metro y recortarle a la capital de la República su salida al norte por la autopista central, construida por personas mayores hace 50 años (por un sexagenario, Laureano Gómez).

Da pesar de los directores de opinión y de diarios, viejos honorables como el ya mencionado director del diario de Bavaria; los de El Tiempo (dos veneradas cabezas, una calva, cuyas edades suman más de 100 años); qué dolor por el director el El Nuevo Siglo o por el dueño de El Colombiano, de Medellín, compañero de aulas infantiles de Lorenzo y su coetáneo. Como también lo es el hoy propietario y director de la esporádica revista Alternativa, Adalberto Carvajal.

No opine el padre Llano, sólo el padre Gallo, abdique ‘Tirofijo’, calle definitivamente el Nobel colombiano, ciérrense las páginas para Abdón Espinosa y cese el constitucionalista de cabeza blanca, mi profesor Sáchica. Muera la inteligencia. Vengan los Riveros, los Mockus desenfadados y pueriles, las divas de 50, aún hermosas y sobre todo, sabias. ¿Qué hace el Santo Padre? Desde Bélgica le piden que renuncie, porque ya le tiembla exageradamente una mano, afortunadamente no aún la de bendecir.

¿Cómo pudo Conrad Adenauer ejercer el poder a los 90? Errores del pasado. Con razón fue derrocado, entre nosotros, el nonagenario presidente Sanclemente. Aciertos del siglo XX, aunque otros piensan que los hechos de 1900 ocurrieron en el siglo XIX.

Mi desconocido lector (varios Guillermos Rodríguez escriben cartas a la prensa) afirma que Lorenzo debe añorar los años 40, cuando, sentado en un café de su natal Bogotá (!), veía pasar los tranvías y las mulas. Error. En esos años, Lorenzo montaba en bicicleta (que entonces debía llevar luces y placas) en su natal Medellín, detrás del tranvía, que no era de mulas, sino eléctrico, ni contaminante ni transmilénico. En esa época las ciudades eran amables, respirables y no habían nacido genios a los que se les ocurriera, de la noche a la mañana, volverlas a hacer en un todo, para su gloria personal.

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